25 de febrero, viernes. “Por la
mar chica del puerto / andan buscando los buzos / la llave de mis recuerdos…”
Lo dejó dicho el maestro Alcántara probablemente una tarde en la que veía el
mar azul desde la terraza de su casa “en el rincón del Rincón” o miraba cómo se
perdían los barcos en el horizonte o cómo las olas traían el nácar de la espuma
hasta el rebalaje de la playa… No lo sé. No sé tampoco ni cómo, ni dónde ni
cuándo el maestro nos lo dejó para que meditásemos un rato.
Se han venido al remanso del
puerto todas, bueno a lo mejor no son todas, pero casi todas las gaviotas. Han cambiado los acantilados por la quietud
del agua entre malecones de cemento y los mástiles de los barcos por la
pasividad de la farola – en Málaga no tenemos faro, sino farola – que da
destellos que compiten con las estrellas.
El mar canta de muchas maneras.
Los que viven cerca de él saben cómo ruge en las noches de Levante, o cómo susurra
cuando el temporal dice que toca estar quieto. Tiene el mar ahora una canción
cambiante, distinta. Es una canción de llanto y pena.
El mar, otro mar, acaba de
conseguir el primer flas de telediario. Es un mar lejano, muy lejano. Es bravo
y profundo y se las anda frente a las costas de San Juan de Terranova – que ha
traído la vieja noticia de la muerte – desde esa parte de América del Norte que
llaman Canadá.
Un puñado de hombres han
perdido lo más preciado que tenían: la vida. Un peligro extremo, un salario de
miseria para compensar los sacrificios que hacen en la búsqueda del pan de cada
día. Allí el sol molesta poco, muy poco. Dicen que era una borrasca muy
profunda con olas que rompen moldes. Había de todo menos monotonía y, para no
faltar, no ha faltado ni la tragedia.
Ahora aquí, en una tarde soleada,
las gaviotas se han venido a sestear en las aguas del puerto. Muchos corazones
andan en otros puertos rotos por el dolor. Un puñado de hombres no volverán
nunca y esa palabra alcanza todo su sentido: ¡nunca!
Qué pequeña es la mar chica del
puerto. Casi no caben las gaviotas mientras uno se halla atenazado por tantos
por qué, por tantos recuerdos, por tanta rabia de impotencia…
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