miércoles, 16 de julio de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mi vecina de enfrente

 




Julio, 16 miércoles


Escribió mi entrañable maestro Manuel Alcántara que la Virgen de Gracia era su vecina de enfrente cuando él era niño. Está en la pequeña capilla de la esquina de la calle del Agua con la de la Victoria, cerquita del Jardín de los Monos de donde arranca un abanico de calles: Ferrandis, Amargura, Compás de la Victoria, Cristo de la Epidemia… En uno de los laterales el antiguo lazareto de San Lázaro.

Desde mi ventana, el convento de Flores es mi vecino de enfrente. Allí, en su camarín de yeserías recibe veneración, culto y un chorreo de visitas diarias la Virgen que da nombre al santuario, al partido y al convento. Vino con los hijos de Encinasola (Huelva) en 1484 como quien dice ayer tarde…

Su espadaña se recorta como algo único al pie del Hacho. A media ladera - “parece Mesopotamia, me dijo el maestro Barbeito - entre la arenisca que nos corona y el verde de la vega verde todo el año y echada a sus pies.

A los lejos, a la izquierda, la mole caliza de la sierra de la Huma - la sierra del Valle para otros - y esa sucesión de montes que nos cierran (como los Pirineos que nos separan de Francia cuando se estudiaban los límites de España) de las vegas feraces, ubérrimas a las que damos en llamar depresión del Guadalquivir, campiñas de Córdoba, Vega de Antequera…

Cierra, casi a sol naciente, el paisaje lejano El Torcal. El Torcal es algo serio. Siempre ahí. Siempre misterioso donde cada año se pierden un par o varios pares de senderistas sorprendidos por la niebla o porque no supieron seguir las rutas marcadas por las flechas. Todos, si ‘salen’ por su pie, lo hacen por el cortijo de los Navazos, junto a los Prados de Eslava donde nace el arroyo de las Piedras.

El Cerro de la Fiscala, la Farola, el Cerrao, Santi Petri…en sentido descendiente buscan la mar. No se ve, pero se intuye, y en las Cruces, hacen que se den la mano los términos municipales de Álora, Almogía y Cártama y, un poco más abajo, el arroyo Rabanero, el del cante por verdiales. Sí, aquel de Juan Martin, “el Capitán”: “En el arroyo Rabanero / el dinero es el que pita / se echa una novia un obrero / viene un rico y se la quita”.

Y en medio, el río, el nuestro, el Guadalhorce y, a ambos lados, entre los limoneros, salpicadas, multitud de casitas blancas echadas a voleo y, el río que se pierde y busca donde es su morir natural, porque herido de muerte va y no por decisión de él, sino de Otro. Ustedes me entienden.


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