Las chumberas crecen al borde los barrancos, en sitios
inhóspitos y secos y en lugares donde otra planta, ya de por sí, lo tiene
difícil. Las chumberas están heridas de muerte. La culpa la tiene un mosquito
puñetero que, dicen, vino de Canarias.
El mosquito, conocido como la cochinilla del tinte o algo
parecido, pica en la penca, y al poco tiempo, la planta se muere. Primero, pierden
vigor, se ponen tristes, como lacias y, luego, como si alguien le hubiese
derramado un cubo de cal, se secan.
La chumbera vino de América. La trajeron los conquistadores.
En México forma parte de su escudo nacional y desde California a la Patagonia
le dan diferentes nombres y es parte del paisaje de ellos. Hasta hace poco,
también, del nuestro.
Es una pena ir por el
campo y ver algo tan desolador en una planta a la que había que acercarse desde
lejos – por las espinas – y casi hablarle de usted que pregona su derrota:
abatida, sin vigor y blanquecina. Pulsean al sol del verano y saben que lo tienen
perdido.
Nuestras autoridades que nos desgobierna antes de reconocer
que no saben, no tienen capacidad o no quieren luchar contra la plaga se han
salido por los Cerros de Úbeda, donde por cierto, no sé si queda alguna
chumbera viva, y dicen que no es una planta autóctona andaluza… ¡Ustedes,
creen…!
El chumbo fue alimento para personas y ganado. Con las calores se maduraban. Eran
parte del paisaje urbano donde alguien con un carrito los vendía en la esquina
o en un cubo de cinc o con un burro por la calle o vaya usted a saber. Era,
también, alimento para el ganado.
Las chumberas sirvieron de cerca natural. Dice Barbeito que
“envejecen cualquier paisaje, lo traslada al pasado y ponen un sabor a viejo camino allí donde se
levantan”. Las cantó Fernando Villalón y no recuerdo ahora - cito de memoria -,
si Muñoz Rojas o el Maestro Alcántara
fue quien dijo que “los chumbos son pájaros con toda la perdigonada dentro”.
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