Santa María. Antequera
17 de agosto, sábado. Como
los toros bravos, se arranca de lejos.
Alazores arriba, donde Granada
y Málaga se dan la mano…
Nace en sierras calizas entre aulagas y espinos; luego, más abajo, en la Fuente de los Cien Caños, se hace cuerpo de agua y saltarín y se domestica y mira de lejos encinas y olivos.
Por Antequera, barroca y ahíta de arte en iglesias, palacetes y espadañas, con cipreses asomados a las tapias de los conventos de campanas enmudecidas que ya no llaman a maitines de madrugada, amaga con irse hacia otras querencias: al Guadalquivir. Caprichoso él, juega con tierras de fertilidad y muestra de lo que es capaz y en un momento en su vega gira y se va y rompe el farallón de la Sierra de Abadalajís.
Entre naranjos y limoneros, se abre en compases de meandros, y enfila la mar “que es el morir” y, antes, deja toda su vida. Y riega campos de perfumes en primavera y pinceladas verdes en los meses de estío. Y, lo ve irse, también, el pueblo blanco con castillo de cumbre: “Álora, la bien cercada / tú que estas en par del río…”
Veía Federico a los ríos de Granada que bajaban “de la nieve al trigo”. No es el caso para el nuestro. Languidece, ahora, por desidia y abandono de los hombres. Amparados en no sé qué creencias raras lo dejan que se muera con orillas llenas de suciedad y maleza (la vegetación de ribera es otra cosa) y de vez, en cuando, se enfada y el río reclama lo que es suyo, como aquella mañana en la que a Dios se le fue la mano y sembró sus orillas de lodo y muerte. Y arrasó y arrolló, como toro embravecido, todo lo que se le vino por delante. Y a los que tenían que hacer los deberes –limpieza, encauzamiento…- los cogió sin haberlos hecho.
Y cuando amainó el tiempo volvió a donde solía y dejó un cadáver de hierro que hasta un rato antes fue puente. Riada es igual a ruina, a desastre, a hombres recios que esperan de los que no deben esperar nunca – ¡es que es tan doloroso el aprendizaje!- que vengan a echar una mano…
Pide ayudas el río, y la gente
que vive a su vera, y otros que se acercan, porque aquí se cumple aquello que Gerardo
Diego cantó para otro río: “pasas llevando en tus ondas / palabras de amor,
palabras” .
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