miércoles, 20 de diciembre de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Luz y color en la pintura de Leonardo Fernández

 

 


                     Rosas. Leonardo Fernández

                           

 

20 de diciembre, miércoles. Leonardo Fernández era un niño delgado, bajito, de ojos muy grandes.  Los ojos grandes de un niño curioso que lo miraba todo, lo escudriñaba todo, lo observaba todo.  Se asomaba al portal de su casa y lo hacía confiado. Vivía en una casa de vecinos. Todos se conocían. Todos sabían de la vida de todos y el niño sabía de la vida de otros niños que vivían en las casas contiguas a la suya.

La casa donde vivió su primera infancia no era ni muy grande ni muy pequeña. Se entraba por un patio vecinal. Un grifo – que luego llevó muchas veces a sus lienzos – goteaba sobre un lebrillo de barro…

En la cocina una bombilla colgada con un cable largo y trenzado del techo, era la primera luz; una hornilla de carbón con dos fuegos y una olla con agua caliente. Luego vino la luz de la calle – Calle Tomás de Cózar – donde no se cierra el mundo del niño; por calle Granada pasaba el tranvía, a veces, niño aventurero llegaba a la Plaza de la Merced donde picoteaban las palomas a la sombra del obelisco de Torrijos. Un día descubrió la tienda de ultramarinos de Zolio y la librería de Pepe Negrete.

Aún no sabía que sería pintor. Pasó de muchacho a hombre. Inició sus trabajos (de niño ganó su primer gran premio). Don Juan Baena le aportó el manejo de la técnica; el pintor se cernía dentro. Esperaba el momento oportuno. Ese, en el que un día, el destino dice que es. Dejó el oficio de pastero y se dedicó a endulzar las almas extasiadas ante sus cuadros. Tomó mando en plaza. Se sabía continuador de los grandes de la Escuela Malagueña del XIX. La historia ya les había dado sitio a Denis Belgrano, Pedro Saénz, Ferrándiz, Moreno Carbonero... Luz y Color mano a mano.  En pleno siglo XX, un muchacho que fue un niño delgado y fuerte, bajito, pero con capacidad para reflejar su calidad interior sigue la estela que ellos dejaron y en su obra se erige como uno de los grandes de la Pintura Realista, en Málaga, a caballo entre los siglos XX y XXI

Leonardo Fernández pinta el color y la luz. El color de la rosa que tiene espinas pero es amor; la luz de Málaga que atrapó de la bombilla que pendía de un cable trenzado en la cocina de su casa y que, luego  aprehendió de la calle cuando supo que su mundo iba más allá de Tomás de Cózar… Luz y Color; belleza sutil, esencia de la pintura realista malagueña de nuestros días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario