sábado, 31 de agosto de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pan con mantequilla y mermelada

 

                  


31 de agosto, sábado. Las montañas se recortaban en la bruma. Las más lejanas apenas se veían; las más próximas, emergían en el filo de un prado intensamente verde. La yerba mostraba toda su exuberancia. Pastaban las vacas. Con la cola intentaban quitarse las moscas del lomo. Eran vacas de pelo marrón y hocicos blancos. Eran de raza alpina.

La cabaña, de madera, estaba separada de la frondosidad del bosque que arrancaba, monte arriba, con árboles unidos entre sí. Era un bosque profundo, oscuro e impenetrable. Había que ser muy afortunado para gozar de tanta belleza…

La cabaña no era ni muy grande ni muy pequeña. Lo suficiente para llevar una vida sin exigencias. El hombre dormía sobre el heno y la yerba seca segada en el esplendor del verano. Era una cama mullida y tierna. El hombre se tapaba con una manta. Sacó un brazo y acarició lo que tenía cercano. Se sentía feliz.

De pronto percibió una sinfonía sorda, continua homogénea. Pensó: ¡está lloviendo! Luego, a medida, que se despertaba la sensación de que fuera llovía, iba en aumento. El hombre se despojó de la manta que lo cubría. Ahora, ya sentía la música monocorde de la lluvia que no cesaba y caía sobre el campo, sobre las montañas, sobre el bosque profundo y enigmático que se arranca un poco más allá, solo un poco más, pero donde él solo podía llegar con la mirada.

Se levantó despacio. Se fue hacia la cocina. Descorrió las cortinas de las ventanas. Eran unas cortinillas de tela roja y blanca, de cuadritos simétricos. Daban un tono de alegría al interior. Recibía luz por dos lados diferentes.

El hombre se acercó a una mesa rectangular. Sobre la mesa, un plato de barro, unos cubiertos, uno canasto con huevos de cáscara blanca, una tabla con queso… Un poco más allá, casi en el filo de la mesa, unos botes con mermelada: fresa, arándanos, frutas del bosque. Al lado derecho un plato tenía unas lonchas de queso simétricamente cortadas…

El hombre sacó de una canastilla de mimbres una rebanada de pan de centeno. Era un pan oscuro. No tenía la blancura del pan de trigo. Sobre la rebanada esparció una capa de mantequilla, luego con una cucharita pequeña le puso mermelada y sobre ella una loncha de queso.

Miró por la ventana. Llovía. Al fondo el bosque permanecía inmóvil, enigmático. De pronto sonó el teléfono. Era el despertador. El hombre se dio cuenta que todo era un sueño….


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