jueves, 7 de diciembre de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Torre desmochada



                                    Torre de Azuqueca. (Los Yébenes)


7 de diciembre, jueves. El tren cruza una llanura semiplana semidesarbolada. A un lado, en el horizonte, La Mancha; al otro, elevaciones de medio pelo, los Montes de Toledo. La velocidad del tren hace que pase el campo tan rápido que no se ve lo que está cerca. Se percibe con más nitidez la lejanía…

Entra en una esas comarcas que uno estudiaba de niño. En realidad, eran varias, pero  en el texto de Geografía aparecían una detrás de otra sin que el niño tuviese capacidad para saber donde comenzaba una y donde terminaban las demás: La Sagra, La Jara, Los Yébenes… Todas estaban ahí, entre las montañas de elevación media y la llanura inmensa.

Desde el tren cuando se va desde el sur en dirección a Madrid, a la derecha, el castillo – lo que queda del castillo – de Guadalerzas construido en el siglo XI por Alfonso VI. Tuvo su protagonismo y su importancia. Hoy, un puñado de ruinas para asombro de viajeros y testimonio de un pasado.

La torre de Azuqueca es una torre desmochada. Otea los vientos y dice de su importancia cuando fue vigía y protección para los que se acercaban de Consuegra a Los Yébenes o bajaban por el Camino de Sevilla desde la Meseta hasta las tierras de Andalucía.

La torre – pudo ser una pequeña fortaleza – está sobre un promontorio;  rompe la monotonía de la llanura a orillas del río Algodor. En su interior, mínimo, conserva restos de lo que pudo ser un pozo y las señas, en sus paredes decrépitas donde se incrustaban las vigas sostenedoras de su techumbre. O sea, nada.

La fortaleza perteneció a la Orden de San Juan y formaba parte de otras estructuras de defensa militar para guarecer una pequeña partida de hombres encargados de defender el Campo de Consuegra. Eran momentos donde las Órdenes Militares, soldados hechos para guerrear y al mismo tiempo imbuidos de un sentimiento religioso muy propios de aquellos tiempos medievales.

Estas construcciones a manera de atalayas porque su emplazamiento y su altura en la llanura no permitían otra cosa controlaban con un gran dominio todo el entorno. Además de la de Azuqueca existen muñones de algunas otras. Pasados los tiempos de guerra algunas fueron la cimentación de los molinos de viento, emblema y símbolo de la tierra manchega por donde caminó aquel loco que quería arreglar el mundo y que se llamó, en el bautizo de Cervantes, Alonso Quijano…

 

 

 

 

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