La luna cumple su ciclo de ‘luna menguante’. No es ya la
luna esplendida y grande que llenaba hace unas noches el cielo. Esa enorme luna
que lo roció de una claridad blanquecina, ocultó estrellas y la gente, que buscaba
el cumplimiento de los deseos al ver correr a las perseidas, se quedó con las
ganas.
La luna de agosto compite con el sol de fuego del día a ver
quién es más hábil en dorar las uvas moscateles. Para mí que se lleva el pulso
la luna porque las noches que son menos luminosas – como más íntimas – son ya
más largas.
Se han acortado los días. Anochece antes; no amanece tan
temprano. El primer rocío acaricia los racimos. Espurrea de gotas invisibles el
campo. Está humedecido el pasto y no
cruje cuando se pisa como lo hacía antes. Los rebaños apuran los rastrojos; no
hay tanta sinfonía de pájaros cuando llega el alba…
Dentro de poco, porque ya piden ordeño, las aceitunas comienzan
una ida al verdeo; otras toman destino de almazara: las picadillas, los
perdigones, las que dejó pasar el entretejido de la criba. “Y ahora, dice la
gente del campo, ellos la vuelven a pasar, pero a nosotros nos la han pagado
como destrío”.
Las uvas moscateles de Cómpeta ya se han echado a la calle.
Las uvas moscateles son ojos de miel de muchachas quinceñas. Están ahítas de
azúcar por dentro…. Venían, antiguamente, en pañiles de madera. Bajaban las
quebradas de las tierras de lagares y eran el complemento propio para el ‘ajo
blanco’…
Juan Ramón que se las daba a comer a Platero dijo que: “Las avispas orinegras
vuelan en torno de la parra cargada de sanos racimos moscateles, y las mariposas que andan confundidas con flores,
parece que se renuevan, en una metamorfosis de colorines, al revolar”.
Claro, que Juan Ramón era mucho Juan Ramón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario