Agosto apura los rastrojos. El campo pide una tormenta
temprana. Sin daño, pero que refresque el olivar, renueve el ambiente, anuncie
que viene, dentro de poco eso que llamamos otoño.
Hace unos meses los prados de margaritas y amapolas, las
lomas verdes, los cantuesos en las cunetas, las retamas en flor, las jaras
chorreando…pusieron la nota de color. Las estaciones de manera cíclica se dan
la mano. La naturaleza lleva, afortunadamente, otro ritmo. Ni depende ni le
importa que muchos hombres estén empeñados en darle la espalda.
Hace un tiempo en España comenzó eso que se llama
corrupción. Bueno, no es exacto lo que acabo de escribir. Comenzó allá por el
siglo de Oro. Mucha grandeza de espíritu y mucho vacío en las bolsas y en las
talegas… Los españoles de aquel tiempo brillaron por su lucidez y por otras
cosas. Desde entonces hasta hoy.
Tan hasta hoy que en la radio del coche me entero que ya
tiene competidor en las primeras páginas Pujol y sus hijos. Se les une, mejor,
les desbanca, Ángel Ojeda ex de Hacienda de la Junta y su hijo y uno puñado de
sinvergüenzas más. Todo presuntamente, claro.
Menos mal que hay otros españoles. Otros a los que nadie
señalará con el dedo. Se las andan por tierras de África. Parece que están
infestados por el Ébola. Son misioneros.
Algo que no se lleva y están allí para ayudar, con otros, a los que no tienen
nada.
Estos españoles no tienen problemas con el fisco. Tampoco
son buscados por las redes especializadas de la Policía. No van a salir cuando
bajen del avión porque vienen de no sé qué competición deportiva. A lo sumo
unas líneas, perdidas en algún periódico, un recuerdo y un si te vi ni me
acuerdo. Agosto de rastrojos secos, suma y sigue.
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