jueves, 24 de febrero de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Gris

 

                         


24 de febrero, jueves. La tarde tiene ahora una canción distinta. Se ha ocultado el sol radiante que lució a ratos por la mañana, y se ha entoldado de nubes grises, distantes, lejanas. Todo está bajo su manto. Han comenzado a caer unas gotas. La alegría ha durado muy poco, tan poco, que ni siquiera se ha sentido el repiquetear de la lluvia en el alféizar de la ventana.

Dice el hombre del tiempo, que la borrasca viene desde las Islas Canarias hacia el Golfo de Cádiz. O sea, de las buenas de verdad, pero ha dibujado en el mapa las flechas que indican la dirección del viento y anuncia que viene de Levante. Aquí, el refrán - ¡cuánto sabe el refranero! – dice que el “Levante las mueve y el Poniente las llueve”. ¿Y si por una vez se equivoca y no acierta? ¿Dónde hay que firmar?

Gris está también el cielo de Ucrania. Creo que aún está más gris el alma del hombre o de los hombres que han desencadenado la guerra. El ser humano lleva sobre la tierra tropecientos millones de años. Ha llegado a la luna, pero no ha conseguido tres objetivos fundamentales: Dominar el hambre, morir sin dolor, y evitar las guerras.

Dios una tarde – porque estoy convencido que debió ser por la tarde- lo hizo a su imagen y semejanza. Ustedes se preguntarán porque digo que era por tarde. Muy sencillo. Por la tarde las sombras se alargan y todo parece más gris. Algunos comportamientos de los hombres, han perdido la fuerza de la luz. Son grises, muy grises, demasiado grises.

Las circunstancias, por llamar a la situación de alguna manera que no sea hiriente, nos muestran imágenes de muchísimo dolor. Cúpulas de bulbos dorados rematadas por una cruz y recortadas bajo un cielo muy oscuro – del futuro no hablamos – y plomizo. En la lejanía columnas de humo. Llamaradas de las bombas, restos de un incendio semiapagado…

Las imágenes de la televisión muestran una mujer que llora desconsolada con el corazón hecho añicos. Llora, grita sin que nadie la escuche. Sobre impreso, bajo las imágenes, aparece una leyenda “¿Dios mío dónde voy, donde me refugio?” A veces uno no tiene palabras y siente por dentro un desgarro y sale entre dientes: ¡canallas! Todo esta tarde está bajo un cielo gris, demasiado gris, como algunas conciencias, como algunas respuestas, como ese futuro que está al revolver de la esquina…

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