Plaza del Obispo. J. Rittwagen
En recuerdo de mis padres, que en su viaje de novios en 1946, fueron huéspedes de ese Hotel…
21 de diciembre, jueves. No
había nacido Jaime Rittwagen, cuando el maestro Alcántara estudiaba “segundo
de jazmines”. Nació un año después, día más o día menos, que tampoco el
tiempo y las matemáticas van siempre de la mano. Sí, sabemos que “no se estaba ya en guerra aquel verano”, que iban
los tranvías del Palo a la Alameda, y que había “en los baños del Carmen,
gran torneo de sirenas y delfines”.
Jaime se hizo niño en la Málaga
de los cuarenta. Vivió y luego llevo al lienzo una Málaga que fue y ya no es; que
recordamos en la lejanía y que, si te vi, ni me acuerdo. Una Málaga de parques
sin flores abarrotados de gentes; de coches de caballo en el parque o de un
puerto donde, en cada amanecer, atracaba, en el muelle de siempre, ‘el
Melillero’.
De la estación de Andaluces
subían los carros tirados por caballos percherones y cargas de sacos de
arpillera y toneles. Málaga tenía, dos estaciones, esa y la de los suburbanos.
El tren de vía estrecha iba a Coín por un lado; por el otro, hasta la Venta de
Zafarraya, inmortalizado por la copla “como el correo de Vélez / cayendo
cuatro gotas / se mojaron los papeles”.
Jaime es el notario de lo
primoroso; del detalle mínimo ahíto de vida; el que da testimonio del tranvía que
anunciaba “Anís del Mono” y “Ceregumil” y las cuchillas de
afeitar “La Palmera” y las plazas llenas de gentes…
Jamie está entre los mejores
pintores naïf de estos días nuestros que nos regala Málaga. Es
consciente que su pintura da testimonio de todo lo que formó parte de nosotros
mismos. Por eso detrás de cada trazo, de cada golpe de color, de cada nimiedad
está el hombre que reparte bonhomía.
A Jaime lo conozco, dice él
porque yo no me acuerdo, desde hace más de cuarenta años…. Sí recuerdo de
aquellas noches en las que yo asistía como párvulo, con los ojos bien abiertos
y la boca cerrada que es como hay que estar en esos sitios, a algunas de
aquellas tertulias con Adolfo y Fermín Durante y Chicano y el maestro Alcántara
que era siempre el dueño de la noche…
- ¿Por qué pintas en tus
cuadros, un hombre en bicicleta y un perro? le pregunté – un día.
- ¿Y quien te ha dicho a ti que
es un perro? -me respondió.
Y Jaime esbozó una sonrisa y
siguió con ese su hablar pausado que solo muestran los hombres que tienen un
alma muy grande.
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