12 de agosto, lunes. Me
levanto temprano. Ya amanece, cada día, un poco más tarde, pero aún el sol sale
pronto, muy pronto. Ha apuntado entre las
crestas de los Cerros de la Farola y la Fiscala. El sol, con su movimiento de traslación
juega al escondite en los cerros y cada día sale por un lugar un poco diferente
al del día anterior. El cielo está limpio de nubes; ya sopla un aire caliente.
El campo está seco. Es mediados
de agosto. Es lo propio de encontrarnos en el centro del verano o lo que es lo
mismo ese tiempo en que la calor para no echarse, no se echa ni a la siesta que es cuando parece que
arrecia con más ahínco, con fuerza, con más ganas de dejarlo todo parado en una
quietud infinita.
Se echa el aire, se esconden -
¿dónde?, ¿dónde puñetas se meten los pájaros en las horas de la siesta? – solo el
ruido de los motores de los aviones que desde diferentes partes del mundo traen
ríos de gente al aeropuerto de Málaga.
Dicen que acabamos de pasar
nuestra cuarta ola de calor en lo que va de verano y, desde hace unos años, el
verano se alarga y casi está llegando a la festividad de Todos los Santos… ¡No
nos queda nada que pasar!
Está añadido el problema del
agua. Todo está seco. No han corrido los arroyos ni las cañadas. Nuestro río –
en otros lugares, al parecer, les sobra agua, pero ese manjar está prohibido
para nosotros – está seco, empobrecido. Es una correntía paupérrima. No tienen
agua los pozos. La gente se ha gastado un dineral ahondando y ahondando.
Se están secando algunas
huertas en las riberas. No escucho voces de políticos – como todo el mundo sabe
están en temas más interesantes para ellos – que muestren su preocupación y su
solidaridad con los agricultores (citricultores en la mayoría de estos casos)
que, a su ruina económica generada por los precios paupérrimos de este año, se
une la sequía. Árboles de muchos años secos; huertas abandonadas; agricultores
sumidos en la tristeza y en la impotencia. Esta mañana camino de Málaga he
sentido una enorme pena interior.
A pesar de todo, echo mano a
una cita de Ignacio Aldecoa. “Soy por naturaleza nihilista, pero creo en el
futuro, aunque no resuelva nada. La humanidad será cada vez mejor. La cultura
se masificará, no hay otra alternativa posible”. SP 5 de junio 1968
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