martes, 12 de diciembre de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Y, en la lejanía, Sierra Nevada



 12 de diciembre, martes. He subido al Hacho. Era media tarde, no soplaba el viento; no cantaban los pájaros. La naturaleza, dolor que acongoja, es una muestra del tiempo de sequía que le aprieta desde sus adentros. Todo está traspillado.

Algunos transeúntes paseaban al amparo de una tarde más propia del mes de mayo que de finales de otoño con Santa Lucía en el calendario. Tiempo seco; aprieta el sol. Ni una brizna de yerba.

No han nacido las sementeras. Están las tierras con los barbechos desde el verano. Todo es desolación, sequedad. No tienen flores las aulagas; están mustios los matagallos; sin flores los cantuesos, sin espárragos las esparragueras.

Corono el Puerto, por la derecha, hacia el Monte Redondo a donde de niños subíamos por el Hoyo del Olivo “porque desde allí se ve el mar”. Esta tarde también se ve el mar… Han cambiado muchas cosas. El mar sigue en su sitio. No se ha levantado el taró todavía. La visibilidad llega muy lejos.

Giro hacia la izquierda. Están desbrozando a los bordes del camino. Me acerco al borde del precipicio. La vista, de las que no se olvidan. Abajo el pueblo, echado a los pies del monte.  Sin él Álora no sería ella, como tampoco lo es Melilla sin el Gurugú, o Río de Janeiro sin el Pan de Azúcar, ni San Sebastián sin el Igueldo…

En primer lugar, la Cruz. Está al borde, en el mismo filo. Desde el pueblo da una visión diferente. Contemplada desde uno de los laterales es un monumento al equilibrio, a la belleza, a la colocación exacta y precisa, o sea están en su sitio.

Enfrente, un mar de colinas suaves. Es tierra de lagares. Esas que en el Libro del Repartimiento, a finales del siglo XV dijeron que “para pan no son”. Eran tierras de viñedos (uvas pasas y vino dulce como el azúcar y la miel). A la izquierda, el Santi Petri; a la derecha, los Montes de Málaga. Por en medio – no se ven – pero se intuyen el arroyo Corrales, el Bujía, el Jévar que viene de El Torcal. Al fondo, en el horizonte, si se agudiza la vista, el manto blanco de Sierra Nevada.

Se me viene a la mente una canción de Los Puntos. Describían el exilio de Boabdil, repasaban los recuerdos incrustados en el alma y terminaban con un suspiro “ay, de mi Sierra Nevada…”


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