Por mor de la calor o porque las noches son cortas, y uno se
va a la cama a horas que, en invierno, ya estaría acurrucado entre sábanas y
bajo la manta, o porque ¡vaya usted a saber!, en verano se duerme poco, muy
poco. Es el sueño fisiológico. Necesario, preciso… No me refiero a ese sueño.
Escribió Shakespeare de fantasía, amor, magia… Protagonistas
Teseo e Hipólita. Lo llamó: “Sueño de una noche de verano”. Mendelssohn, muchos
años después, le puso música. Se escuchó por los teatros de media Europa. Tampoco
son esos.
No es el canto a la libertad de “La vida es sueño”. España se debatía, entonces,
entre la miseria humana de gobernantes indignos, hampa, guerras y mucha hambre.
“Y los sueños, sueños son…” concluía, por boca de Segismundo, Calderón en su
decepción. No son esos, no.
Soñamos cuando dormimos. Dicen los sicoanalistas que están en el subconsciente. Incontrolados; son en
blanco y negro. No mandamos en ellos. Pueden ayudar, eso sí, a entender algunas cosas, pero poco más.
Los sueños, los otros, impulsan la vida desde el interior y, a veces, vienen cuando “me he
tumbado a mirar el sol mientas se ponía…” Marcan la ilusión. Pasan muchas
horas; entornados los ojos vemos realidades etéreas, inexistentes para los ojos
de los demás, pero vivas en nosotros.
Soñamos despiertos. ¿Qué sueños encierra, esperando el
desguace del tiempo, el barco encallado allí, en el horizonte, entre el mar y
el cielo? Pasan los trenes que van a alguna parte; son otros los viajeros. El
vuelo de los pájaros anuncia que viene
la noche; buscan un refugio seguro. Sueños…
Sueños en la libertad no condiciona por nada ni nadie. La
realidad es otra. Mi amiga Marilina ha colgado la foto de una rosa preciosa. Le
ha puesto una leyenda: “no dejes de soñar”. Estoy en ello. Como el poeta me
pregunto: “en donde quedaron todos mis sueños / en que parte de mi vida se
perdieron…”
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