2 de diciembre, sábado. La
carretera que lleva desde Álora a Antequera es tortuosa y estrecha. Está llena
de curvas – tropecientas mil – y salva la cordillera por el Valle de
Abdalajís. A un lado, El Torcal; al otro, la sierra que le da apellido al
pueblo.
Antequera es un paraíso de la
geofísica. El conglomerado kárstico de El Torcal pone una nota diferencial. Es
algo distinto. El viento unido al agua de lluvias o a las nieves del invierno
crea un paisaje bellísimo. El visitante que sube a su cumbre siente en su
interior el revoloteo de mariposas de asombro y admiración.
Antequera echa raíces en
tiempos muy lejanos. El hombre aún no dejaba documentos escritos. O sea, en la
Prehistoria y entonces, al carecer de escritura nos dejó lo que mejor tenía:
sus monumentos megalíticos, los Dólmenes, testimonios en piedra de lo que el
ser humano es capaz de hacer para asombro de todos.
Antequera es Roma a pedir de
golpe de arado. Pienso en Singila Barba, en los mosaicos de los cortijos o en
la estación; en las figuras del Efebo o de la Venus que se encontraron ‘por
casualidad’. Estaban ahí, con la capa de tierra sobre ellos esperando su día y
su momento…
Antequera es una ciudad del
Renacimiento. La sacaron del espacio donde quizá habría sido una de tantas. La
Toscana en Antequera se llama la Vega; la recostaron al pie de El
Torcal en el centro casi geográfico de Andalucía y la llenaron de palacetes, de
iglesias y espadañas y torres y de cipreses que se asoman por las tapias de los
conventos.
Antequera es el Barroco
encerrado en retablos de filigrana pura y fina, soberbia y ensortijada con lo
más puro del arte que también salió a la luz en Sevilla y en Priego. En
imaginería tutea a la que pudo nacer en la Escuela granadina, aunque su
imaginero más grande, Pedro Roldán, buscó la expansión de su arte a orillas del
Guadalquivir.
Antequera es poesía en Pedro
Espinosa que, de espaldas a Santa María, con un libro en la mano, desde al otro
lado del Arco de los Gigantes, duda si en mirar a la iglesia del Carmen, o a la
ciudad, burbuja blanca, o hacia la vega feraz a la que recorta en la lejanía la
sierra de la Camorra. Es ese mar de campiña y olivos; es agricultura nodriza en
otro tiempo…
Antequera es otra hoja más de “Las
cosas del Campo” que nos dejó Muñoz Rojas…
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