10 de
febrero, jueves. Media tarde pasada, esa hora en que el sol
comienza a bajar y los pájaros buscan
una rama porque dentro de un rato vendrá la noche y hay que encontrar donde
cobijarse. Cogí el coche y decidí irme un rato a la sierra.
Se me quedan por detrás las
últimas casas del pueblo. Por el borde de la margen izquierda de la carretera,
conforme asciendo, grupos – pequeños grupos de tres o cuatro mujeres –
caminaban, en el mismo sentido que yo, seguramente guiadas por esa obsesión que,
algunas veces, atosiga a las mujeres y las hacen creer que están gordas y que
tienen que perder unos gramos de grasa para ponerse guapas. ¡Como si hubiera
alguna mujer fea! ¡Ay Dios mío, qué cosas se meten en algunas mentes!
A ambos lados, tierras de labor. Todo está traspillado. No
hay matas de yerbas, ni han nacido las sementeras. Están crecidos, secos los
hinojos junto a las alambradas.Frente a la Fuente de la Higuera, el Hacho baja
despeñado. Está flanqueado por un camino estrecho. Allí en sus veras, nacen
tomillos, espliegos y romero. Un poco más adelante, se ensancha. Cuando nosotros
éramos niños, era nuestro lugar para jugar al fútbol.
Se recorta la espadaña de
Flores en el cielo azul. En la lejanía, la Sierra del Valle de Abdalajís. (Por
cierto, un amigo mío se pregunta por qué se llama el Valle, si el pueblo está
recostado en la montaña. Pues eso). A la derecha, El Torcal por donde se van
las nubes hacia las tierras de Granada; un poco más a sol naciente, la Farola,
el Cerro Calabaza, las Lomas de Cucú y el Sancti Petri y…
Están limpios los olivares. Ha
terminado la recogida de aceituna. Unos hombres queman restos de ramón. Se
levanta una columna de humo blanco, impoluto. Sube hacia las alturas. Parece
que anuncian eso de Papa nuevo, pero no es así. Es solo humo que sube al cielo.
Cuando pasado el Puerto de Lucianes,
inicio la subida hacia la cumbre, a la
derecha, por un carril terrizo, amplio y limpio de piedras, todo es silencio.
Un gran silencio. El camino está flanqueado por pinos. Son pinos de diferentes variedades. No
sé sus nombres. El viento juega entre sus ramas y produce una sinfonía
especial. El color de la tierra –
peridotitas y olivinos en su composición – es rojizo. No sé. Tengo la sensación
de sentir cerca la mano de Dios…
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