miércoles, 6 de diciembre de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El primo Neftalí, cuento apócrifo.


      


 Manantial de Harod en el valle de Jizreel.

 

El primo Neftalí era alto y delgado; tenía los cabellos rubios y ensortijados. Su tez, sonrosada y en las mejillas, a ambos lados de la nariz, y por debajo de los ojos aparecía un salpicón de pecas. Hablaba despacio; su voz dulce encantaba a los niños, sobre todo, cuando les contaba cosas de sus antepasados.

El primo Neftalí apacentaba un hatillo de ovejas en los montes de Yehub. Los montes eran áridos. Solo cuando venían lluvias tempranas, al acabar el estío se llenaban de yerba.

A veces, se acercaba al manantial de Harod en el Valle de Yizreel. Por el valle corría un arroyo pequeño. Llevaba sus aguas al río Jordán y antes de llegar al río bordeaba la ciudad de Beit-Sehan. Un día pasó por allí una caravana. Traían una buena reata de camellos, y caballos briosos. Venían de tierras desde más allá de las montañas donde nace el río. Contaron que caminaban hacia las tierras de Egipto.

Una tarde, el primo Neftalí bajó a dar de beber a su rebaño. Los niños se le acercaron. Los niños tenían entre seis y nueve años.  Eran preguntones e inquietos. Echaban el día en el arroyo tirando chinas que rebotaban en el agua; veían como se acercaban los pajarillos a beber o como las mujeres lavaban la ropa y hablan, a gritos, entre ellas.

- Cuéntanos cosas Neftalí…le dijeron.

- Nuestro padre Abran, dijo, vivía en Ur; en Caldea, entre dos ríos. Es una tierra muy próspera. Dios lo vio que era muy mayor y quiso que tuviese un hijo con una esclava, Agar. Al hijo, le pusieron, Ismael. De él sois descendientes tú, Abdalá y todos tus hermanos.

- ¿Y qué pasó? Preguntaron los niños…

- Pasó, dijo Neftalí, que la mujer de Abran, Sara, se quejó a Dios y entonces, Yahvé, también le concedió un hijo y el pusieron por nombre Isaac. Y de ahí venímos todos los israelitas…

- Y ¿vivieron, todos juntos? preguntaron los niños.

- No, no. Desgraciadamente, no. Abran expulsó  al desierto a Ismael y a su madre, Agar. Desde entonces el odio entre los hermanos y los descendentes de los descendientes de sus hermanos no se ha terminado…

De pronto un estruendo enorme lo despertó del sueño. Era una bomba, una bomba de esas que causaban dolor y muerte a ambos lados. Era la realidad; todo lo demás, un sueño. El hombre pensó que, sin embargo, aún, podría ser posible la paz.

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