El castillo se recorta sobre la Sierra en el cielo azul de
la tarde como antes se recortaba el toro de Osborne en las curvas de las
carreteras. Era paisaje y parte. Era esencia y algo sin lo que aquello tenía
una visión distinta, diferente. Con el castillo de Puebla de Alcocer como que
casi lo mismo.
El viajero llega bajo un sol abrasador. Es agosto. La
Beturia, que es como los romanos llamaron a estas tierras arde abrasada. El sol
hace chiribitas y en las orillas del pantano, el pantano de La Serena, se
buscan la vida algunas aves lacustres. El viajero cree reconocer gaviotas.
Están muy lejos del mar. Pero ya se sabe todos los caminos…
Y como de Roma se trata por aquí se las buscaron las
legiones de entonces. Fundaron una pequeña ciudad que, siglos después, los
hombres decidieron que se la tragase el pantano. Dice la guía que llevo que el
pantano de La Serena es el segundo en capacidad de la Península Ibérica y uno
de los más grandes de Europa. Pues, eso.
Tuvo este pueblo carta puebla en el siglo XIII que le dio
nombre. Nobles, Señoríos, la Orden de Alcántara, el condado de Belalcázar, y
propio rey Fernando III que la vendió a Toledo tienen que ver con su historia.
Todo, en un ‘totum revolutum’, desde los lejanos tiempos medievales.
La España rezadora también dejó sus huellas: una mezquita,
iglesia al apóstol Santiago, monjas agustinas y frailes franciscanos, antes de
poner pie camino de Guadalupe. Claro es que curas, monjas y frailes acuden,
como las moscas a la miel, donde hay “dulzura”. Un ramillete de palacios
solariegos habla a los viandantes de un pasado esplendoroso.
Desde el cerro del
castillo el paisaje es espléndido. Se pierde la vista en la llanura.
Todo está reseco. Los canales ordeñan el agua de los pantanos: La Serena, Orellana,
García Sola. El agua fertilizan otras vegas. Con la llegada de la noche, las
luces de los pueblos dicen que allí, incluso más allá de donde lleva la vista,
está la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario