lunes, 21 de julio de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ¿Los santos son bichos raros?

 


                         Úbeda. Lápida en recuerdo de san Juan de la Cruz

 

Julio, 21 lunes

 

Estaba en la Peñuela, hoy La Caralina; entonces, un “desierto” o sea un convento de los Carmelitas Descalzos que ponían sus oratorios separados de las poblaciones en lugares apartado y solitarios para llevar mejor la concentración en sus rezos y vida de eremitas.

Dijo que Úbeda. La enfermedad recién iniciada, avanzaba. Tenían que trasladarlo a Baeza o a Úbeda que era donde había mejores médicos y trataban a los frailes enfermos. Éste no era un fraile cualquiera. Era diferente por todo, en todo y por más cosas. Además de ser el mejor poeta místico de la Literaturas Españolas, era, un santo, de los de verdad. Se llamaba Fray Juan de Yepes. Luego, san Juan de la Cruz.

Dicen sus biógrafos que era el 28 de septiembre de 1591. Él quería mucho a Baeza. Fue el fundador y primer rector del colegio universitario. Además, estaba de prior una persona muy estimada, fray Ángel, un discípulo que está seguro que lo iba a mimar y a cuidar. Pues no; dijo, que a Úbeda.

¿Por qué? porque allí la gente lo iba a dejar más tranquilo en ese final de su vida que él ya adivinaba próxima y para más colmo está de prior “Crisóstomo” (Pico de oro), amigo de Diego Evangelista y a quienes Fray Juan había reprendido en Sevilla porque andaban más tiempo del preciso fuera del convento de picos pardos.

Iniciaron la marcha hacia Baeza (donde se quedaría otro fraile) y Úbeda una fresca mañana de otoño. Bajaron buscando el Guadalimar. Al medio día, descansarían bajo el puente de Ariza. El mozo les preguntó que se le apetecía comer porque se negaba probar las viandas que llevaban.

- Si hubiera espárragos... dijo el fraile.

- No es tiempo de espárragos. Replicó el hombre que servía a Juan de Cuéllar, dueño de mulo en que retornaba después de haber dejado a otro fraile en La Peñuela. Salió y dio una vuelta. Al rato, regresa con una pañeta de espárragos. Le pregunta donde la ha encontrado. Sobre una piedra, le dice. San Juan le manda que deje cuatro maravedís en el mismo lugar…

Al atardecer llega al convento, los jóvenes que ha oído hablar de él y algunos frailes mayores conocidos lo reciben con gran alborozo. Comentan con extrañeza (no es época) lo de los espárragos. El prior, no. Lo aloja en una habitación pequeña con todas las incomodidades posibles. Le reprende en público, lo humilla y le afea que llegue con retraso a los actos de la Comunidad.

El cirujano toma cartas en el asunto. Da cuenta de la gravedad. La erisipela inicial va a más; el cuerpo se llena de pus y heridas. El dolor tremendo. Manda llamar a los frailes – catorce o quince – cantan el De profundis. Hoy, dijo, "Hoy estaré en el cielo diciendo maitines". Fueron sus últimas palabras. Muere, pasadas las doce de la noche, del 14 de diciembre de 1591, con 49 años.


Fuente:

- José María Javierre. Juan de la Cruz. Un caso límite. Ed, Sígueme. 1992

 

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