30 de diciembre, sábado. Cuatro pinturas al fresco ocupan las pechinas de la capilla mayor en el convento de Flores. Representan a San José, Patriarca de la Iglesia universal; al apóstol San Andrés; a Santa Bárbara y a Santa Catalina.
Se encuentran en estado relativamente aceptable de conservación, con desperfectos propios del paso del tiempo y, aunque su estado no es preocupante, una restauración, por mano cualificada, sería muy recomendable para su perpetuidad y, al tiempo que facilitaría el goce, en la integridad de su belleza y simbología que aportan. La capa superficial acumula suciedad. Confiere a las pinturas un aspecto nebuloso y vela el colorido del conjunto original, sin duda muy vivaz, como suele ser en la pintura de la época con esta técnica pictórica.
Tenía el arte su cauce en la formación de los religiosos y de los fieles que acudían al templo. Su función, doble: ayudaba a la vivencia del itinerario espiritual del religioso que integraba la comunidad que habitaba el convento, y cumplía la misión de catequesis estimulando en el cristiano las virtudes, fortalecía su fe, visualizándosela y aumentaba su esperanza al hacérsela más cercana.
El arte ayudaba en el desarrollo del entendimiento, la memoria y voluntad. Todo ordenado para que los sentidos sean vehículo del adoctrinamiento emanado del Concilio de Trento, que se abre paso en la Iglesia, muy utilizado por las órdenes religiosas y como respuesta a la expansión protestante.
En el convento de Flores vivieron los franciscanos recoletos desde 1590, en que el Concejo llama a la Orden para hacer una fundación hasta 1835. La Ley de Desamortización decreta su salida. El primer superior, Fray Diego Gómez vino del convento de los Ángeles de Málaga; el último, Fray Antonio Estrada, de Álora. Tras la salida de la comunidad se integró en el clero secular del pueblo.
El convento de Flores, además de los frescos de la pechina, tiene un camarín de excelentes yeserías, muy posteriores a su construcción y donde recibe culto la Virgen, de igual nombre que la venerada en Encinasola (Huelva). Da nombre al santuario y al pago rural. Se atribuyen a José Martín de Aldehuela, maestro de obras llegado desde Teruel a Málaga de la mano del obispo Molina Larios. La restauración de los frescos – además de garantizar su perpetuidad - podría aportar el nombre de su autor, hoy desconocido.
A raíz de los hechos sacrílegos del robo del Niño Jesús
hace unos meses, la imagen de la Virgen fue trasladada a la iglesia de la Vera
Cruz. ¿Hasta cuándo? No podemos desentendernos del Santuario…
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