martes, 26 de agosto de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Los ojos de Venus

                                 

                                                            A Venus que tiene los ojos negros como un tizón

“Imagínate a Venus con sonrisa de gitana”. Lo cantó Luis Eduardo Aute. Era la España de los años sesenta. Corrían aires de renovación. España pasaba de los grises a los colores de la vida. “Del rosa al amarillo de Summer”; de la “Tía de Tula” de luto riguroso a la España de la luz.

 Nueva música, nueva poesía, nuevos poetas. El Nuevo Mester o los cantautores ofrecían en su arte parte de la respuesta que se  pedía.

Pasa el tiempo; pasamos nosotros. Sabemos cómo pudo ser la sonrisa de Venus pero ¿y sus ojos? ¿cómo serían, sus ojos si acompañaban a tanta belleza…? ¿Ámbar, como el color de las uvas moscateles en las niñas “que por mayo se hacen mujeres”?

¿Verdes?  ¿Serían verdes? ¿Verdes cómo el trigo verde, como la albahaca, como el verde con brillo de faca… que cantaba doña Concha o Miguel de Molina? ¿Serían verdes como el color de los ojos de los toros que soñaba Villalón y alimentaba con margaritas?

 Si Venus era latina pudo, también, tener los ojos negros. “Negros como el tizón”, como el azabache, como la noche donde se busca salida  y, con el paso del tiempo – que también  pasa para los dioses – se volvieron castaños…

Me acuerdo de la bulería: “esta rubia panaera / con el calor del horno / se está volviendo morena”; del “moreno de verde luna”  que Federico García Lorca ponía en la cara de Antoñito el Camborio…
Venus era la diosa de la belleza y del amor para los romanos. De Roma pasó a todo el Imperio;  llegó hasta la Bética. Venus era la equivalente de la Afrodita griega. Venus viajó por el mar de Ulises y traspasó las Columnas de Hércules y se asentó en aquella marisma que sepultó a la Atlántida…


A Venus la llaman, también, el Lucero del Alba. Esta mañana, como siempre, antes apuntar el día estaba allí. En su sitio. Cerca había otro lucero  No sabemos cómo fueron aquellos ojos de Venus. Me quedo con los tres versos finales de Gutierre de Cetina: ¡Ay tormentos rabiosos! /Ojos claro, serenos, / ya que así me miráis, miradme al menos”

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