Dicen que de lo
sublime a lo ridículo hay un paso. Los hechos lo confirman. La selección
alemana de futbol ha ganado el Mundial
de Brasil. Lo celebró en la puerta de Brandenburgo de Berlín. Todo era alegría,
jolgorio y alcohol.
Miren por dónde dieron el paso de lo sublime a lo ridículo.
La gente confunde histeria con alegría,
música con ruido, felicidad con vocinglería. Entre saber estar y hacer el
ridículo hay algo tan pequeñito como dar
un paso. No supieron, y eso lo sabrán y verán cuando despierten de la borrachera, respetar a sus
rivales en la final.
Los muchachos estaban fuera de sí en aquel momento de euforia. La muchedumbre
que los vitoreaba, también. Calles abarrotadas, bailes, saltos, cántico,
gritos... Los alemanes, personas muy serias y herméticas, parecían que
eran de otras latitudes. Casi todo era una sinrazón. Personas normales no contralaban sus fuerzas
ocultas. ¿Por qué actuamos así en según qué momentos?
Maradona ese ser que ha agotado casi todos los adjetivos
calificativos, hizo lo propio con los brasileños preguntándoles “qué se siete”. No sabía que unos días más
tarde su selección estaría en la misma situación y, ahora, desde Berlín, en la
burla pública.
Cualquiera puede
perder los papeles sin darse cuenta: acabar en las manos por una discusión
tonta en la barra de una taberna, por el
descontrol en la bebida se revienta un caballo en el Rocío o se insulta, amparados en la masa,
desde una grada.
Respetar al vencido sólo ha aparecido una vez en la
historia. Lo pinta Velázquez en la rendición de Breda. Spínola pone la palma de su mano derecha sobre el hombro
izquierdo de Justino de Nassau. A pesar del momento, el cuadro rezuma
humanidad. ¡Qué buena ocasión para que los vencedores alemanes se acercasen a
mirar el cuadro de Velázquez!
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