A mi amigo Carlos Gómez Lagares. Unas fotos
suya en facebook han propiciado que afloren estos recuerdos.
El viajero dejó Figueira da Foz a media mañana. Llovía - era
otoño -, a ratos, torrencialmente. Como sólo lo hace en Portugal cuando se
asientan las borrascas en el Atlántico y mandan masas húmedas con nubes
plúmbeas cargadas de agua.
En Montemor-o-Vehlo, había mercado popular. Puestos de ropa
colgada debajo de toldos de lona. La protegen de la lluvia: zapatos,
zapatillas, prendas de deporte; ropa interior; herramientas; frutas, hortalizas; cacharrería de cocina;
figuras de adornos… En jaulas metálicas,
con un portezuela que se abre por la parte de arriba, conejos, palomas y
gallinas, asustadas. Esperan comprador.
El castillo está
restaurado. La visión que ejerce sobre el bajo Mondego es soberbia. Una chica
morena y amable ofrece información y un folleto. Tiene mucho que ver, en su
fundación con reyes asturianos y leoneses
y con el Duque de Coímbra y otras cosas de la historia de Portugal.
Con noche cerrada el viajero llega a Coímbra. Busca el hotel
contratado con antelación. Sabe donde entra. Respira sabor a ciudad vieja, tan
vieja que su Universidad arrancó allá por el XIV… Una tuna rompe el silencio.
Los sigue el viajero, de lejos, sólo un rato. Embrujo en las esquinas. Mañana
será otro día…
Muy temprano sube hasta a la Universidad. Visita obligada a su
biblioteca y al ambiente estudiantil que deambula por la plaza… Se palpa un no
sé que va por dentro. Pasa por la Catedral Vieja. Deambula.
Junto a la iglesia de Santa Cruz compra unos pasteles. Dicen que
son de Santa Clara, donde reposan los restos de la reina santa: Santa Isabel de
Portugal, y otros típicos – barrigas de freira- a modo de
empanadilla de masa rellena de pasta de yema y almendras. Exquisitos.
Se echa a andar por Visconde da Luz; sigue por Ferreira
Borges. Cruza el puente –de Santa Clara – y se llega, al otro lado del río, al
monasterio. El
Mondego hace una hoz de reverencia a la ciudad. Es un remanso de aguas
tranquilas.
Recuerda, el viajero, a Saramago. En Miranda do Douro hablaba
con los peces que jugaban en las orillas internaciones del río. ¿Habrá peces,
por aquí, en el bajo Mondego? Sabe, el viajero, que algún día, volverá a
Coímbra…
Me asombra este viajero con sus retratos de los lugares visitados.Los revive con detalles, haciendo uso de una memoria magnífica.A mí me has recordado el fado de Amalia Rodriguez: "Coimbra é uma liçáo..."
ResponderEliminarDicen que el viaje tiene tres partes: soñarlo, realizarlo y, luego, contarlo. Ojalá llegase solo a una parte del fado de Amalia...
ResponderEliminar