domingo, 13 de julio de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Coímbra

                                             

                                   A mi amigo Carlos Gómez Lagares. Unas fotos suya en facebook han propiciado que afloren estos recuerdos.

El viajero dejó Figueira da Foz a media mañana. Llovía - era otoño -, a ratos, torrencialmente. Como sólo lo hace en Portugal cuando se asientan las borrascas en el Atlántico y mandan masas húmedas con nubes plúmbeas cargadas de agua.

En Montemor-o-Vehlo, había mercado popular. Puestos de ropa colgada debajo de toldos de lona. La protegen de la lluvia: zapatos, zapatillas, prendas de deporte; ropa interior; herramientas;  frutas, hortalizas; cacharrería de cocina; figuras de adornos… En  jaulas metálicas, con un portezuela que se abre por la parte de arriba, conejos, palomas y gallinas, asustadas. Esperan comprador.

El  castillo está restaurado. La visión que ejerce sobre el bajo Mondego es soberbia. Una chica morena y amable ofrece información y un folleto. Tiene mucho que ver, en su fundación  con reyes asturianos y leoneses y con el Duque de Coímbra y otras cosas de la historia de Portugal.

Con noche cerrada el viajero llega a Coímbra. Busca el hotel contratado con antelación. Sabe donde entra. Respira sabor a ciudad vieja, tan vieja que su Universidad arrancó allá por el XIV… Una tuna rompe el silencio. Los sigue el viajero, de lejos, sólo un rato. Embrujo en las esquinas. Mañana será otro día…

Muy temprano sube hasta a la Universidad. Visita obligada a su biblioteca y al ambiente estudiantil que deambula por la plaza… Se palpa un no sé que va por dentro. Pasa por la Catedral Vieja. Deambula.
Junto a la iglesia de Santa Cruz compra unos pasteles. Dicen que son de Santa Clara, donde reposan los restos de la reina santa: Santa Isabel de Portugal,  y otros típicos – barrigas de freira- a modo de empanadilla de masa rellena de pasta de yema y almendras. Exquisitos.

Se echa a andar por Visconde da Luz; sigue por Ferreira Borges. Cruza el puente –de Santa Clara – y se llega, al otro lado del río, al monasterio. El Mondego hace una hoz de reverencia a la ciudad. Es un remanso de aguas tranquilas.


Recuerda, el viajero, a Saramago. En Miranda do Douro hablaba con los peces que jugaban en las orillas internaciones del río. ¿Habrá peces, por aquí, en el bajo Mondego? Sabe, el viajero, que algún día, volverá a Coímbra…

2 comentarios:

  1. Me asombra este viajero con sus retratos de los lugares visitados.Los revive con detalles, haciendo uso de una memoria magnífica.A mí me has recordado el fado de Amalia Rodriguez: "Coimbra é uma liçáo..."

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  2. Dicen que el viaje tiene tres partes: soñarlo, realizarlo y, luego, contarlo. Ojalá llegase solo a una parte del fado de Amalia...

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