viernes, 25 de febrero de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Gaviotas

 

 


 25 de febrero, viernes. “Por la mar chica del puerto / andan buscando los buzos / la llave de mis recuerdos…” Lo dejó dicho el maestro Alcántara probablemente una tarde en la que veía el mar azul desde la terraza de su casa “en el rincón del Rincón” o miraba cómo se perdían los barcos en el horizonte o cómo las olas traían el nácar de la espuma hasta el rebalaje de la playa… No lo sé. No sé tampoco ni cómo, ni dónde ni cuándo el maestro nos lo dejó para que meditásemos un rato.

Se han venido al remanso del puerto todas, bueno a lo mejor no son todas, pero casi todas las gaviotas.  Han cambiado los acantilados por la quietud del agua entre malecones de cemento y los mástiles de los barcos por la pasividad de la farola – en Málaga no tenemos faro, sino farola – que da destellos que compiten con las estrellas.

El mar canta de muchas maneras. Los que viven cerca de él saben cómo ruge en las noches de Levante, o cómo susurra cuando el temporal dice que toca estar quieto. Tiene el mar ahora una canción cambiante, distinta. Es una canción de llanto y pena.

El mar, otro mar, acaba de conseguir el primer flas de telediario. Es un mar lejano, muy lejano. Es bravo y profundo y se las anda frente a las costas de San Juan de Terranova – que ha traído la vieja noticia de la muerte – desde esa parte de América del Norte que llaman Canadá.

Un puñado de hombres han perdido lo más preciado que tenían: la vida. Un peligro extremo, un salario de miseria para compensar los sacrificios que hacen en la búsqueda del pan de cada día. Allí el sol molesta poco, muy poco. Dicen que era una borrasca muy profunda con olas que rompen moldes. Había de todo menos monotonía y, para no faltar, no ha faltado ni la tragedia.

Ahora aquí, en una tarde soleada, las gaviotas se han venido a sestear en las aguas del puerto. Muchos corazones andan en otros puertos rotos por el dolor. Un puñado de hombres no volverán nunca y esa palabra alcanza todo su sentido: ¡nunca!

Qué pequeña es la mar chica del puerto. Casi no caben las gaviotas mientras uno se halla atenazado por tantos por qué, por tantos recuerdos, por tanta rabia de impotencia…

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