6 de agosto, martes. Dicen
algunos estudios de gente que sabe de lo que habla que el campo está triste.
Muy triste. Demasiado triste. ¿Cómo ha venido la tristeza? Casi todos los
sabemos. Ese mal no ha venido solo.
En el sur, en la bendita tierra
del sur, a esta que le pedimos tanto y nos tiene más de una vez contra las
cuerdas parece que un montón de gente publica que el primer problema que tiene
es el agua. No hay agua. Hay algo peor. No hay manera de solucionarlo.
El agua al sur llega, como en
tantos sitios, de muchas maneras. Una, a través de la lluvia. Aquí hay lugares
a los que un día habrá que sacar los niños a calle y señalando el cielo habrá
que decirles “hijo, eso es agua de lluvia”: Hay sitios donde no sabemos cuándo
llovió la última vez. Y eso de ver nubes que cruzan el azul del cielo y se
derraman… Eso es como la lotería, de la que se dice que alguna vez toca.
Hay otro sitio. Es la que está
debajo de la tierra. Las llaman con un nombre raro. Dicen que son aguas subálveas.
Perforan la tierra, hacen pozos de unas profundidades que asustan. La buscan
con máquinas sofisticadas y carísimas y cuando la encuentran, si es que a
hallan, a veces es tan insuficiente que no merecen ni el trabajo ni el coste ni
la ilusión perdida.
Hay una tercera vía. Esa ahora
no está de moda. Se llama con distintos nombres: embalse, pantano, reservorio….
Pero ¡ay amigos! Hay señores muy sesudos ellos que dicen que de eso ni hablar.
Aducen que esa es una obra que hizo un dictador y ¿cómo vamos a admitir que se
pueda tomar algo bueno de un dictador? Agregan otro numerito y dicen que los
peces no pueden transitar por el río y llevar su santa voluntad por los lechos
de las aguas.
No queda ahí la cosa. Habría la
posibilidad de traerla mediante conducciones de los lugares donde la tienen en
abundancia y no le sacan provecho, a los lugares donde casi se le
reverenciaría. A eso se le llama trasvase. Pero hay grupos que lo saben todo y
dicen que eso de dar agua ‘ni hablar’, primero porque es suya y no la dan y seguro
porque no hay una política con la suficiente lucidez donde convenzan que el
bien común está por el encima del bien particular. La sequía, me temo, que ha
vendido para quedarse y darle tristeza al campo.
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