11 de
agosto, domingo. Tarde tórrida. El termómetro roza el larguero de los 35º.
El maestro Barbeito se las anda por la otra punta del mapa; me manda una foto.
Un prado verde; a sus pies, el Cantábrico. El paisaje idílico. Le digo que no
es mal sitio para pastorear vacas… en verano.
Tengo
cerradas ventanas y puertas. En el Sur es una manera de aguantar la calor. Pienso
qué escribir. Me dejo llevar por el recuerdo. Tiro de archivo y se me viene un
artículo publicado hace unos años. Ustedes perdonen la licencia…
Subimos
por el Sil hacia las cumbres de la Cordillera Cantábrica. En Villablino fue
donde la chica aquella que nos sirvió en el restaurante - ¿te acuerdas? – nos
dijo: “y cuando ustedes vean una estrella de nieve en el mapa del tiempo en el
telediario, ahí debajo, estamos nosotros”. Y nos hemos preguntado algunas veces
qué habrá sido de la chica aquella.
Y
recorrimos la Laciana y la comarca de Luna. Y, desde lejos veíamos Peña Ubiña.
La roca era de un gris casi blanco. Brañas, escobas y piornos. Pastaban las
vacas en las laderas y se escuchan los esquilones como una música lejana y
bellísima.
Llegamos
a Babia cuando era mediodía. Todo estaba luminoso aquel día de verano. No había
gente por las calles. Y, desde allí tomamos el camino de Leitariegos. Atrás
quedaban las tierras altas de León y, ahora tocaba bajar, siguiendo el curso
del Narcea, por Asturias hasta el mar.
Bajábamos
Leitariegos. Habíamos coronado los más de los 1500 metros que dice el indicador
de carreteras que tiene el puerto. Vegetación exuberante. Todo estaba verde.
Regatos de agua bajaban del monte y fue entonces cuando tuviste aquella
ocurrencia, como todas las tuyas, genial:
-
Y ¿si a ti te ocurre algo…?
-
Pues te sientas en la cuneta y esperas a que pase alguien y
te auxilie…
Y, la
verdad como que no te hizo mucha gracia la respuesta. No sé si por lo de la
espera o por lo de la soledad de aquellos parajes. Y, seguimos camino y
llegamos casi cuando caía la tarde a Cangas de Narcea.
Y
anduvimos y fuimos a los lugares que nos había recomendado Roberto y luego como
tú eres más atrevida te pasaste de una a otra orilla, varias veces, por el
puente colgante sabedora del ‘respeto’ que a mí me dan esas cosas me dejaba
anclado en una de las dos orillas.
Naturalmente
me ‘vengué’. Y, al día siguiente nos fuimos por Corias y subimos a las cumbres
de la Asturias profunda y llegamos a Taramundi y vimos que, además, de ser un
pueblo precioso, le habían levantado un monumento a un maestro… ¿Te acuerdas?
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