La Virgen bajó al pueblo desde el convento, un año más, a las
claras del día; el cielo azul apuntaba a día caluroso. Ni nubes, ni viento.
Gente, mucha gente y entre todos brotaba eso que se llama fe. Un año más. “Oh,
Madre mía de Flores…”
Se echó a andar la comitiva muy temprano. Poco antes, cuando
aún la luz no se había hecho con el campo, en el firmamento brillaban, por
Oriente, dos luceros. Uno, dicen que es Venus. ¿El otro? Alguien comenta que es
un planeta alineado en este agosto por no sabe qué extraño mecanismo de Cosmos.
Tampoco, conoce – lo ha leído, pero no recuerda - su nombre…
Cerca de la Cruz del Humilladero unos olivos ‘arromerados’
se muestran vacíos de frutos. Un poco más allá, conforme arranca el camino que
va hacia el Llano de Santa Ana, y por allí al pueblo, se arregla el entuerto:
se doblan las ramas. Las aceitunas están espléndidas, piden verdeo y un
chaparrón veraniego.
Es ya día abierto cuando llegamos a la Fuente de la Higuera.
No están los luceros en el cielo. Bueno, estar sí que están; la luz del sol se
ha impuesto. Es otra cosa. Claro. Va la comitiva más ligera que otros años. Hay
acompañamiento ¿menos? Puede. Cada año hay menos…
Cuando llegamos a la
‘rosa de los vientos’ o sea a la Fuente de la Manía hay más gente. Mucha más
gente. Toca una banda de música. La comitiva casi pierde la condición de ‘romeros’ y se
convierte en procesión. Ha abierto ya la mañana al día y el pueblo sus calles….
La Virgen estará aquí “hasta el domingo inmediatamente
posterior al día de su festividad, el ocho de Septiembre”. Dice el calendario
que este año tocará retorno el catorce… Irá y vendrá mucha gente a la
parroquia. Dijo el teólogo moderno que “la fe es dar un salto en el vacío”;
para muchos, la devoción a la Virgen es el paracaídas para transitar por ese
espacio. Naturalmente, yo no soy teólogo.
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