MUÑOZ ROJAS Y BARBEITO
El maestro Barbeito, a raíz de
mi artículo sobre Muñoz Rojas me envía esta joya literaria, publicada cuando
cumplió las jornadas de su camino. No le he pedido permiso para publicarlo. Sé,
como tantas otras cosas, me lo va a dar… De entrada. lo he leído dos veces; ahora
lo haré unas cuantas más…
Julio, 11 viernes
Muñoz Rojas
Tendría que llover seguido, lento,
sin que la lluvia reparara en aguas;
que por los cerros las escorrentías
reptaran como sierpes de aguacero
y llegaran al río, presurosas,
a devolver lo que el vapor sustrajo.
Tendría que llover hasta quedarse
preñada de trillizos esta vega.
Que el Dios de octubre, campesino y fuerte,
zamarreara nubes en el cielo
hasta que el agua barbeara lindes,
hasta que rebosaran los tinteros
donde la Mano escribe la otoñada.
Tendría que llover, porque la savia
del olivo no puede darle teta
a tanta niña verde como acude
a sus pezones interiores. Vienen
de cuando en cuando, de la mar, las nubes,
estampan el celeste, ensayan lluvia
aprovechando el viento de poniente,
pero al final, amagos, cuatro gotas
que ni medio bautizan la sequía.
Quema el sol de las cinco, recordando
lo que fue por agosto, por septiembre,
cuando el racimo verde se escondía
para que no se le incendiara el vino.
Refresca por la noche, pero apenas.
Y amanece la tierra sin blandura.
El pan de oro pinta por las viñas
hojas de cobre que le dan al campo
copia de manto de una Dolorosa.
La perdiz traza corto, como siempre,
el vuelo bajo, urgente, de su huida;
y necesita el agua, no desea
romper los huevos y mermar el nido.
Sedientos los barbechos, ¿qué semilla
no le teme a la siembra que se aguarda,
si el jugo no la espera en el cuaderno
de la besana escrita de terrones?
El olivo sacude su cabeza
como llamando lluvias frente al viento.
Tendría que llover como llovía,
como sigue lloviendo en la memoria
de los otoños largos que dejaban
alagados los llanos de la raspa.
Tendría que llover, porque a la tierra,
a la tierra que amó con desmesura,
a la tierra que fue forjando estilo
en su mano de verso y prosa firmes;
la tierra que pisó cuando el rastrojo
le crujía en la planta de sus botas,
aquel duro rastrojo que le hería
el garrón al caballo cuando iba
tan señor y poeta por el campo,
señor de luces interiores, solo,
recolectando luces por el día;
a esa tierra que le prestó el silencio
a su palabra escrita, que tenía
tanta música dentro, recogida,
ha llegado el poeta a darlo todo.
“Sólo eso: pisar, sentir la tierra…”
Sin grandes ambiciones de recreo:
“…que tu perro te busque la caricia /
y el belfo de tu potro el verde tierno”.
Y si pido que llueva no es capricho,
es que a esa buena tierra ya se ha echado
la semilla de un siglo de palabras.
Y habrá de florecerle a Dios un día…
Antonio García Barbeito
Gracias, querido amigo. Un abrazo.
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