31 de agosto, sábado. Las
montañas se recortaban en la bruma. Las más lejanas apenas se veían; las más próximas,
emergían en el filo de un prado intensamente verde. La yerba mostraba toda su
exuberancia. Pastaban las vacas. Con la cola intentaban quitarse las moscas del
lomo. Eran vacas de pelo marrón y hocicos blancos. Eran de raza alpina.
La cabaña, de madera, estaba separada
de la frondosidad del bosque que arrancaba, monte arriba, con árboles unidos
entre sí. Era un bosque profundo, oscuro e impenetrable. Había que ser muy
afortunado para gozar de tanta belleza…
La cabaña no era ni muy grande
ni muy pequeña. Lo suficiente para llevar una vida sin exigencias. El hombre
dormía sobre el heno y la yerba seca segada en el esplendor del verano. Era una
cama mullida y tierna. El hombre se tapaba con una manta. Sacó un brazo y
acarició lo que tenía cercano. Se sentía feliz.
De pronto percibió una sinfonía
sorda, continua homogénea. Pensó: ¡está lloviendo! Luego, a medida, que se
despertaba la sensación de que fuera llovía, iba en aumento. El hombre se
despojó de la manta que lo cubría. Ahora, ya sentía la música monocorde de la
lluvia que no cesaba y caía sobre el campo, sobre las montañas, sobre el bosque
profundo y enigmático que se arranca un poco más allá, solo un poco más, pero
donde él solo podía llegar con la mirada.
Se levantó despacio. Se fue
hacia la cocina. Descorrió las cortinas de las ventanas. Eran unas cortinillas
de tela roja y blanca, de cuadritos simétricos. Daban un tono de alegría al
interior. Recibía luz por dos lados diferentes.
El hombre se acercó a una mesa
rectangular. Sobre la mesa, un plato de barro, unos cubiertos, uno canasto con
huevos de cáscara blanca, una tabla con queso… Un poco más allá, casi en el
filo de la mesa, unos botes con mermelada: fresa, arándanos, frutas del bosque.
Al lado derecho un plato tenía unas lonchas de queso simétricamente cortadas…
El hombre sacó de una canastilla
de mimbres una rebanada de pan de centeno. Era un pan oscuro. No tenía la
blancura del pan de trigo. Sobre la rebanada esparció una capa de mantequilla,
luego con una cucharita pequeña le puso mermelada y sobre ella una loncha de
queso.
Miró por la ventana. Llovía. Al
fondo el bosque permanecía inmóvil, enigmático. De pronto sonó el teléfono. Era
el despertador. El hombre se dio cuenta que todo era un sueño….
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