sábado, 17 de agosto de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Guadalhorce, nuestro

 

 

 

                          


Santa María. Antequera

 

17 de agosto, sábado. Como los toros bravos, se arranca de lejos.

Alazores arriba, donde Granada y Málaga se dan la mano…

Nace en sierras calizas entre aulagas y espinos; luego, más abajo, en la Fuente de los Cien Caños, se hace cuerpo de agua y saltarín y se domestica y mira de lejos encinas y olivos.

Por Antequera, barroca y ahíta de arte en iglesias, palacetes y espadañas, con cipreses asomados a las tapias de los conventos de campanas enmudecidas que ya no llaman a maitines de madrugada, amaga con irse hacia otras querencias: al Guadalquivir. Caprichoso él, juega con tierras de fertilidad y muestra de lo que es capaz y  en un momento en su vega gira y se va y rompe el farallón de la Sierra de Abadalajís.

Entre naranjos y limoneros, se abre en compases de meandros, y enfila la mar “que es el morir” y, antes, deja toda su vida. Y riega campos de perfumes en primavera y pinceladas verdes en los meses de estío. Y, lo ve irse, también, el pueblo blanco con castillo de cumbre: “Álora, la bien cercada / tú que estas en par del río…”

Veía Federico a los ríos de Granada que bajaban “de la nieve al trigo”. No es el caso para el nuestro. Languidece, ahora, por desidia y abandono de los hombres. Amparados en no sé qué creencias raras lo dejan que se muera con orillas llenas de suciedad y maleza (la vegetación de ribera es otra cosa) y de vez, en cuando, se enfada y el río reclama lo que es suyo, como aquella mañana en la que a Dios se le fue la mano y sembró sus orillas de lodo y muerte. Y arrasó y arrolló, como toro embravecido, todo lo que se le vino por delante. Y a los que tenían que hacer los deberes –limpieza, encauzamiento…- los cogió sin haberlos hecho.

Y cuando amainó el tiempo volvió a donde solía y dejó un cadáver de hierro que hasta un rato antes fue puente. Riada es igual a ruina, a desastre, a hombres recios que esperan de los que no deben esperar nunca – ¡es que es tan doloroso el aprendizaje!- que vengan a echar una mano…

Pide ayudas el río, y la gente que vive a su vera, y otros que se acercan, porque aquí se cumple aquello que Gerardo Diego cantó para otro río: “pasas llevando en tus ondas / palabras de amor, palabras” .



 

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