20 de agosto, martes. En 1969
Joshua Logan dirigió una película La Leyenda de la ciudad sin nombre. Fue
un éxito. La protagonizó Lee Marvin. Un grupo de hombres derrotados en la búsqueda
del oro inician el regreso. El suelo, embarrado. Llueve. Chapotean las mulas. El
paisaje, desolador; la derrota del paisanaje, mayor. Se encuentran los amigos.
- ¿Te marchas, Ben?
- No.
-Yo tampoco.
- Creo que hay dos clases de gentes.
Gente del mundo que se marcha y los que se quedan. ¿No es cierto?
- No. Yo no lo creo.
- ¿En qué crees tú?
- Que hay dos clases de gentes. Los que van a
alguna parte y los que no van a ninguna.
- Eso sí que es cierto.
- ¿No estás de acuerdo?
Más o menos ese, en el infierno
de un paisaje demoledor, es el diálogo que mantienen en medio del abatimiento.
En España – sin lluvia ni barro – parece que una parte de la sociedad está
completamente desorientada.
La Sagra es una comarca normal de
Toledo donde además de pasar el tren de alta velocidad, el paisaje ofrece quietud,
castillos en ruinas, pueblos en la lejanía
y montañas recortadas en un horizonte casi siempre limpio de nubes.
Dos crímenes horribles (todos los
crímenes son horribles) se han llevado por delante a una chica de 17 años y a
un niño de 11. La muchacha vivía con su madre. Un canalla le ha volado la cabeza;
su madre en un hospital se debate entre la vida y la muerte. El niño jugaba con
unos amigos al fútbol en el polideportivo del pueblo una mañana calurosa de
domingo. Un esquizofrénico (dicen) le ha asestado un puñado de puñaladas porque
era el más pequeño y pudo correr menos y, además, tuvo la mala fortuna caerse…
¿En qué clase de gente
colocamos a estas personas? ¿A los que van a alguna parte o a los que van a
ninguna? Dos muertes absurdas, sin que haya solo un posible resquicio para
explicarlas y dos vidas completamente rotas. (No se me olvidan las familias hechas
añicos).
A esta sociedad y me refiero
ahora a la nuestra, a la española del primer cuarto del siglo XXI se le ha
perdido mucho del poder de ese oro inmaterial que se llama solidaridad, convivencia,
atención a quien lo necesita. Estanos demasiado influenciados por el otro oro,
el de la ira, la violencia, la descalificación, la falta de respeto…
Me pregunto y estoy
desorientado. ¿En qué cree esta sociedad?
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