La calor calienta los cascos. La inclinación del eje de la
tierra, o lo que sea, hace que el sol esté más cercano. Hay recachas que
vendrían muy bien en enero pero miren por dónde no vienen en invierno sino en
julio. En julio lo que más se echa de menos es algo de brisa fresca. ¡Cosas que
pasan!
Otros cascos están calientes, también. Israelíes y palestinos
están a tiro limpio. O lo que es lo mismo: siembran muerte en las playas, en
los caminos, en esas casas apiñadas que pueden tener de todo menos de dulce
hogar. Los ucranianos – sean de la leche que sean – tampoco se han quedado
cortos. Casi trescientas personas ya no verán más cómo sale el sol cada mañana.
¿La culpa?
Sigue la calentura de cascos calientes. A Matas le ofrecen
la posibilidad de elegir el próximo
hotelito, aunque con rejas, no sabemos si con vistas a la mar, para pasar
los nueve meses que la Justicia quiere
apartarlo del mundanal ruido. Antes, eso de ir a la cárcel era algo horrible y debía
dar miedo. Por lo que se lee, ahora, no.
Siguen en el baile los Pujol Ferrusola. No se sabe o
no interesa saber cuánto dinero se llevaron a Andorra y a otros paraísos
fiscales. Como ellos un montón más de ilustres: el duque consorte, el tesorero,
el de los trajes, los de los Eres, el sindicalista…
Si la cara es el espejo del alma hay almas un poco raras. A
juzgar por las que se ven – caras en los dos sentido de la palabra – en las televisiones, en las portadas de los
periódicos o en eso tan eufemístico, ¡tiene bemoles!, que llamamos redes
sociales.
España está estos días achicharrada. Ahora, a la ola de
calor anuncian que se agregan otras olas a modo de huelgas: en hostelería, en
los ferrocarriles… No hay que dar ideas. Pensemos en esas otras olas de la
playa que van y vienen; en chiringuitos con espetos humeantes; en arenas con
muchachas de ébano dándoles envidia sol del Mediterráneo. Parece que eso puede
ser más refrescante.
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