viernes, 4 de febrero de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Un tranvía de sol

 

                         

 

     Tranvía de El Palo a su paso por los Baños de El Carmen. Pintura naïf


Recordaba el maestro - el maestro no puede ser otro que Alcántara - que era un tranvía de sol con jardinera – uno de aquellas tres líneas que en Málaga, llevaba a la gente hasta Huelín, a Capuchinos, o a El Palo -  y hablaba de los Baños del Carmen “gran carrera, concurso entre sirenas y delfines”. Y decía también de otras cosas.

Contaba lo de la luz en el parque y lo del pitido del barco que se fue, “que se está yendo pero que no se ha ido” – como no se ha ido él de las vidas de los que lo conocimos – y está aquí con nosotros, en sus versos, en el recuerdo de su hablar despacio, dándonos a cada uno participación, como si fuésemos nosotros y no él quien tuviese el protagonismo…

Aquella velada, en María  con Barbeito – del mediodía a la tarde – cuando ya el Melillero de entonces, de otro tiempo que fue y no era,  no surcaba la mar convertida en una tumba azul para miles de desgraciados que pensaron que al otro lado, en el lado de enfrente, casi al alcance de sus manos estaba la panacea de poder comer tres veces al día…

Aquellas noches con los hermanos Durante. ¡Qué grandísimo pintor Fermín, que me enseñó en un crepúsculo, entre dos luces, cuando el cielo de Málaga se pone de color barniz por la Sierra de Mijas, en su estudio de la buhardilla de calle Salvago, los tejados con sus ventanucos entreabiertos por donde se colaban las palomas para pasar la noche y las torres de las iglesia y… Fermín, le dije, como El Diablo Cojuelo, pero nuestro, y él con esa pose que lo caracterizaba me dijo, ‘más o menos’…

Aquel contrapunto que ponía Jaime, pintor de pinceles de primor, cuando escuchábamos los tangos de Pepa a esas horas en que la madrugada hace que solo estén despiertas las gaviotas traviesas que no quieren irse a dormir a los mástiles de los barcos.

Decía el maestro de la biznaga, él que acuñó aquello de “más que una flor y menos que una estrella”. Y entendía de aquello de querer ser otro y “ser lo que estuvimos siendo”. Remataba el  poema de “Niño del 40” ratificando que “no  estábamos  ya en guerra aquel verano” y remataba con algo antológico: “mi padre me llevaba de la mano / yo estudiaba segundo de jazmines”

 

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