Julio,
4 viernes
He
vuelto. Lo hice como a media tarde. El sol - que había salido por Antequera -
ya se iba. Se iba… por la carretera andando, camino de Sevilla, de las
marismas, de América. ¡Qué sé yo! Sólo sé que he vuelto y, no es poco.
He
vuelto solo. Como uno tiene que ir al encuentro con el amor, con el recuerdo,
con los sueños o consigo mismo… Me subí a Santa María. Sigue siendo la misma.
La ciudad pinta con rayas de blanco sus tejados; se recuesta desde el Cerro de
la Veracruz a Capuchinos y deja, abajo, como un sueño aparcado, su Vega.
Antequera
es Renacimiento y Barroco. Los libros dicen que lo primero fue lo primero… Si
nos remontamos a viejo hay que irse al Romeral, y a Viera, y a Menga. Antequera
- Pedro Espinosa de espaldas a Santa María sigue con su lectura abierta – acoge
al Efebo y a la Venus del museo y a Toral. Miren, de cerca, el San Francisco de
Mena…
Dormita
el Barroco en el Carmen, en los Remedios, en San Agustín, en Santiago, en Belén…
Araña vientos el Giraldillo en San Sebastián; se hacen fuertes –hay que pasar
la noche- espadañas, torres y veletas. Antequera la de las una y mil iglesias.
Conventos, frailes y monjas, curas que rezan, y el pueblo, siempre el pueblo
que espera.
Tiene
dos ríos Antequera. El de la Villa, viene del Torcal; el otro, el importante -
el Guadalhorce – nació entre calizas, casi al alcance de los Alazores. Está
llamado a fertilizar otras vegas. Naranjos, limoneros, azahar en abril y noches
de embrujo y, allá a lo lejos, tan lejos, Málaga… Iba - el río - para otros
sitios y a mitad de camino, se dio media vuelta.
He
vuelto a Antequera. Estaba allí, esperando. Era como a yéndose el día. Se
encendían las luces; no se aminoraba la calor. Ya se sabe lo que es el verano
en Antequera.
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