Se ha ido Miguel. No sé si se lo habrá llevado la luz de la
mañana que se vistió de ébola en un país de África donde él decidió darse a los
demás, a los que no tienen nada. Mejor, si tienen. Tienen muchísimas
necesidades. Algunas personas de otros
países decidieron un día compartir con ellos el camino.
Se ido Miguel. Un hospital de Madrid, del Madrid que nada en
la abundancia, ha sido su lecho de muerte. Habilitaron un ala para atenderlo
porque lo que traía era de cuidado, de mucho cuidado. Al principio iría a un
hospital, luego, lo llevaron a otro. Es lo mismo: la atención iba a ser
idéntica y la profesionalidad de los que estarían a su lado, también.
Como el miedo - y la cobardía – es libre falsos apologetas se
han despachado a gusto contra él y
contra casi todo lo que se mueve. Han disparado tal ensarta de disparates que
parte de esta sociedad sí es verdad que está enferma. Su mal es algo más duro
que el ébola que puede quitar la vida;
está infestada de un virus que le ha quitado el alma. Eso es peor. Mucho
peor.
No se sabe qué resortes externos mueven todo esto. Aquí no se entienden a
personas como Miguel. Desde hace más de cuatrocientos años hombres y mujeres de
la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios atienden a locos, pobres, enfermos,
mendigos… Se dan a los demás. Todo a
cambio de nada y, si es preciso, hasta pierden la vida. ¿Cómo se le pone a
esto?
Dicen los que están a punto de la muerte que hay un túnel y
luz, mucha luz al final… y cosas muy raras. No sé si Miguel habrá entrado de la
mano de esa luz - ¿la Luz de Dios? – por ese callejón que lo ha llevado a no se
sabe dónde. No sé nada. No sabemos nada. Cuando me he puesto a escribir estas
líneas escucho como música de fondo, ‘Morning Mood’ o sea, ‘La mañana’. ¿Autor?
Peer Gynt, un noruego de hace un montón de años…
Figura entrañable. Miguel se entregó a una causa donde todo está por hacer, en un mundo perdido al que siempre hemos dado la espalda.
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