A mi amigo Pablo Pérez que se interesaba hace unos días por las hornacinas vacías.
Julio,
31 jueves
El
templo de la Encarnación de Álora es la obra religiosa de más enjundia de la
localidad, seguida, pero sin su magnificencia, del Santuario de Nuestra Señora
de Flores en las faldas del monte Hacho.
Sustituyó al primitivo ubicado en el castillo de las Torres después de la toma en 1484 por las tropas de los Reyes Católicos. Se levantó fuera de las murallas en una tierra rebajada (la orografía se imponía) durante el siglo XVII, de 1600 a 1699. Se iniciaron bajo el mandato episcopal de Tomás de Borja y Castro (1600-1603), hermano de san Francisco de Borja. Se concluyeron en 1699. Gobernaba la diócesis (1693-1704) Bartolomé Espejo y Cisneros, según leyenda en frontispicio del Arco Toral.
Escudo Episcopal
de F. Antonio Enrique de Porres
La
fachada principal es de gran sencillez, de trazado manierista (el templo atribuido
a Pedro Díaz Palacios, maestro de obras de la Catedral). Tiene un arco de medio
punto en tres pilastras toscanas; un balcón (Balcón de los Beneficiados, punto
civil en un edificio religioso) y rematado con el escudo de fray Antonio
Enrique de Porres (1634-1648); la torre campanario es sobresaliente. Tiene
cinco cuerpos, el que remata, según la profesora Rosario Camacho, posterior.
En su
fachada, aparecen dos hornacinas vacías. Encierran dentro de su desnudez
momentos importantes de la historia de Álora. Tiempos de desencuentros (ya se
sabe, dos Españas) en el siglo XIX
En la
primera, con marco de mampostería, (primer cuerpo de la torre) tras aprobarse la Constitución de 1812 los
liberales colocaron una placa con el nombre de “Plaza de la Constitución”. Cada
mañana amanecía con pellas de barro, porquerías y otras manchas. Padeciendo el
talante “democrático” de la otra parte decidieron ponerla un poco más alta (tercer cuerpo) donde no llegase con escobones ni con cañas o escaleras.
Hicieron
la hornacina con piedra de arenisca, idéntica a la usada en la sillería de la
torre. Por el pueblo comenzaron a circular unos versillos que recogen un
diálogo entre la placa y un transeúnte: “Niña mía, que ha pasado / ¿por qué
estás a esa altura? / ¿Qué ha de ser?, que ya no me limpia el cura / y mis
hijas las comuneras me han colocado donde me ves”
Cambia
el Régimen. Entran los absolutistas. Fernando VII, en el poder, en agosto de
1820, según cuenta don Antonio Bootello en la Hojita Parroquial de donde
he tomado esta información, llega el general Gómez Pantisco, con un Escuadrón
de Caballería. No puede llegar a la altura de la placa; la derriba a tiros. En
la piedra permanecen (en el Congreso, en Madrid, también se recoge algo de
tiros, pero en otro tiempo) el hecho en la historia de su piel.
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