sábado, 31 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tormenta de verano


                                       


El campo de Villamartín es cerealista y remolachero, y crisis va y crisis viene, y subvención que se cobra y penalización que descuenta..., y todo eso, en lo que la agricultura moderna, se ve inmersa.

Del vocabulario de entonces, antes que el tractor ahondase en el surco, sólo recuerdos. Haz la prueba y pregunta y pídele a alguien, de treinta años abajo, que te hable de dediles, entrepechos, mangotes, rempujos,  caracolillos, chimbiris, biergos,  bozales, pala de aventar, valeos, biergas pajeras o jaquimas,  martaguillas, jarmas, atajarres, ropones, serones, esportillas, angarillas, cobras o de cuartillas, harnos, cribas, raseros, costales..., o vete a saber cuánto perdemos del saber del pueblo –del folclore, de verdad, ¿o no?- como esta siga con la marcha que lleva y a qué velocidad.

Arcos es ciudad de arte. Y es hoz que circunda el Guadalete. Y cal blanca entre la Janda y la campiña, y atardeceres largos, y la tierra del Comendador y la pícara molinera, y la del “Sombrero de tres picos” de Falla, y la de los vecinos de San Pedro que no sabiendo como rebelarse contra la rivalidad existente con Santa María rezaban: “San Pedro, madre de Dios, ruega por nosotros” ¡Ahí queda eso!

En el Parador tengo suerte. Me encuentro con Luis Alberto de Cuenca. Le presento mis respetos. Me dice que está allí porque ha presentado la Revista “Piedra de Molino”. La dirige el hijo de Carlos Murciano. Hablamos de libros… (Entre veintiocho mil y treinta mil tiene es su biblioteca). Hablamos, también, de radio.

Sigo camino. En Paterna de la Ribera porque no me paro, hago buena la ‘petenera’:

                               “Al pie de un árbol sin fruto
                               me puse a considerar
                               que pocos amigos tiene
                               el que no tiene ná que dar”


Es noche cerrada cuando llego a Álora. Descarga una tormenta. Primero graneó; luego, chaparrón. Relámpagos y truenos… Ya está metida la pata. Viene, mal, bastante tarde y mal, ya, el agua. 

viernes, 30 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ¡Ay, Carmela!

                                               

Queda el Ebro muy lejos, o sea, en su sitio. Por ahora, -entonces, tampoco-, el Ebro no pasa  por Miami, ni por los despachos de Madrid, ni por esos lugares de sillones de cuero ni por las intrigas de pasillos en el Congreso… ¡Ay, Carmela…!

La he visto esta mañana en una entrevista con Susana Griso. Carme de Catalunya, Carmen de Almería, Carmen que quiere ser de España, o qué sé yo. Se mostraba triste, gris, como apagada. Vamos como una procesión de Servitas en noche de Viernes Santo. ¡Ay, Carmela..!

Por tres veces repitió la palabra: “dijo”. Se refería a cosas y actuaciones de su partido. El pueblo de los seis millones de parados, de hipotecas que no pueden pagarse, de jóvenes con el futuro muy lejos y de pocos horizontes no quiere pasados. ¡Ay, Carmela! Pide solución al presente y a lo que va a venir mañana.

Iba yo, hace unos días, con mi amigo Paco Navarro. Revisábamos los goteos. En la esquina aquella de la huerta, caliente y propicia nos saltó, una vez más, la liebre. Mimetizada, se confundía con el pasto seco. Casi la pisamos; y en ese momento dio el brinco y… ¡Ay, Carmela, ay, Carmela…!

Escucho – cada vez menos porque empachan – a algunos que lo saben todo. Inocentemente, me pregunto ¿quién le aconsejó un largo invierno junto a las aguas cálidas del Caribe? ¡Ay, Carmela! Si allí se tuesta Julio Iglesias y cantantes y gentes que presuntamente estafan a los bancos y esas cosas…


Ya ve. Y, usted sin enterarse del frío de por aquí. Eran bonitas aquellas canciones que Martín Patino dio a conocer con su película. “Canciones para después de una guerra”. La belleza sólo en la canción; la realidad, horrible. ¡Ay, Carmela! Casi pisa la liebre. Le ha saltado - ¿se entiende, verdad? - camuflada con el pasto. ¡Y, cuando la liebre salta..!

jueves, 29 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. A orillas de la Ribera...



Pasado Sevilla, el camino más corto va por la Ruta de la Plata, - ahora autovía, magnifica- hasta la desviación como para Aracena y Portugal y luego se sigue el mapa. Dicen que todos los caminos llevan a Romas, así que…

       “Estrellita marinera
       que vas caminando al norte
       dime si podré llegar
       a Encinasola esta noche”.

Y porque sabes que estás en tierra de Juan Gualberto -  el ministro de Fernando VII -  y que tienen por patrón a San Andrés y a la Virgen de Rocamador, que vino de Francia por tierras de León de manos de caballeros de otro tiempo, y a la de Flores… La copla le cantó algo tan único, tan bonito, tan sublime:

       “A orillas de la Ribera
       está la Virgen de Flores
       patrona de Encinasola
reina de los corazones”

Y porque, si cruzas el río Múrtiga, está Barrancos que es Portugal, y porque yo quiero mucho a María López y a su hijo Antonio – que pasa las horas detrás de la barra del bar sin perder la sonrisa – y a Lorenzo y a Fermín Adamez que trabajaba en Sevilla y, a Remedios, su mujer, y que sueñan en su pueblo y, me abrieron los entresijos de sus corazones y las puertas de sus casas y me dijeron que era la mía..., sabrás que has llegado a Encinasola.

Tienen fandango propio:

“Yo planté en un maceta / la semilla del encanto / con lágrimas la regué / y la flor salió llorando tuvo la culpa el querer”, o  “Niña son verdes tus ojos / como la olas del mar / pobre del que se mire en ellos y  si no sabe nadar.”

 Comparten historia con Álora. Le dieron su Virgen de Flores (las guerra no siempre, necesariamente, traen todo lo malo) y la manera de ser, de entender muchas cosas, de vivir...

                                   “Para patrona bendita
                                   la de mi pueblo, señores,
                                   es morena y chiquitita,
se llama Virgen de Flores
y es pá mí la más bonita”.


Yo, no sé tú, cuando me he vuelto, las veces que he estado,  que han sido unas pocas, y la he dejado entre jaras, en el último  recodo del camino,  siempre he llevado el nudo en la garganta del que se deja algo suyo detrás de sí. Y dice un “hasta luego”, que siempre tarda en llegar...

miércoles, 28 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Gallinero

                                                

Al gallo viejo de espolones retorcidos y escamas añosas dicen que le ha llegado la hora. El gallo viejo tenía plumas bellísimas, de colores electrizantes, arqueadas en la cola y una cresta que sabe de muchos aires contrarios y brisas a favor. Tiene, también, el gallo viejo otras plumas, son plumas ajadas en peleas con otros gallos y por el paso del tiempo.

Hay otro gallo en el gallinero. Poca chicha y menos limoná. Parece – aún tiene de por medio algún tiempo – que no se ha enterado de lo ocurrido al vecino de gallinero. En unas declaraciones en la prensa reconoció lo bien que lo había hecho el gallo viejo pero como no va con él…

En el caballete cacarea un gallo nuevo. Tiene pinta de gallito minino descontento. Buen pico, osado y altanero. No tiene miedo a lanzar cacareos. Se ve seguro. Ha puesto mucha tierra de por medio. Ha dejado entrever que quiere volada larga a otro caballete de  más altura. Ha sorprendido a todos.

Una camada de gallitos (con algunas pollita de por medio) aspiran a copar el poder del gallo viejo. No dicen cómo ni de dónde sacarán trigo para al resto del gallinero ni cómo se enfrentarán a las zorras para que se queden lejos. Su objetivo es ocupar el puesto.

Al gallinero le falta pienso y agua y algo de verde, y sombras para el calor del verano, y palos donde recogerse por las noches… Hay demasiadas alimañas acechando. El resto del gallinero, a veces, tiene preocupación, siente zozobra. No ve claro cuándo llegará la luz de la aurora que viene con el alba.

Está el gallinero revuelto. Tertulianos de buches llenos (o vacios con vocación a tenerlos plenos) lanzan algaradas, más algaradas, disparates, más disparates, descalificaciones… Voces “sabelotodo” menos cómo poner tranquilidad en el gallinero.


 Ah, por cierto, como cuando el niño en la escuela anunciaba: “maestro, que dice mi madre que me despuntes de la excursión”. Yo, por mi parte, ya me he ‘despuntado’.

martes, 27 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sevilla

                                               

Sevilla tiene una geometría especial y un cielo azul con nubes blancas que van de paso camino de cualquier sitio. ¿A dónde? No importa. Se asoman, miran, ven y siguen para decirle a otros cielos que ellas ya estuvieron allí…

Sevilla tiene un río que viene de lejos. Como los toros de casta se arranca largo. Viene majestuoso y serio. Nació entre pinos y se entrega entre marismas. Por los ríos de Granada decía Federico que sólo reman los suspiros; por el río de Sevilla se va el arte camino de la mar grande y, de allí, a América…

Sevilla tiene el alma en Santa Cruz y el corazón en Triana y un puente que abraza las dos orillas y el pasmo de Belmonte y el romero de Romero…, y medias y verónicas enteras en las revoleras del aire.

Sevilla tiene jacarandas vestidos de flores nuevas que ponen notas nazarenas, lilas, moradas de pasión, como la túnica del Gran Poder,  como los atardeceres tibios escondidos por detrás del Giraldillo.

Sevilla tiene el Arenal de Rinconete y Cortadillo que, luego, rendían cuentas en el patio de Monipodio. Claro que ahora el tal se llama de otra manera. Tiene despacho con aire acondicionado, para refrescarse un poquito, ya se sabe, y sillones de cuero. Porque como paga otro…

Sevilla tiene una jueza, hierática, seria y distante. Parece que su Señoría sonríe poco. Claro que menos sonríen los encartados en los autos de presuntos ‘EREmentos’ en los que están imputados. Esos son otros lópeces.

Sevilla tiene campanas de conventos que tocan a maitines y a Misa del Gallo en el convento de Santa Inés pero sin maese Pérez y sin vecinas curiosas que cuchichean porque el alma del organista ya no viene como vino aquella noche de Bécquer.


Sevilla es un pespunte de luz en las celosías de las ventanas, es embrujo y misterio, es compendio y ensueño, es blancura bordada con buganvilias que trepan, con claveles reventones, con el amor imposible…

lunes, 26 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Un clavel

                                             

No sabemos en quién piensan los poetas, si ellos no lo dicen, cuando escriben. Rafael de León era poeta del 27, amigo de Juan Ramón y Alberti en los jesuitas del Puerto de Santa María; de Lorca en Granada; desde la cárcel, en Barcelona, de Machado y Lorca.

Su vida tuvo – como todas – luces y sombras. Luces de éxitos en la Copla; sombras de olvido al final de sus días. Escribió mucho y bueno. Se le negó –progresía imperante – el pan y la sal, el reconocimiento merecido, la fama efímera de un homenaje. Todo, casi todo.

Escribió aquello de un clavel, un rojo, rojo clavel y lo que ustedes conocen de la cercanía de la boca, del negro pelo, del encendido “al verte cariño mío” y del desgate de las losas del puente que se pasa por la ‘madrugá’. Pero no va hoy por ahí. No.

No ha sonado, a una hora determinada, ninguna ‘Grandola Vila morena’ en las emisora de radio españolas. No se han llenado las calles de tanques, ni de hombres de uniforme, ni de fusiles que sirven de sostenimiento de un clavel.

Desde anoche, -“el pueblo es quien más ordena”- cuando se conocieron los resultados de las urnas en las elecciones europeas, España supo que había estallado una revolución Se sabe cómo comienzan las revoluciones; nunca, cómo terminan.

Un mes y muchos años, después, de  aquel 25 de abril en Portugal, - 25 de mayo para el caso - el mapa político español se ha  hecho añicos. Igual se busca esa tierra de fraternidad perdida en cualquier esquina del tiempo acomodaticio y corrupto de los últimos años.


Hablan los que saben – y los que no saben, también – del nuevo tiempo. Ojalá sean tiempos de justicia, de libertad y de claveles pero no en los fusiles sino en las macetas como las de mi vecina Isabel en la reja de su ventana. Juana Sánchez, puso la foto, hace unos días en el facebook. Claveles de Rafael de León, de Isabel en la calle Erillas. ¿Los otros? Ustedes mismos.

domingo, 25 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Una tarde fresquita de mayo

                                   

Europa ha acudido a las urnas. Bueno, Europa, no. Gentes de algunos países que forman parte de eso que llamamos “vieja Europa”. Hoy se ha depositado un voto en las urnas. Elegimos parlamentarios. Dicen que, desde Estrasburgo, pondrán arreglo a algunas cosas ¿Podrán?

Hay un alboroto de gorriones en  la parra. Deben andar de duelos terrenales entre ellos. ¿Serán duelos de amores? La parra ya está llena de pámpanos vigorosos y tiernos y de racimos que dentro de un par de meses serán uvas maduras, sensuales, apetitosas, dulces...

Clama el Papa – al Papa le hacen poco caso quienes pueden resolver los problemas – por la paz en ese infierno perpetuo que se llama Oriente Medio. Cuando hablan del infierno, del otro, claro, es porque nunca se las han andado por Palestina, Israel, Siria, Líbano… y compañeros mártires. No está el infierno debajo de la tierra. No, está en la otra punta del mar azul.

Se despiertan de un sueño. Mejor no han dormido los seguidores madridistas; los del atlético, tampoco. Con el agua tan cerca y sin poderla beber. Discutían, esta mañana, ante el café en la barra del bar: la culpa del árbitro porque alargó cinco minutos…

Lección extraordinaria de señorío en las declaraciones de Simeone. “Me he equivocado”, “tristeza no, amargura sí”, “la cabeza alta…” “hay otro equipo y otro jugadores”. Pues todavía hay un imbécil – perdón por dejarme llevar por el impulso - que en un lavadero televisivo, vulgo tertulia, dice que tiene que dar explicaciones…

El coro infantil cantaba aquello de “Una tarde fresquita de mayo”. Luego, Joaquín Díaz, el mejor recopilador del folclore español, la recogió. Y todos nos deleitamos porque  “Una tarde fresquita de mayo  / cogí mi caballo me fui a pasear…”


Yo no tengo caballo ni me he ido a pasear. Oigo los gorriones en la parra. Una garza busca sustento en el río; canta el Cuco en la Cuesta del Convento. Entorno los ojos. Sueño con el paseo y con la senda por donde pasaba la niña de boquita de miel y con rosas y claveles y… 

sábado, 24 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El francés

                                               

Los niños que vivían a esta parte del pueblo bajaban hasta la escuela por la Calle de Atrás o por la calle de la Parra. La escuela estaba junto a la iglesia, a los pies del campanario. Era un caserón viejo y maloliente.  Muchos años antes, había sido un hospital.

La escuela tenía dos plantas. Un patio central, rodeado por columnas y cuatro aulas; la tres restantes, arriba. Se accedía por una escalera quebrada, amplia y espaciosa.

Durante el tiempo de recreo los niños jugaban en la plaza; los maestros hablaban entre ellos. Según qué tiempo – pervivía ‘al-laya’ o venían otras modas: ‘los toreros’, ‘el trompo’ o  ‘las bolas’. Las niñas iban a otra escuela y jugaban, también, en la calle…

 A la entrada de la Calle Romero vivía un francés. ‘El francés’ era un hombre mayor, de pelo y barba blanca, barrigón y con mala leche. Orondo.  Vestía pantalón azul marino sostenido con unos tirantes y camisa blanca con rayitas azules pequeñitas.

El francés tenía un bastón. Arreaba a los niños cuando, descuidados, pasaban frente a la puerta de su casa. Otras veces, los niños  lo provocaban y lo insultaban. Los niños le cantaban una canción:

 “A un francés lo van a meter preso /
 porque ha robado un pan /
porque ha robado un queso”.

 Y, el francés, ensoberbecido,  arremetía. La turba huía como pajarillos en desbandada. Crueldad en los niños y en el francés. No existía respeto por ninguna de las dos partes. El francés era un exiliado de Petáin…


Un día se fue del pueblo. Pasó el tiempo; los niños ya no eran niños. Los convocaron – en comunidad con otros franceses -  a las urnas; el Atlético de Madrid que era el equipo del hermano del niño, la noche antes, una noche de mayo, había llegado a la final de la Champions League. Estadio da Luz; Lisboa. El niño recordó a su hermano. Hacía mucho tiempo que su hermano se había ido. Y…

viernes, 23 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Una nutria en La Albina

                        

Era a media tarde. Los niños llegaron azorados. Hablaban todos a la vez, se pisaban las palabras, se atropellaban en la exposición porque todos querían ser el primero en anunciar una noticia tan sorprendente, tan insólita, tan fuera de sitio como la que estaban dando.

-          Maestro, hemos visto una nutria en La Albina. Era grande, se escondió cuando nos vio. Se metió debajo  del agua. Nos quedamos quietos y luego, asomó, otra vez, porque nosotros estábamos en silencio. ¡Es verdad, maestro, es verdad!

Los niños tenían los pelos ya secos del agua pero las puntas mojadas por el sudor. El sudor brotaba porque era verano y porque la fiebre interior de algo tan poco corriente los hacía a ellos protagonistas de primera línea.

-          A ver, tranquilidad. Uno, a uno.

-          Maestro, estábamos en el bañaero que hay debajo del eucalipto grande, el que está al otro lado del vado de la Calerilla, donde el “Nini” tenía amarrado el potro aquella tarde que tú ibas por el río…

Los niños contaban la aventura. Los niños no mentían. La había visto. Si era en la realidad o en su fantasía infantil no se sabrá nunca, porque decían que tenía unos bigotes largos, que era de un color muy oscuro y que nadaba muy rápida y ¡de pronto¡ se perdió.

En la Nerisca de Lería emprendimos la búsqueda. Orillamos el río. De los cañaverales – porque íbamos con mucho sigilo, para no espantarla – salían asustados los mirlos de agua sorprendidos por la presencia de la gente que nos las andábamos en su coto.

En las cañas, de enfrente, en las que bordean las tierras del Barón, se metieron, una pata y una cría de patitos; seguían raudos a la madre. Vimos algunas garcetas; bajaban los pájaros buscando las ramas altas de los árboles para pasar la noche.

Junqueras y cañaverales, adelfas, maleza… Los niños tenían muy abiertos los ojos y miraban y miraban la corriente del agua que, un poco más abajo de lo de Paco se remansaban y, en otros,  hacía chorrera… Subimos hasta el puente de Paredones. Vino la noche…


-          Maestro, que es verdad, que es verdad que la vimos…

jueves, 22 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El chaleco


                                                

Y todo por un triste chaleco. Una prenda que, al parecer, reivindican y los superiores no conceden. La ausencia de un chaleco se ha llevado la vida de un padre de familia por delante. Y, además, era servidor del Orden Público, o sea de los que están hasta mal pagados y, a los que nos permitimos el lujo de ni valorarlos en lo que hacen.

Todo arrancó cuando la tarde ya estaba avanzada. La patrulla patea el barrio. Dos Policías Nacionales. Uno se acerca a identificar a un mendigo. Un pobre desgraciado, que según se corría hoy por los medios, es un enfermo serio, con la cabeza mal amueblada.

La calle Frigiliana tiene aires de la mar cercana, se enclava en las cercanías de la Avenida de Velázquez. Vive allí gente normal, de la que está, codo a codo, con la crisis, con las obras del Metro, con la saturación del tráfico agobiante, con la presencia de otras personas a los que la sociedad no admite y las echa a la calle.

Dicen que este hombre había sido detenido ya siete veces. Demasiadas veces sin tomar ninguna medida. Hay demasiados marginados en las aceras. Malviven de la caridad, de los sentimientos humanitarios de los transeúntes, de Caritas que aporta un plato de comida,  ropa…

Ha muerto un Policía Nacional, uno de nosotros – el mendigo, también – atravesado por un cuchillo jamonero. Dicen que si hubiese llevado un chaleco se habría evitado. ¿Tanto cuesta un chaleco? ¿Tan carente de fondos está el Ministerio del Interior para no pagar un chaleco que salve vidas?


Un alucina en colores. Velas en el lugar del presunto crimen. Un loco en silla de ruedas por los pasillos de un hospital; unas flores; unos hombres de uniforme que se cuadran y saludan al paso del compañero muerto; una niña con tres años sin padre para siempre y todo porque al cumplir con su deber no tenía un maldito, un puñetero chaleco…

miércoles, 21 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Una tarde con Leonardo




Subí – porque Leonardo tiene el estudio en esos lugares que dicen que están más cerca del cielo que del suelo- una tarde soleada de mayo.  El mar se presentía cercano. Huele a pintura fresca, a paquetería que va camino de Reus donde expondrá dentro de unos días, a cajas que esperan otros destinos, a lienzo que copan testeros.

Chorrean agua los grifos en los lienzos de maestro; se ajan las rosas: rojas, violetas, amarillas… en vasos de cristal como  los que había sobre los veladores de las señoritas de entonces cuando esperaban a quien había de venir con chaqueta de hilo crudo, corbata de palomita y zapato negro; a jazmines, blancos, diminutos, ensoñadores.

Piden unos labios sensuales las uvas de sus cuadros. Uno piensa en las mozas morenas de trenzas largas y pelo lacio. Ponían estampas a las cajas de pasas antes del destino hacia aquellos países tan lejanos. Los llamaban Países Bálticos.  No los  había visto nadie pero todos sabían que hasta allí llegaban los barcos de Heredia.

Es fruta de boutique – de boutique de la fruta si es que existe, claro -  la que Leonardo Fernández lleva a sus cuadros: peras, manzanas, rubíes arrancados a la granada, guindas y  cerezas, ciruelas, sandías, castañas de la Serranía. Es fruta de perfume. Se escapa e invita al pecado de los sentidos a quien mira, ve, observa se recrea en el cuadro.

¿Ves? Y me muestra – acaba de terminarlo – la última obra. Es el puesto de la castañera de la plaza de La Merced… Y me cuenta que él cuando vivía en Tomás de Cózar fue niño en aquella plaza. Llovía aquella mañana, la gente refugiada bajo un paraguas, las gotas chorreaban por el cristal de una ventana desvencijada. No ha podido con el paso del tiempo…


Son sus patios de siempre, sus mosaicos rotos de siempre, sus lebrillos estañados de siempre, sus chorros de agua continua que rebrinca y, luego, rebosa la orza pequeña…pero ahora, recogidos de una manera diferente porque el maestro está  espléndido. Hemos pasado un rato juntos; he dado tarde libre a los sentidos. Cosas que pasan.

martes, 20 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Cristo de la Salud y Álora

                                   

Es estrecha y quebrada; larga y umbrosa. No entra el sol. Se dan  la mano, entre sí, los balcones; se hablan de tú las ventanas. Va la Calle de la Compañía – que es de la que se trata – desde la plaza donde estaban las Casas Consistoriales hasta la muralla que bordeaba, por poniente, la ciudad. Por una puerta (Puerta Nueva) se abría al río…

Casi al comienzo de la calle,  en el lado opuesto al Guadalmedina,  está la iglesia donde se venera el Santo Cristo de la Salud. Fue iglesia de la Compañía de Jesús antes de la ampliación, sólo un poco más allá, en lo que fue plaza del General Trujillo, a espaldas de los Mártires…

Como introducción sirve. Hay que fijar conceptos. Obra, autor y advocación. Hay uno más pero para después. Un documento notarial dice del  Santo Cristo que: “José Micael haya de hacer y haga – para la Cofradía y Hermandad de la Esclavitud de la Santísima Trinidad- una hechura de un Cristo de siete cuartas de alto, bien perfeccionado, los brazos atados, encarnados hasta los codos…” ;  6 de junio de 1633, fecha de encargo; 27 de diciembre, la entrega. Dicen los que saben que la talla no es de las de primer orden.

La devoción popular  le atribuye haber acabado con la epidemia que asolaba la Málaga de entonces. Un traslado fortuito descubre la imagen que va en una carreta cubierta por por una frezada. Es el 31 de mayo de 1649. Cesa el azote. ¡Milagro! Ya le llaman Santo Cristo de la Salud. Dice la leyenda que una semana después muere su autor.

El autor José Micael Alfaro, contrario a una creencia generalizada, no es italiano. Nació  en Alcañiz (Teruel) “e hijo de padres de aquella villa”. Dice el padre Llordén que su testamento fechado en 1650 “echa por tierra la leyenda de su muerte ocho días después del hallazgo del Cristo de la Salud que es obra suya”.


En 1947 Francisco Palma Burgos restaura la imagen. Al levantar la mascarilla encuentra una nota. “Fecho por Micael en Álora. Siglo XVII”. Lo cuenta su sobrino Mario Palma. ¿Qué hay de cierto? ¿Vivió Micael en Álora? 

lunes, 19 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La felicidad de la tierra

                              

Es el título de una obra, mitad ensayo, mitad diario, de una vida muy llena, de Manu Leguineche (Alfaguara 1999). Recoge desde un rincón perdido – ¡mira que son deliciosos los lugares perdidos por esos campos de Dios – en la Alcarria muchas cosas de lo que acontece cada día. Pero no, no es el caso.

Acaba de proclamar Simeone, en la Plaza de Cánovas del Castillo, con la estatua en  mármol de Neptuno, dios de los infiernos - ¿el fútbol es un infierno? –  de testigo: “si cree y se trabaja, se puede”. Los seguidores del Atlético de Madrid, dicen que sí, que está muy bien. Son felices por el título ganado… Pero no, no es el caso.

Casi roza esa felicidad terrenal la que tienen – yo también, ¿para qué negarlo – muchos seguidores malaguistas ante las declaraciones del  Sheikh Al- Tani… Que si nuevo ciclo, que si lo bueno está por venir, que si se abre un nuevo capítulo. Puede que sean brindis al sol, pero, y ¿si no es así? Pero no, no es el caso.

El Pimpi en sus noches de los lunes rinde homenaje a un fotógrafo. Se llama Pepe Sánchez Poce. El firma como Pepe Ponce. Es de Álora; ejerce de perote. No sé si es mejor persona que profesional o al revés. Huele a tópico; no lo es. Palabrita del Niño Jesús. Tiene – Pepe, claro - el archivo fotográfico más extenso, más cualitativo y más desordenado de Málaga. Pero, no, es el caso.

Verán. Hace unos días se jubiló Pepe, - José Gámez - el conserje del colegio de El Hacho. Pepe, hace aún mejor lo de don Antonio Machado: “en el buen sentido de la palabra bueno”. No sé quién o quienes, en su centro, han tenido a bien colocar un mosaico recordando que por aquellos pasillos anduvo Pepe…


Sí, es el caso. Es de bien nacido el ser agradecido. Enhorabuena a Pepe; a los de la idea; a los que, cada mañana, acuden a un centro tan privilegiado para aprender a “ser” más personas,  porque en esas cosas tan sencillas, tan simples es donde está la felicidad de la tierra.

domingo, 18 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Árbol bendito

                       

Para don Miguel de Unamuno el mundo estaba dividido en dos partes por una línea. Coincidía - la línea - con el río Loira. Al norte, hombres rubios que cocinaban con mantequilla; eran esquimales. Al sur, bajitos y morenos, cocinaban con aceite de oliva; eran dioses.

Don Miguel podría estar equivocado en algunas cosas. En ésta, no. El sur, el sagrado sur de la luz, del mar azul, de autillos por las noches, de Ulises y Homero,  es la tierra del olivo que Atenea criaba en sus campos. Su fruto oro y como el otro, también, dorado; lo llamamos aceite.

Cuenta la mitología que Hércules se llevó, en su carro, plantas de olivos al Olimpo; a Noé, la paloma agotada, que volvió al Arca le trajo un ramito de olivo en el pico. Los romanos ungían con aceite a los atletas en el circo y los griegos a los vencedores lo coronaban con varetas de olivos entrelazadas.

Cristo sudó sangre, la noche aquella, en un huerto de… olivos. Getsemaní dicen que significa almazara o molino. A los enfermos se les da la unción de “santos óleos”  y a los niños de la España de los cincuenta nos sacó adelante un pedazo de pan casero con un chorreón de aceite.

“Hazme pobre en madera y te haré rico en aceite” cuenta Leguineche de un proverbio marroquí”; Barbetio proclama: “A ver si de una vez nos enteramos de que el aceite, hijo de la aceituna, es lo más parecido a nuestra sangre…”; don Antonio Machado, dice, que entre los olivos estaban los cortijos blancos y Miguel Hernández  que “el campo / se abre y se cierra como un abanico. Sobre el olivar /  hay un cielo hundido…”


Vinieron los olivos en las traíñas fenicias; rebrotaron, junto al Partenón, en la Acrópolis, después del incendio de Atenas;  le dieron color a los ojos de Atenea. Es el árbol de la sabiduría griega, de la paciencia y del primor en el cuido… Es el árbol de Andalucía.

sábado, 17 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La charca

                                   

Corría, solamente, el arroyo – el arroyo de los Chinos, desde la Atalaya hasta el Jévar, donde se le unía, junto al Tallista- cuando llovía. Es decir, en otoño; es decir, casi nunca. En los recodos se formaban charcas - con gusarapos, renacuajos y ranas -  que se agostaban a medida que avanzaba el verano.

El arroyo estaba orillado por adelfas; en primavera se ponían preciosas. Vestidas. Floridas a tope y amargas. Las riadas dejaron en el cauce piedras grandes, enormes. Sólo la fuerza de otras riadas tenía capacidad para moverlas.

El río quedaba – y queda muy lejos –. ¿Ante eso?  la charca profunda, por detrás de la Casa del ‘Poenco’, cerca de la fuente de Pedro. Era la última en secarse. Las tardes  de verano, los niños iban a la charca. Era el único ‘bañaero’ posible. Desde lo alto de una piedra, junto a la barranca, servía de trampolín. Cuando la charca menguaba, la posibilidad de ‘lucimiento’, se terminaba.

Los niños no sabían qué era un trampolín; nunca habían visto una piscina ni olímpica ni de las otras, a los sumo las albercas: en el Molino de Calderón, en Zorita, en la Gavia… Siempre quedaba el río, pero las albercas – con un ciruelo cercano, una higuera, una parra- tenían el encanto de ser diferentes y de saciar el hambre que nacía después del baño. No se conseguía siempre.

En la charca grande, junto a la fuente de Pedro, el niño supo que en frente, en el ‘Escondrijo’ antes, había vivido gente; que en la solana del Cerro del Cura había una zorrera y que, cuando la ‘gente de la sierra’, alguna vez, habían venido también a la charca.


No venían  ni muchas veces ni a la misma hora por miedo a los civiles. Los niños, también, tenían miedo a los civiles. Preguntaban muchas cosas. Los niños, si los venían venir por el arroyo… ¿Qué será ahora de la charca y de aquellos niños?

viernes, 16 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El canto del ruiseñor

                      

Nadie lo ve; nadie sabe de sus costumbres. Al parecer gusta de las soledades, de las zonas umbrosas y perdidas en las arboledas de los sotos. Dicen, que su pluma no es llamativa, que pasa, discretamente, porque no gusta de presencias tumultuosas.

Llegó, el Sheikh Abdullah Al-Thani, dueño del Málaga,  en avión privado, procedente de París – como tiene que ser – y abandonó con celeridad la zona de viajeros especiales del aeropuerto internacional de Málaga. Una foto captada al paso. Detrás de un cristal tintado, un hombre maduro;  barba de unos días.

A los Reyes Magos, cuando éramos niños, nos los vestían con ropajes de túnicas largas de colores llamativos y turbantes. Venían por caminos ignotos y procedían de lugares tan lejanos que por no saber donde estaban tenían que guiarse por las estrellas. Usaban como transportes camellos de pasos acompasados y lentos.

No sabemos de qué color es la pluma de Sheikh. Se vio, al chaspón: vestía un traje impecable de un azul claro, gafas de sol, cuello abierto y sin corbata, puños abrochados. Ropa de boutique cara y exclusiva.
Como al ruiseñor, casi no se le conoce ni sus costumbres ni sus andanzas. ¿Dónde se va a alojar? ¿Con quién se las andará estos días? Pero, ¡ay! todos alaban la excelencia de su canto, o sea, su dinero. Están - algunos - como locos porque ya está aquí.

 ¿Se acuerdan de aquel “Bienvenido Míster Marshall? Luis García Berlanga sembró la ilusión, por unos momentos, en ‘Villar del Río’. Un alcalde – Pepe Isbert – desde el balcón, tenía el discurso preparado: “como alcalde vuestro que soy…” Manolo Morán, Lolita Sevilla y Elvira Quintillá - encantadora maestra -, y el que llevaba la máquina de alquitrán ponía el resto.


Un alcalde, “como alcalde vuestro que soy…” - ¿agradecimiento reconocido? - le regala una rotonda;  el pueblo enfervorizado, en noche de  primavera, corea su nombre; lo aclama – en la vuelta de honor con el equipo - en el campo, (por cierto Málaga 1; Levante 0), con el nombre más poético, más bonito, y más sugestivo de España: La Rosaleda. De lo demás…

jueves, 15 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nidos

                                              

                                                           A mi amigo, Pepe Díaz que, también, sabe de estas cosa.

Con la primavera venían los nidos. Los jueves, por la tarde, era jornada de descanso en la escuela. El niño  -con otros niños - se las andaba por las huertas, por las cercanías del río, por los olivares, por las faldas de El Hacho… Los niños lo andaban todo.

Por la manera del nido, por el sitio, por el tiempo…, sabían, conocían e identificaban a casi todos los pájaros del contorno ya fuesen de  la huerta o de la campiña. Cada uno tenía su estilo, su lugar, su época.

Por febrero venían las abubillas, golondrinas, las tórtolas y vencejos; por abril, el cuco. Algunos pájaros se iban cuando llegaba el otoño. Entrado el verano, los abejarucos ponían mucho color de plumas rojas, azules, amarillas y verdes en las cárcavas y el piar nervioso en las horas de la siesta; las tórtolas, el arrullo.

Sabían que los más ‘calientes’ son los chamarines: a finales de febrero, si el año venía bueno, ya tenían el nido hecho; los jilgueros anidaban cerca de las casas y las lavanderas debajo de los puentes; los mirlos, en los encuentros; la alondra y la perdiz, en el suelo.

Sabían que los gorriones –meten mucha broza- anidan en los tejados; debajo de los aleros, los vencejos; las golondrinas en las vigas de la cuadra o en las cámaras a donde no solía llegar casi nadie; las alondras en los trigos.

Los nidos de tórtolas, son destartalados, con palitroques atravesados. Malamente hechos; primorosos los de verderones, jilgueros, chamarines (casi todos los pajarillos pequeños) son pájaros artistas; grandes – más grandes que los de los otros pájaros- los de los mirlos.


Conocía también las palabras para el momento: empollando, echada, güero, aburrido, pataletes,  volantones o, si se había volado, porque le había llegado su momento. Entonces algunos pajarillos nuevos no se la andaban muy lejos de donde habían nacido. Los pájaros de ayer. Un poeta – Juan Ramón – dijo  seguirían cantando.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. León

                                               

El tren expreso procedente de Madrid – Príncipe Pío- con destino a La Coruña llegó a la estación casi con el alba. Vestido de viajero me las anduve por la ciudad: el Bernesga, Ordoño I,  la Catedral, San Marcos, San Isidoro, la muralla… Era abril; hacía frío

Muchos años después anuncia el telediario que la muerte se vistió de tarde y se ha ido a dar un paseo por León. Una pasarela, el Bernesga de agua azul, chopos con hojas de primavera… Sonaron tres tiros – dicen que uno de remate- y acabaron con la vida de una señora que llevaba años en la política y ocupando cargos de responsabilidad.

Dicen los que saben y estudian los móviles de los crímenes que todo es por algo. Ahora saldrá un rosario de verdades con muchas cuentas de disparates; otras, serán pura invención de mentes tan calenturientas como las que se las andan con las pistolas.

Hay algo –siendo esto tristísimo – mucho más triste que lo acontecido. Parte de la sociedad española lleva dentro de sí semillas de muerte. Se incuban, revientan germinan y afloran al exterior. Ahora lo han hecho, unas, con armas de fuego y, otros, a través de eso que se llaman redes sociales.

Hace años que no iba  León. La ciudad estaba, - la última vez, hace unos años- , preciosa. Siempre he recomendado a mis amigos que no deben perderse el amanecer dentro de la catedral. Las vidrieras forman una sinfonía de color única. No cabe más policromía, ni más belleza, ni más gracia de Dios a través de las cristaleras.


León no salta a las páginas, estos días, por la pulcritud de su catedral –“pulcra leonina” la llamó Azorín – ni por las aguas del Bernesga ni por Ordoño II . No. Son, ahora, otros vientos, ¿la culpa?  la muerte que se ha vestido de tarde y se ha ido a dar una vuelta por la calle.

martes, 13 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. España

                                                           

España era para el niño un mapa de hule descascarillado y viejo. Brillaba - el mapa - por algunos sitios;  en otros, tenía perdido el color. Con un puntero de madera largo –  como los palos de villar que usaban, los hombres para jugar en el Casino al que llamaban Círculo Cultural – se señalaban los accidentes geográficos.

El niño sabía porque lo cantaban, todas las tardes, en la escuela, que  España limitaba “al norte con el mar Cantábrico y los Montes Pirineos que nos separan de Francia”. El niño nunca había visto el mar y, ni por supuesto tenía idea de dónde podía estar Francia.

No comprendía el niño porqué si la Islas Canarias eran unas islas tenían que encerrarlas con una línea quebrada y no la dejaban libres, sin marca, sin ninguna marca, como estaban las Islas Baleares que también eran otras islas.

El niño no entendía muchas cosas. No comprendía por qué la Guardia Civil cuando llevaban a alguna persona detenida la paseaba, esposada y humillada, por la Fuentarriba ante los ojos de todos los que miraban y no lo hacía de una manera más discreta. 

También se preguntaba por qué había entierros de varias ‘categorías’ y que según pagaban los dolientes,  les hacía uno o dos o más responsos, con canturreos gregorianos, parando la comitiva fúnebre en la calle…y,  por qué, otras veces, delante de la caja no iba el cura.

Otras veces, venían por las casas algunas personas mayores, pidiendo  para enterrar a alguien “de caridad”. Los entierros siempre le impresionaban mucho al niño porque cuando la ‘parroquia’ se acercaba a la casa del muerto, desde dentro salían muchos llantos y gritos de las mujeres; los hombres, casi siempre iban, detrás, en silencio.


El niño se hacía mayor. Cambió el pantalón corto por uno largo; de jugar en la calle pasó a jugar en el Llanillo y se moceaba por la Cancula. El niño comprendió algunas cosas; otras, no. ¡Cosas que pasan!

lunes, 12 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mi primera palabra

                                   

Fueron  un puñado de horas, juntos, en la terraza de su casa. Un día se lo contaré a mis nietos – como, cuando el Maestro Alcántara, me contó que estuvo, en Valparaíso, con Neruda -. Al frente, la Torrecilla. Se pierde, la vista, por campos verdes de cielo abierto y limpio. Es mayo de rosas, amapolas y  trigos. Los jardineros peinan los pinos. Al frente, entre la bruma, lejana, la mar.

Habla y habla Antonio. De otro Antonio y de Modesta; de Jesús y de José; y del niño que pregunta y del tío Manuel; del Molino y del Guadiamar que mojaba las piernas a las cañas, de  los “rizos de la tarde”, de besos, melancolía, sentimientos.

Y cuenta del niño que pide un diccionario porque tiene hambre, literalmente, hambre de saber y de llegar a donde no llegan los otros niños,  y acierta el jeroglífico: “niño, ¿tú como sabes eso?” Y del pajarillo que quiere campiñas para vuelos más largos.

De “Mi primera palabra” tomo: “Yo, aquí, junto al mar, soy / marino aventurero, / cansado de mareas, de los vientos. / Pero con la querencia al mar abierto” Lo copio.  Hace un rato que la noche decidió echarse a andar los caminos. Me pregunto: ¿existe la premonición?

Me llega el libro como todas las cosas buenas: sin sentir. Porque sí. Antonio lo ha querido. Me vuelvo a sus versos: “Dejadme / vagar por el aire / porque ustedes no entienden mi viaje”.

Dice el poeta que se bajó al mar y tuvo un  presentimiento: “en la espuma vendrían tus besos...”. Vino, también, sabor a sal, y una barca de recuerdos, y mareas y el marinero, aventurero, cansado de los vientos, esperó – “que te estás haciendo viejo”-, la voz enamorada que le ofrecía su puerto.


Escribe Antonio, Antonio García Barbeito, “Mi primera palabra” cuando no había llegado a los treinta años. “A mis padres; porque la primera cosecha / la merece la tierra que la da”, dice la dedicatoria.  Su padre se paseaba – cuenta  – con el libro de la mano. Amén.

domingo, 11 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. D'amore si muore


                                  

El amor es el hilo que conduce la novela. “La chica que sonreía con los ojos”. Antonio F. Ortiz, (Ed. Círculo Rojo)…México, Málaga, Álora, Santiago de Compostela…,¿ lo demás?, ustedes lo averiguan.

Comenzó el día con el primer aire de terral de la primavera. El canario ventanero de mi vecina porfiaba con los pajarillos libres que se las andaban por la jerriza del Peñón Gordo (que por cierto no aparece en la novela) y uno se enganchó: “Y de tal modo procedían…” Es el comienzo. Acabo de terminarla.

Juega Antonio con la mitología, la música (sigo sus consejos de cuando la presentación y me ambiento con las piezas reseñadas en el relato), el vocabulario y el deambular por lugares que, el autor, conoce tan bien, que las pone en la boca del protagonista si es que autor y protagonista, no son los mismos.

Aporta - uno es un neófito en esos temas - un vocabulario mexicano extraordinario: güey, mesera, nomás, chingar… y los alterna con una larga relación mitológica: Hermes, Afrodita, Atenea, Antígona, Hermón, Mercurio, Mirra, Círinas, Cencreide…

No es este artículo – obvio – un crítica a la novela; no es un laudatorio al autor; no es un reventarle el contenido al lector que paseará sus sentimientos para compartirlos con Gon  (Gonzalo Lourerio), Alex, Alba, Blanca, Loli, Bernabé… No. No va por ahí.

Me ha parecido un canto sublime al amor; un derroche hacia lo que se admira, se quiere y se desea. Decía Antonio, la noche del Cervantes en la presentación – en el Cervantes, también ocurren, los hechos cruciales de la obra: “D’amore si muore” – no les pregunten el final a mi padre, comentaba: se lo dice. Yo, tampoco, lo hago.


Este autor promete. Vendrán – estoy seguro – otras obras. Sorprenderá porque es joven y tiene qué decir y sabe hacerlo y porque es como la “Estrella errante” (Wandering Star) de Sam Wghtman y que Lee Marvin llevó al cine. Él, ahora, la ha llevado a las páginas de una novela: “La chica que sonría con los ojos”.

sábado, 10 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La de los toreros machos.



A la hora que llegues la ciudad te tendrá reservada alguna sorpresa. Sabrás que has entrado en tierra de leyenda. Camina en paz contigo mismo. Pedro Romero, en  piedra, te verá pasar, como a los grupos de guiris. Al fondo, la serranía, entre velos de niebla, da apellido a Ronda.

Entra, si quieres, en los soportales del graderío de la Real Maestranza: Los han convertido en museo taurino. Cabezas de toros disecadas, capotes de paseo, trajes de luces, carteles, notas, sueltos...

Dedícale tu atención a un libro de “Oficios de Semana Santa”. En sus guardas dice con letra clara “Soy de Pedro Romero. 1834”; a la navaja – asta de toro y hoja de acero – de Reverte al que la novia, según la copla, bordó un pañuelo “con cuatro picaores, Reverte en medio”; a los documentos de “Pedro Guillén, único torero muerto en esta plaza”; a las fotografías de. Maestro Ordóñez con Hemingway y Orson Welles; a una preciosidad en bronce que recoge el momento del arranque del toro. La firma Mariano Benlliure... En cerámica unos versos del maestro Villalón:

       “Plaza de Toros de Ronda

       la de los toreros machos…”
      
Descubre Santa María la Mayor y en la plaza a la que se abre su puerta principal la paz con que Ronda ha sabido arropar a sus hijos preclaros: Vicente Espinel, el del Pícaro Marcos de Obregón – hay quien dice que es su biografía -, el de la “séptima o espinela”. Ahora, con busto coronado de laurel, oye  -que no escucha- impasible las campanadas de la iglesia.

Recorre la balconada del Tajo. Siente la sensación de vacío bajo tus pies; graznan las grajillas: aprovechan las corrientes de aire para planear sus vuelos, el Guadalevín, los molinos, a media ladera…


Debes ir a la Plaza del Socorro y degustar las yemas del Tajo. Hazlo. Después baja a la judería. Ándala, es la mejor manera de conocerla. Vete hacia donde la Posada de la Ánimas. Pocos nombres tan evocadores y emotivos. Déjate envolver; piérdete, sin rumbo ni hora, por sus calles. Al regreso comprenderás porqué Rilke -y tantos otros- sintieron, como tú, su hechizo.

viernes, 9 de mayo de 2014

Un hoja suelta del cuaderno de bitácora. La máquina era de color amarillo


                    

Siempre la pintaban con una guadaña en un prado segando flores. Siempre iba vestida de negro, con una cara horrorosa y de muy mala pinta. Siempre actuaba, de manera indiscriminada, sin conocer a nadie y a cualquier hora…

Se ha vestido, para la ocasión, de amarillo, y en la mano llevaba el volante de una máquina retroexcavadora; en la otra, un microbús. Estaba en un prado, sí. El prado extenso de la Comarca de La Serena, cruzado por la carretera que pasa por Puerto Hurraco y va, desde Castuera a Monterrubio.

Dicen, los que saben, que La Serena con un clima extremado (más de 43º en verano y, a veces, hasta -4º en los días de invierno) tiene una vegetación especial de espinos, cardos y avenas. Alimenta a las ovejas merinas y se refleja en su leche. ¿Consecuencia?: un queso exquisito, huntoso, único. No se da en ninguna otra parte de España…

Ahora, resulta que La Serena tiene también otras producciones: “cannabis y cocaína”. El cannabis procede del Himalaya y la cocaína de los Andes colombianos. De tan lejos y llegan   – a otras partes de España, también- a La Serena. Los jóvenes y – menos jóvenes, 37 años cuenta el periódico que tiene el conductor de la retro- buscan la felicidad en su consumo.

En la carretera larga, como larga va a ser la pena de las familias, de los amigos, de los vecinos de estos muchachos, se ha apostado la muerte una tarde de primavera. El sol ya se iba. En la tierra, lavada por la erosión, la pizarra silícea se hace puntiaguda. Es intransitable. Es una tierra que  parece que “produce piedras”.


Esta vida está llena de contrastes: en Castuera rezan a la Virgen del Buensuceso; en Moterrubio, a la de Consolación. Puerto Hurraco se sacude de la losa de un recuerdo durísimo en la España profunda y, desde ahora, Monterrubio tiene otra. Otra  más. Es el resultado – “no pasa nada”-  de faltarle al respeto a unas normas de circulación. 

jueves, 8 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. De gloria y Oro

                                              

La tarde no estaba de malva y oro, ni de percales, ni lentejuelas, ni capotes de paseo con aires recamados, ni de clarines que rompen con ese sabor especial de Maestranza como, sólo, lo hacen en Sevilla. La tarde estaba para mandar a la enfermería a un hombre y lo mandó.

El hombre se llama David Galván. Tiene aires salineros de la bahía de Cádiz y pinta de ángel escapado de cualquier cuadro de la pintura del Siglo de Oro. Lo conocí una tarde que sí apuntaba a primavera, a campo en sazón, a flores a voleo, en Fuente Ymbro. Precisamente un toro de allí, se lo ha llevado por delante aquí.

Ricardo Gallardo tomaba notas; a un lado Barbeito – que era quien me había llevado – al otro, uno que abre los oídos y escucha y escucha. Tientan Padilla y Galván. Becerras bravas, con encaste… Meten los riñones. Los maestros opinan; abro los ojos;  los vuelvo abrir y, a veces, pienso: “pues es verdad que existen los Reyes Magos”.

Dicen los tópicos que el Giraldillo se asoma al albero que traen de Alcalá cuando le place; que el río mueve la brisa cuando quiere y, dicen, los que saben, que el arte hace mucho tiempo que vive en La Maestranza pero  que, miren por dónde, entre unos pocos se han empeñado en aburrirlo y echarlo. Verán lo que hacen.

Se han empeñado algunos ganaderos en sacar toros como quien saca doradas de las piscifactorías. No se van a vestir de gloria y oro. Enmudecen los clarines: Se fueron Romero y Ordóñez; Belmonte y Joselito; se fueron leyendas…


Habla el parte médico de la trayectoria, de muslo perforado por el pitón, de operación en la enfermería, de hospital. David tiene sitio en el cartel del domingo en Madrid. Alguien cuenta que los toreros se recuperan antes que nadie de una herida. ¡Suerte, Maestro!

miércoles, 7 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Aquel hombre

                                              

Consultaba siempre el ‘Zaragozano’ porque gustaba de tener información del tiempo que haría durante todo el año. Gustaba de ir con el pie cambiado; regaba de noche, cuando todos dormían;  conseguía los pepinos más tempranos y sus hoyos de tomates eran los mejores del contorno. Usaba pelliza los días de frío. Tenía mal genio. Conocía las fases de la luna y todo lo que había que hacer y cuándo en el campo.

Bebía aguardiente matarratas, tan fuerte que, cuando a los niños nos mandaba  por una botella a la cantina rehusábamos, de manera espontanea, darle el trinque de rigor. Estaba, aquel aguardiente, horrorosamente, malo. Fumaba ‘Ideales’ y en las noches de verano dormía en un catre debajo de la parra.

-     -     Echa un cigarro, me dijo. (Era una tarde de comienzos de verano). Yo lo hice con mi abuelo y, tú, lo vas a hacer conmigo.

Buscaba verdolagas en las correderas del maíz para los pájaros perdices. Las  picaba; las ponía, con sumo cuidado, en el comedero del  terrero. Cada pollo tenía su nombre y nunca le faltaban un par de recambios nuevos…

Cuando levantaban la veda los mudaba a la jaula. Con la sayuela puesta y, metidas en un cujón del serón de la yegua, las tardes de sol tibio de otoño las pasaba en el puesto - era cazador de jaula -  en las lomas de Virote…

En las noches largas de invierno hacía con sus manos figuras en las sombras proyectadas por los dedos en la pared. La candela de la chimenea, la fantasía y el candil ponían todo lo demás. En las casuarinas que orillaban – las cortaron cuando la electrificación del ferrocarril -  la vía, cantaba el autillo. Luego, nos rendía el sueño.


Una tarde soleada de abril se sentó a la recacha. Una neumonía, y los años se lo llevaron. Aquella noche, mientras lo velábamos, se olía a primavera. Los hombres -vecinos, otros que venían a cumplir y la familia que acudió - se calentaban a la lumbre. Comentaron, que la floración ese año, apuntaba a buena…

martes, 6 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Porqués sin respuesta

                                          

Anoche, - ya se había recogido el último mirlo noctámbulo – puse como música de fondo, un rato, a Schubert… A uno a veces se le ocurren cosas raras, muy raras. Miré al cielo, apuntaban las primeras estrellas. El cielo estaba limpio, de turquesa pasó a azul; de azul a azul oscuro y, luego… Luego era ya una alfombra punteada con fondo negro.

Pensé en el amigo que las ha pasado muy mal. Primero horas largas – en las que no anda el reloj – en la puerta de la Unidad de Cuidados Intensivos; después, la esperanza del informe médico, la noticia que no confirme, la vida que se abre, los porqués que no tienen respuesta.

Ha pasado un coche por la carretera con una música de pastillón a todo volumen. Contaminan. Eso es, también, contaminar. Ahoga a Schubert pero no me ahoga los pensamientos de cariño hacia quienes lo han pasado tan mal con una pesadilla no merecida.

Con noche cerrada la luna, en cuarto creciente, apareció en su camino particular: desde Los Lagares, cruzó por Las Lomas, y Virote y el río, pero como va tan alta y el río con tan poca agua, se han ignorado, ambos dos.  Por los cerros de Mariano ‘el Polo’ se perdió por detrás de la sierra. Otros hombres la esperarán, también, en su soledad y en sus preocupaciones.

La noche está en calma. Dentro de un rato, las lechuzas buscarán en los palomares; escucho el silbo de los búhos. Planean ya sobre las huertas;  los mochuelos, en la falda del Hacho ya tendrán repartidos sus quehaceres: “tú para la parte de la Isla; tú, por la Cuesta de Río; tú, por la Miguela y el Baece; tú por el Peñón del Lirio; Tú al Morquecho…” “Tú, - cuando el mochuelo, viejo que asignaba tareas, según contaba Juanito Rivas, lo vio - Tú: al algarrobo del cebollino”.


Me sonrío. Tengo un recuerdo para Juanito que ya hace mucho tiempo que falta a los tintos de la Peña y para Fernando, y para Diego y…, y, ahora, sigo pensando en los días de angustia que han pasado mis amigos y en los porqués sin respuesta.

lunes, 5 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Abilio, Gregorio y otras cosas

                                  

Ocupan la barra. Casi al completo porque es pequeña y no da más de sí. Dos parejas: ropa buena, selecta, de marca y para la ocasión, las mujeres; informales - sin corbatas -, ellos. Hablan entre sí; tres hombres solitarios; otro hombre, también solo… Desde detrás de la barra Abilio saca brillo a unas copas de cristal ya impolutas, relucientes…

-          Buenas…

-          Buenas noches, don José. Contestan, al unísono, el padre, y Gregorio que atiende en sala. ¿Tomará algo mientras vienen los demás?

Pido una cerveza. Fría, muy fría. Desborda la espuma blanca, la superficie de la copa. Con una pequeña raquetilla, retira la espuma sobrante. Me ofrece la carta de aperitivos…

Van llegando. Saludos, golpes, suaves, cariñosos, en la espalda… Se enganchan al carrusel del picoteo. Alaban la excelencia de la casa. “Abilio Pedro, tiene una mano en la cocina”…

-          Los hijos de Alfonso Díaz, les digo, han abierto un supermercado, en Poca Agua, “Los Gaitanes”. Desde el sábado. Se han armado de valor. Surgen más comentarios.

-          A esa gente, y a ésta, - alguien señala, a la Casa donde estamos - es a la que hay que apoyar.
-          Por supuesto. Tienen toda la ilusión del que comienza. Pepe y Alfonso, los vi, el otro día, me dicen, que van a intentar potenciar productos locales.

La conversación toma otros derroteros. Hablamos de la excelente  colección de fotografía que, Marisa Segura, hormiguita durante todo el año, ha conseguido reunir y la muestra con motivo de las Jornadas Culturales del Cervantes. Una verdadera manifestación de etnografía…

-          Otra Marisa, - dice alguien-  tiene ideas muy claras en cuanto a lo que debe ser la estética y la restauración en los pueblos viejos andaluces.

-         Como también, las tienen, apuntan, “El Monta” y “El Bilba”. Ofrecen calidad y  mucha seriedad en la construcción.

-          ¿Sabes?, Pedro Cruzado ha traspasado fronteras – vende, on line, a medio mundo - desde su ‘Fabrica del Calzado’; Paco López ha roto moldes…

-          ¿Has leído ya “La chica que sonría con los ojos” de Antonio F. Ortiz?

-          Aún, no. Estoy a la captura de la novela.


Gregorio dice que podemos pasar. Nos sienta, nos ofrece la carta: ¿‘tomarán vino? Pedimos. Hablamos del pueblo, y de otros muchos más del pueblo. Hablamos y hablamos….

domingo, 4 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ignacio.



                                               Hay varias maneras de ser hombres; la mejor, ser niño.

A las cinco menos cuarto en punto – no es Lorca- abre el portero una puerta de madera protegida por una cancela de hierro. Tiene el portero amputado el brazo de derecho, está entrado en carnes, y unas gafas de muchas diotrías. Las madres esperan, apagan los móviles, y entran.

Cruzan un pasillo y otro, y un patio y llegan a la clase, porque los niños aguardan dentro de las aulas a que vayan a recogerlos. Los chiquillos miran a la puerta y, con cuidado guardan sus cosas…

Las calles están llenas de coches. Los niños se cogen de la mano de la personas mayores… Mateo – un niño rubio de pelo largo y lacio- corre por la acera. Lo llama su madre. Mateo no obedece y corre y corre…

-        -   Mateo es muy desobediente ¿no, abuelo?

-       -   Sí. Los niños que no hacen caso son desobedientes.

Esperamos el cambio de semáforo. Se detienen los coches, cruzamos.

-       -   Pues, a mi amigo Marcos, lo cogió un coche porque no respetó el semáforo
-          - ¿Sí?
-       -    Sí.
-         -  ¿Qué le hizo?
-       -   Lo llevaron al hospital y, María – María es la maestra, joven, agradable, sonriente siempre – nos dijo que tenemos que respetar los semáforos.

Acera arriba, antes de torcer a la derecha:

- Abuelo ¿te acuerdas cuando compramos una botella de agua en el quiosco y a Paqui se le cayó al suelo?

-  Me acuerdo.

El quiosco lleva meses cerrado; ahora, la parada es en el ‘Chino’. No abusa, - los nietos no abusan nunca – pide unas chuches que son muy raras, azucaradas, pringosas…

En el metro cuenta las estaciones. Las conoce todas. Mira por la ventanilla en la oscuridad la pared que casi nos roza de pura cercanía…

-        -   Abuelo ¿te pregunta por mí el pajarito pinzón?

-      -     Sí.

-        -  ¿Y tú le dices que soy bueno?

-          Claro.

-          - Y, ¿tú ves al pajarito pinzón?

-         -   No.

Una señora le dice que es un niño lindo. No se corta. Responde.


-        -  Es que soy mayor, ya tengo cinco años…

sábado, 3 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tunos


Se han llenado, este fin de semana, las calles del centro de Málaga con las notas diferentes, pillinas y pincantes de una concentración de Tunas de toda España y Portugal. Colorido de cintas y becas; capas largas; laúdes, panderos, bandurrias y guitarras han puesto música de otros años por el centro cosmopolita de una ciudad muy vieja con Universidad nueva.

Han cantado, las Tunas, recuerdos de bocas lindas, con labios como claveles, y con mocitas empeñadas en no darlos y, el tuno, en que sí… Nos ha recordado que en Santiago, donde dicen, que la lluvia es arte, siguen las calles mojadas por el llanto de la niña. ¡Ay, del amor perdido!, y que Fonseca sigue triste y sola…¡Lo que son  las  cosas!

Han venido con un fin filantrópico excepcional: ayudar a los niños con problema oncológicos. ¡Chapeau, tunos! Ante eso uno quiere que se sigan enredando en el viento las cintas de las capas estudiantiles que se mueven por algo tan noble. Dice el periódico que ha sido la Tuna de Magisterio quien ha movido el encuentro.

Qué lejos  queda aquella vieja Escuela del Ejido, y las prácticas con don Pedro Correa y alumnos de colmillos retorcidos: “Práctico o caramelos de los buenos o ya sabes lo que te espera”; la excelencia de don Rafael Vela, de doña Manuela, de  don Rafael Bravo, don Pío Verdú, doña Coral Parga, don Álvaro, doña Angustias… “¿doña Angustias, qué le han echado los Reyes? Unas botas… ¿Otras?”


Se las han andado, por la Judería, por la plaza del Obispo, por el novísimo Museo Thyssen o por el remozado teatro Echegaray – algunos españoles escribieron a la Comisión de los Nobel, informando que no era merecedor del premio - ¡País! Los tunos,  han puesto otro color, el de la generosidad y la música. ¡Viva la Tuna!

viernes, 2 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ¿Qué comemos?

                                   

Venía todas las ferias. El hombre colocaba su puesto en lugar por donde transitaba más gente y en cuanto se iba la luz del sol comenzaba a ambientar el entorno con olor a carne asada. Nos acercábamos los muchachos – y otros, que no tanto- y era la primera cerveza y el sabor de algo distinto. El ‘moro’ de los pinchitos tenía una  gran aceptación.

Han proliferado, también, los kebabs en muchos barrios antiguos de las ciudades que quieren recobrar el encanto y el sabor de  tiempos pasados. Se ubican en las equinas, en calles estrechas, junto a otras atracciones culturales: museos, pubs, o tabernas cortadas por el mismo patrón generalizado por la franquicia.

Acaba de saltar la noticia en Inglaterra. Han tomado muestras a 145 ofertas de comida; 45 no son carne cordero (comida principal para el kebab), ni de pavo ni de pollo ni… No señor. Es una carne de extraña procedencia. Leo: puede ser carne de gato o de rata.

Ante eso saltan dos preguntas: ¿dónde está la autoridad sanitaria?, y ¿qué comemos? Dicen que es para abaratar costes porque las otras carnes son más caras y el mercado estas las ofrece a ‘otros’ precios más asequibles para el consumidor.

Desde que el Nini y el Tío Ratero, llevados a la novela por Delibes… Las Ratas. Las cazaban en las cárcavas, en los ribazos y en los tesos. Era la miseria, era la pobreza contra una sociedad que los apretaba y los marginaba. ¿Ahora? Ahora parece que no es por eso sino por la moda de comer otras cosas.


El mercado se ha puesto muy exigente. No puede haber una pera con una larva en su interior, ni un tomate picado por los grillos, ni una lechuga comida por caracoles, ni un limón con una pinta… Todo tiene que ser perfecto ante la vista y,  luego, viene lo que viene ¡a saber, qué comemos! 

jueves, 1 de mayo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Los niños

                                               

Los niños de la calle aquella eran como todos los niños del pueblo, pero diferentes. Jugaban como todos los niños pero siempre tenían ocurrencias que a otros no les venían ni por asomo y, además las llevaban – o intentaban – llevarlas a buen término.

Una tarde de verano, calor tórrido, asfixiante y todo en calma tuvieron una idea genial. De la alacena de la abuela, una señora mayor, enjuta y enlutada, tomaron un bote vacío de melocotones en almíbar que alguien había llevado como regalo cuando su hermana tuvo anginas.

Dicho y hecho. Subieron por las Chozuelas. Una vez coronada la calle, giraron a la izquierda, y por la calle del Puerto enfilaron camino a la sierra. En La Viñuela nuevo giro y tomaron subida por la jerriza hasta el Hachuelo.

Dejaron atrás la tierra de labor. Los olivos estaban ya con la aceituna como pezoncillos de muchacha adolescente y, con el sol de retirada de la tarde ofrecían unas sombras escuálidas, raquíticas, si a aquello podía llamarse sombra.

Coronaron el Hachuelo. El pueblo ya se veía abajo, encalado y silencioso apurando las últimas horas de una siesta larga como un día sin pan, lenta como un centrocampista argentino, interminable como los días de escuela…

Con pericia levantaban las piedras. ¡Aquí hay uno! Con dos cañitas, con mucho cuidado, y atacando por los flancos, lo cogían y, a la lata… ¡Otro! y ¡Otro…! Anduvieron medio cuchillo de El Hacho…. El bote casi hasta arriba.

Bajaron gozosos, tan de puro gozo que casi se les secada el sudor. Había que repartir el botín.  Antes de llegar al mercado de abastos, en la esquina con  Cantarranas, conforme se bajada la Chozuela, en la puerta del Cuartel y en el cruce de la calle Carmona – porque  casi todos  vivían en la misma calle o en el cuartel, sobre la solería de rellano …

El Guardia de Puerta los ve agolpados, hechos un ovillo…

 “Niños, ¿qué tenéis ahí?”

-“Na, alacranes”

Salto atrás del guardia sin saliva.


“¡Qué…! La madre que os parió…