7 de
febrero, lunes. Hablo con un amigo. Convenimos que una de las
características de la gente de nuestra edad, es que muchos que no nos conocemos,
tenemos algo en común: venimos de los libros. Nosotros hemos leído y leemos
libros. Debemos ser gente rara, muy rara. Ahora que está de moda eso de las maquinitas…
Para los que vivimos en un pueblo, el libro era una válvula.
Aportaba vida. La capital estaba lejos, las comunicaciones, malas. El libro era
el refugio seguro que aportaba algo nuevo, unas sensaciones diferentes, unos
mundos – en todos los campos – que de otra manera estaban vedados.
Comenzamos las lecturas en los tebeos. El Capitán Trueno, El
Jabato, Hazañas Bélicas… En sus páginas nos inyectaron el venenillo de la
lectura. Anduvimos por unos mundos que entonces – ahora también, estaban muy
lejos – pero que Sigrid o Goliath o Crispín nos los traían a nuestro alcance.
Después, cuando los años empezaron a ir poniendo distancias,
llegaron otro tipo de lecturas. Vivíamos lo que leíamos. Y hacer un listín de
autores, es algo tan prolijo como imposible. Hemos leído lo que hemos creído
oportuno en momentos de nuestras vidas.
Nos identificamos, según qué edad, con Homero Macauley que
repartía telegramas en la Ítaca, California, porque la Comedia Humana de
Willian Saroya nos hizo ver que cualquiera de nosotros podía ser el muchacho
que se enfrentaba a la vida como lo hacía con realidad aquel mozalbete.
Fuimos alguien que se sintió compañero del viejo pescador de
La Habana que llevaba ochenta y cuatro días sin capturar un pez grande y Hemingway
nos subió en el bote desde el que se veían de noche, los reflejos de las luces
de la gran ciudad que entonces estaban más distantes que nunca…
Fuimos Santi Andía y Antón “el Ratero”, y el viajero perdido por los caminos de la Alcarria o
de Gredos o por las tierras de Galicia, o en aquella bajada por el Puerto de
Palombera, donde el oso acechaba – y no atacó – a las caballerías que iban
camino de la casona. Calaron como una semilla aquellos mensajes de dulzura de
Tagore – al que conocí de la mano de un hombre providencial en mi formación, Lorenzo
Orellana –, como también lo eran los de Juan Ramón y los de Juan de Yepes…
“Creemos que hemos vivido –hago mías las palabras de Pla – porque hemos leído
libros….”
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