martes, 19 de agosto de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Moscateles

                                              

La luna cumple su ciclo de ‘luna menguante’. No es ya la luna esplendida y grande que llenaba hace unas noches el cielo. Esa enorme luna que lo roció de una claridad blanquecina, ocultó estrellas y la gente, que buscaba el cumplimiento de los deseos al ver correr a las perseidas, se quedó con las ganas.

La luna de agosto compite con el sol de fuego del día a ver quién es más hábil en dorar las uvas moscateles. Para mí que se lleva el pulso la luna porque las noches que son menos luminosas – como más íntimas – son ya más largas.

Se han acortado los días. Anochece antes; no amanece tan temprano. El primer rocío acaricia los racimos. Espurrea de gotas invisibles el campo. Está  humedecido el pasto y no cruje cuando se pisa como lo hacía antes. Los rebaños apuran los rastrojos; no hay tanta sinfonía de pájaros cuando llega el alba…

Dentro de poco, porque ya piden ordeño, las aceitunas comienzan una ida al verdeo; otras toman destino de almazara: las picadillas, los perdigones, las que dejó pasar el entretejido de la criba. “Y ahora, dice la gente del campo, ellos la vuelven a pasar, pero a nosotros nos la han pagado como destrío”.

Las uvas moscateles de Cómpeta ya se han echado a la calle. Las uvas moscateles son ojos de miel de muchachas quinceñas. Están ahítas de azúcar por dentro…. Venían, antiguamente, en pañiles de madera. Bajaban las quebradas de las tierras de lagares y eran el complemento propio para el ‘ajo blanco’…


Juan Ramón que se las daba a comer a Platero dijo que: “Las avispas orinegras vuelan en torno de la parra cargada de sanos racimos moscateles, y las mariposas que andan confundidas con flores, parece que se renuevan, en una metamorfosis de colorines, al revolar”. Claro, que Juan Ramón era mucho Juan Ramón.

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