Calor tórrido en la tarde de agosto. A la calle hoy no han
salido hoy ni las sombras. Fuera – por esos mundos de Dios del Sur de España –
dice el hombre del tiempo que se está por encima de los treinta y tantos grados,
desde media mañana al rato de amanecer…
Abro los digitales y están como el tiempo: achicharrados.
Muertes violentas, guerra en Oriente Medio, horror en Irak con niños por medio,
cuentistas subidos al tren del ‘progreso’, ébola y más ébola, avión estrellado
en Teherán, sesudos fanáticos que hacen mártires a quienes no piensan igual y
un mucho de corrupción.
Los tifones ya están haciendo de las suyas en algunas
tierras lejanas de Asia. Llegan cargados de humedad. Los vientos huracanados,
soplan fortísimos, arrasan y ponen todo lo demás que hace falta para sembrar la
ruina.
Esta tarde los amigos de facebook han debido encerrarse en
sus piscinas particulares. No asoma nadie. Menos mal que siempre hay algo tan
refrescante, tan nuestro, tan genuino, tan andaluz como un vaso de gazpacho. La
foto la ha colgado mi amigo Antonio Javier Trujillo. El sólo verlo ya refresca
en aire.
Hay también otras cosas buenas. Sobre doscientas mil
personas – uno más o uno menos, tampoco es cuestión de ponerse a contarlos –
dicen que se apostaron en las orillas del Sella para ‘acompañar’ el descenso.
Desde Arrionda a Ribadesella. La cosa comenzó en 1930 de manos de un catalán
(para que luego otros quieran irse) con una piragua plegable y hasta hoy. Cada
año celebran la fiesta más fresca del verano.
Recuerdo una anécdota escuchada al Maestro Matías Prast
Cañete. Real Maestranza de Sevilla. Tendidos desiertos. La poquilla gente que
hizo la heroicidad de ir aquella tarde a los toros se aplastó en la zona de
sombra. De pronto, entre los silencios míticos de la plaza, se alzó una voz. Cruzó el ruedo: “Hay
que ver el calor que estarán pasando en la sombra con lo que sale de aquí”.
Pues eso.
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