Olivito es un Miura de pelo salinero criado bajo la luna de
Zahariche y con el sol de Andalucía en los días largos de verano. En la báscula:
seiscientos kilos, kilo más o kilo menos, algo así como cincuenta y dos arrobas
y pico, de las de antes. En la calle Estafeta – Pamplona cerraba las fiestas de
San Fermín – ha estado a punto de mandar a ‘otro’ campo, a un mozo, con el que
se ha encelado.
En una ocasión escuché a un hombre del toro: “Los miuras no
es que sean más o menos fieros que otros toros. No. Son toros – dijo – que
aprenden”. Nada de lo que ocurre junto a ellos se les escapa y como son tan
listos, viene lo que viene.
No se entiende julio sin Miuras en Pamplona ni las tardes
sin el Tour. Los Vosgos estaban preciosos. Las imágenes parecían de una
primavera tardía que revienta de tanto verde, aunque eso sí, sin flores en las
cunetas de la carretera. Ponen nota de frescura ante lo que, con esta ola,
tenemos encima. La televisión seguía a los ciclistas; uno, pone los ojos en los abetos que arañan el
cielo, en esos lagos que no disfrutan, porque con ese tiempo…
Llovía. Nubes bajas; niebla. Se entrecorta la retransmisión.
Una caída; descenso del Petit Ballon. Sangre en la rodilla. Contador abandona…
El catorce del siete del dos mil catorce. ¿Será casualidad? Será una
cabalística de esas que afloran porque están escondidas esperando su momento?
No sé. Me quedo con la belleza del salinero de Miura, con
las llanuras de cereales de Palma del Río, - donde confluyen Guadalquivir y Genil - “el que viene de la
nieve al trigo”. Me quedo con los bosques del
macizo francés que suenan familiares. Nos ‘conocimos’ – claro, que eso era antes – cuando aquello
de la Geografía Física de Europa; Don Emilio Mandly, el profesor…
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