20 de
diciembre, miércoles. Leonardo Fernández era un niño delgado, bajito, de ojos
muy grandes. Los ojos grandes de un niño
curioso que lo miraba todo, lo escudriñaba todo, lo observaba todo. Se asomaba al portal de su casa y lo hacía
confiado. Vivía en una casa de vecinos. Todos se conocían. Todos sabían de la
vida de todos y el niño sabía de la vida de otros niños que vivían en las casas
contiguas a la suya.
La casa
donde vivió su primera infancia no era ni muy grande ni muy pequeña. Se entraba
por un patio vecinal. Un grifo – que luego llevó muchas veces a sus lienzos –
goteaba sobre un lebrillo de barro…
En la
cocina una bombilla colgada con un cable largo y trenzado del techo, era la
primera luz; una hornilla de carbón con dos fuegos y una olla con agua
caliente. Luego vino la luz de la calle – Calle Tomás de Cózar – donde no se
cierra el mundo del niño; por calle Granada pasaba el tranvía, a veces, niño
aventurero llegaba a la Plaza de la Merced donde picoteaban las palomas a la
sombra del obelisco de Torrijos. Un día descubrió la tienda de ultramarinos de
Zolio y la librería de Pepe Negrete.
Aún no
sabía que sería pintor. Pasó de muchacho a hombre. Inició sus trabajos (de niño
ganó su primer gran premio). Don Juan Baena le aportó el manejo de la técnica; el
pintor se cernía dentro. Esperaba el momento oportuno. Ese, en el que un día,
el destino dice que es. Dejó el oficio de pastero y se dedicó a endulzar las
almas extasiadas ante sus cuadros. Tomó mando en plaza. Se sabía continuador de
los grandes de la Escuela Malagueña del XIX. La historia ya les había dado sitio
a Denis Belgrano, Pedro Saénz, Ferrándiz, Moreno Carbonero... Luz y Color mano
a mano. En pleno siglo XX, un muchacho
que fue un niño delgado y fuerte, bajito, pero con capacidad para reflejar su
calidad interior sigue la estela que ellos dejaron y en su obra se erige como
uno de los grandes de la Pintura Realista, en Málaga, a caballo entre los siglos
XX y XXI
Leonardo
Fernández pinta el color y la luz. El color de la rosa que tiene espinas pero
es amor; la luz de Málaga que atrapó de la bombilla que pendía de un cable
trenzado en la cocina de su casa y que, luego
aprehendió de la calle cuando supo que su mundo iba más allá de Tomás de
Cózar… Luz y Color; belleza sutil, esencia de la pintura realista malagueña de
nuestros días.
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