Para ti...
sábado, 31 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Concepción, Jardín de otoño
Está a la salida de Málaga,
Guadalmedina arriba, conforme se enfila la salida de la ciudad hacia el norte.
Antes, por ahí pasaba el Camino de Casabermeja, luego fue carretera, y ahora
autovía de las Pedrizas. Cambian los tiempos. El Jardín no ha cambiado a pesar
de haber pasado momentos difíciles.
Se atribuye la compra de la
hacienda a Manuel Agustín Heredia en la mediación del XIX, en 1840.
Investigaciones posteriores afirman que, algo posterior. En 1850, su hija
Amalia Heredia Livermoore, alma del jardín, casada con Jorge Lorging Oyarzábal,
uno de los hombres más influyentes de Málaga de su tiempo y amigo personal de
Cánovas y Francisco Silvela, se trasladó con su marido a vivir desde la
Alameda, a la finca. Al desaparecer ambos, la adquiere el matrimonio Echevarría-Echevarrieta hasta
1943, y desde finales del siglo XX, pasa al Ayuntamiento de Málaga.
Afirman los estudiosos del jardín,
que su belleza es obra del diseño de Amalia y del jardinero francés Chamaussant.
Su padre, Manuel Agustín Heredia, era dueño de la finca de ‘enfrente’, San José,
y su madre Isabel Livermoore, una gran aficionada a las plantas. Los capitanes
de los barcos de la flota de Heredia, que transitaban por el mundo, le traen
plantas de los sitios más dispares…
Amalia, tan amante de la botánica
como su madre, tiene un vivero esplendido del que se sirve junto a su casa y
ella además, incrementa el propio al que
enriquece incluso con una colección arqueológica. Se crea el Museo Loringiano
que catalogó Rodríguez Berlanga.
La exuberancia de plantas del Jardín de la Concepción, se escapa a esta líneas. Dicen que todos los jardines tienen
dos momentos estelares en su floración: primavera por lo que supone de eclosión
vital y otoño, por el encanto poético del momento en el preludio del invierno.
Si hubiese que catalogar el
jardín, ocupan lugares preminentes su alamedas de plátanos de sombras, las
cycas, las ‘costillas de Adán’ y sobre todo la glicinias del senador donde, además
de poseer una obra de arte en el forjado de su herrería salido de la ferralla
de ‘La Constancia’, las doce glicinias le dan un perfume y un encanto especial,
hasta el punto que bajo sus sombras se gestó parte de la política española del
siglo XIX. Historia, arte y naturaleza exótica cogidas de la mano. La
Concepción, jardín de otoño…
viernes, 30 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mejor, con un libro
Hace años, cuando yo era joven,
el Ideal de Granada que a mi pueblo venía con un día de retraso – ¡qué
tiempos aquellos, ¿verdad? - publicaba una viñeta en la que mostraba un viajero
aburrido, que contemplaba el paso del paisaje desde la ventanilla del tren. Un
pie de foto, insinuaba: “mejor, con un libro”.
Aquello era una manera de empujar
sutilmente hacia la lectura, al mismo tiempo que le dada un toque a aquella
persona ociosa que dejaba pasar el tiempo sin aprovecharlo siquiera en la
contemplación del paisaje que se le ofrecía gratis al otro lado del cristal de
la ventanilla.
Felipe, Felipe Aranda, que está
en todo, va por la calle con un ojo que mira y ve y un objetivo que lo plasma e
inmortaliza. Por la pinta, el hombre de la foto es un extranjero, o sea un
hombre que nació en algún lugar remoto y que por avatares de la vida, eligió en
un momento cualquiera, éste para pasar sus días.
No es un hombre aburrido, ocioso
o que esté perdiendo el tiempo. En absoluto. El señor a quien no tengo el honor
de conocer, está totalmente inmerso en la lectura… Lo tienen atrapado las letras
hilvanadas que componen palabras escritas, que transmiten un mensaje. El hombre
está en lo suyo. No percibe ni se distrae por nada que venga de fuera, del otro
lado de la reja que lo separa de la realidad del mundo exterior.
El autor del libro, el herrero
que hizo la forja y la anudó con una perfección inusitada, milimétrica, ni el
lector que deja que su vida se derrame sobre las páginas, nunca pensaron que un
fotógrafo, o sea un notario gráfico de la realidad que se llama Felipe Aranda,
iba a dejar constancia de ese momento de placer que proporciona la lectura.
Los libros, amigos silentes, esperan
siempre sin una queja, sin un reproche, sin una mala cara, por mucho tiempo que
pase sin que reparemos en ellos. Dicen las estadísticas, que cada día se lee
menos a pesar de que se publican muchas, muchas obras donde los autores ofrecen
un mensaje para quien quiera detener sus pasos en el camino y como este señor
anónimo, opte por sentarse en una mecedora al otro lado de la ventana y se recrean
con lo que ellos ofrecen.
jueves, 29 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ... Y Sevilla.
¿Sabes? Me he echado a andar por
la ciudad. Sin rumbo, como quien va a ninguna parte. No tengo prisas. Ando
despacio. Miro a los lados. Dejo que el viento acaricie mi cara y entre dos
luces siento el embrujo de esta ciudad única. Voy despacio, me adentro por el
Callejón del Agua. Sé que en su estrechez, ya no resuenan los caños como sonaron en otro
tiempo, cuando traían el agua de Carmona…
Una placa me dice que aquí estuvo
alojado Washington Irvign y que escribió los Cuentos de la Alhambra. ¿Será
verdad? Es un patio umbrío. Está lleno de enredaderas y yedras bravías, de
macetas de sombra…
De pronto, se me viene a la mente
la letra de aquella canción de cuando éramos jóvenes, tan jóvenes, que hasta
creíamos en muchas cosas. Parecía una premonición: “Me he equivocado tantas
veces, ahora que ya lo sé…” Es como un susurro que cruza el viento…
Sigo andando. Otra placa, en la
fachada de una casona, recuerda al Marqués de Vega Inclán, responsable de la
recuperación del Barrio, este Barrio de Santa Cruz, de misterio y encantado,
con los Jardines de Murillo al alcance de la mano, y los Reales Alcázares y
buganvillias en las tapias y las campanas de la Giralda que lo llenan con sus
toques cuando anuncian algo….
“Fue una locura aceptar aquella
cita…” , resuena en el recuerdo, la canción… ¿Y si no lo fue? Me
pregunto. No encuentro respuesta. Sé de pillos y truhanes, que no lejos de aquí, en una taberna, la Hostería
del Laurel se rendían cuentas pendencieras: “Los muertos que vos matáis gozan
de buena salud, don Luis”. Otros, tan pillos como aquellos, se repartían
oficios en los escalones de la Catedral. Cervantes los vio, los conoció y se
los llevó a la historia.
Sevilla, ¡ay Barrio de Santa
Cruz! Tópicos y realidad de la mano… ¿Sabes? aquella tarde, de la tuya me
dijiste: “Se llama calle de los Abades porque así era como se conocían a los
canónigos de la catedral”. “Pero la nostalgia de verte de nuevo…” Voy a anotarlo. Perdido entre la gente, echo
mano al bolsillo interior de mi chaqueta. Saco el pequeño bloc de notas y un
lápiz: “Doña María Hotel…”
miércoles, 28 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Viento ábrego
Me he llegado hasta
Me he encontrado con varias
sorpresas: no ha llegado el otoño – ‘no por mucho madrugar amanece más temprano’,
aunque ya es tiempo - y, en un país como
el nuestro, de naturaleza arboricida, hallo que han talado algunas choperas.
Los varetones nacidos en primavera ya viraban a oro viejo, y las hojas anuncian
que emprenden el último viaje antes de terminar como alfombra de sotobosque y
volver a la madre tierra.
He subido hasta la cumbre cuando
el carril comienza a bajar hacia Tolox. Pasado los primeros pinsapos que están donde
siempre he vuelto sobre mis pasos. Luego, junto los
tapiales, he puesto el hato. El convento, lo que queda del convento de las
Nieves, está más al fondo. Lo explotan como apartamentos rurales... Un letrero
en la puerta de hierro anuncia que es propiedad privada y un número de teléfono
indica para quien quiera contactar…
Me siento en uno de los merenderos
preparados para acampadas temporales. Otras familias, como nosotros, también
reponían fuerzas. Unos letreros en la puerta de los servicios informan que
debido a la pandemia están y permanecerán cerrados…
Paseo mis ojos por la naturaleza
que me rodea. Se oye el silencio. Lo rompe el silbo del viento. Los pinsapos se
preparan como esperando algo grande. Se me antojan como el anticipo de otra
cosa. Son árboles de tiempos muy remotos. Ellos no son de este mundo. El viento revuelto y ábrego de media tarde dice
que se ha terminado el verano; la vegetación agostada lo rubrica.
En El Burgo opto por tomar la
carretera del Serrato. Un cartel me anuncia que ya no es Sierra de las Nieves sino
Serranía de Ronda. Ya se sabe, el hombre, como los perritos en la esquina, acotando
propiedades.
Al volver a casa abro las
“Florecillas” del Poverello de Asís. Copio literalmente: “no hay aquí cosa alguna preparada por
industria humana, sino que todo lo que hay nos la ha preparado la santa
providencia de Dios”. Me resisto y me pregunto ¿la tala también?
martes, 27 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día
Para ti... Ayer, un problema técnico me impidió colgar la "rosa nuestra de cada día". Al comunicar la noticia, Salvador Pendón, comentó: "mañana, dos". El rosal ha sido así de generoso...
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El castaño de Tormantos
-
Vas a ver el castaño más grande que hayas visto
nunca, me dijo mi amigo Jesús Mora.
Tierra de leyendas. “Entre Piornal y
Garganta, / no muy lejos de Plasencia, / relatan viejos romances / una historia
verdadera…” Hablan de una serrana de la familia Carvajal, despechada por
el sobrino del obispo de Plasencia. Dice el romance que: “De cintura para
arriba / de persona humana era; / de cintura para abajo / tiene estatura de
yegua...”
El romance corrió por La Vera, Monfragüe,
tierras de Portugal e incluso llegó a Canarias. “Cuando tiene sed de agua se
baja pa la ribera / cuando tiene sed
hombres se sube a las altas peñas…” La moza seducía a los hombres que
encontraba por la sierra – a otros, por las fuerza – y los llevaba a su cueva, los gozaba y los
mataba…
-
¿Y, de verdad, por estas tierra anduvo la Serrana? Pregunto.
-
Eso dice la leyenda…
La carretera serpentea. Comienza el ascenso
casi desde el mismo brocal del puente que salva la garganta, pasado el pueblo.
Baja el agua desde las cumbres de Gredos. Cristalina, entre granitos y embrujo. La
carretera estrecha sube y sube y sube.
-
Ahí lo tienes, me dijo, después de salir de una curva.
Bajamos, nos acercamos, acaricio su corteza centenaria con la yema de los dedos,
casi lo reverencio. Entre los seis – porque íbamos seis – no podíamos
abrazarlo…
No salgo de mi asombro. ¿Cuántos años puede
tener este castaño? No sé calcular la edad de los árboles con solo mirarlos.
Hay expertos que tienen sus métodos para averiguarlo.
Tierra de leyendas, lobos y mastines para el
ganado, tierra que asombra y atrapa. Suenan en el monte las cencerras de las
cabras. Abajo el pueblo, en la lejanía, el Puerto de Mirabete y Extremadura que
se abre por el sur hacia Andalucía, por el oeste hasta Portugal.
El Piornal está al coronar el puerto. Esto, dijo
Fernando que se nos fue muy pronto -“temprano madrugo la madrugada”- merece un pitarra, y le hicimos caso…
lunes, 26 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día
Mi amigo Juan Blanco ha visto la nota en la que anuncio la imposibilidad de colgar la foto. Me ha indicado un nuevo 'camino' y aquí está el resultado... El que sabe, sabe y el que no... pues eso. Muchas gracias, amigo Juan.
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El baúl de los retales
Con la llegada del otoño, se
abren los armarios. Se saca la ropa guardada cuando llegaron las calores, ropa
de invierno acompañada de bolillas de alcanfor ‘para que no se pique’, decía mi
madre. Un olor a neftalina invade la casa.
Algo parecido está ocurriendo en
el mundo literario con algunos autores. No es que se haya abierto el armario
que guarda su obra. No, no. Se ha echado mano al baúl de los retales y se está
‘recuperando’ la memoria hacia algunos autores que hace un montón de años
-alguno no tanto, aunque sí la obra rescatada – que se nos fueron.
Verán. Han surgido libros sobre
la ceguera de don Benito Pérez Galdós, sobre la inquietante vida fascista y
enriquecimiento de César González-Ruano, sobre la capacidad empresarial - sí, como suena – de Zenobia Camprubí que
vendía cerámica y antigüedades en Estados Unidos, sobre el discurso franquista
de José María Pemán…
Esto no es que se hayan
desenvuelto las bolillas de alcanfor de los papeles de periódicos. Esto es meter
la mano en el baúl de lo retales y sacar y sacar trapos y ropa que está pasada
de moda, que es vieja y, además inservible, porque se ha apolillado.
Pienso que en el centenario de
Galdós, lo que tiene que importar de verdad es su obra y no que un fallo en la
operación de cataratas provocase su ceguera, cuando probablemente la causa fue
su diabetes y la vida un tanto desordenada de don Benito.
César estuvo lleno de sombras, en
Berlín, en París o en el mismísimo Café Gijón. Dejó una obra como articulista
excepcional, hasta el punto que fue el foco literario en un Madrid donde
comenzaban ya a brillar: Delibes, Cela…
A Zenobia, hay que valorarla por
su traducción de Tagore. De su mano lo conoció Juan Ramón y el resto de los
españoles -Tagore obtuvo el Nobel de Literatura en 1913 – que descubrieron la
hondura del poeta indú…
De Juan Marsé ha salido un libro
-Viaje al Sur – de los años sesenta, pero donde se destaca el discurso
de Pemán en el palacio de Las Dueñas en 1936, alabando el golpe de Estado. Me parece
excesivo. Juan Marsé escribió una obra excepcional, pero por otros motivos: por
el tema, por el sitio y por la situación social en que se desarrolla. Se ha
abierto el baúl de los retales…
domingo, 25 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día
Para ti..., para ti Tomás que nos dejaste lo mejor de tu arte, lo mejor de tu alma enorme que no te cabía en el cuerpo y que una noche de otoño voló al cielo...
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tomás Salas
Esta mañana ‘Nuestra Tierra’, el grupo
folk, y nuestra tierra, la que pisamos cada día se ha despertado triste, muy
triste. Un mazazo inesperado. Una noticia que nunca se quiere saber, pero que
está ahí. Se nos ha ido Tomás, Tomás Salas González. Su corazón dijo que ya estaba
harto de andar los caminos y decidió pararse y no mover más el reloj de las
horas para atrasarlo o para adelantarlo, eso lo dejó para otros hombres…
Tomás era el alma de muchas
cosas. Una autoridad en la recopilación del folclore de nuestra tierra, un
hombre servicial y como todos los que llevan mucho arte dentro alguien tan
especial que era único e irrepetible. Tomás era de esas personas que deja un
vacío, que puede sonar a tópico, pero que no va a llenar nadie.
Seguramente en una noche en que a
Dios se le movió alguna cuerda de su guitarra tuvo la ocurrencia de llamarlo
para que se la afinase. Y Tomás que no sabía decir que no – a mí nunca me dijo
que no, ¡y mira que lo importuné veces! – emprendió el camino y fue a poner la
cuerda en su sitio y a darle los acordes y los afines…
Dios se empeña en escribir de una
manera que a los hombres nos cuesta trabajo entender y nos hace que nos
preguntemos y nos preguntemos y nos preguntemos, pero la respuesta siempre es la misma: lo ha
querido Él. Y Tomás desde esta madrugada escribe en un pentagrama diferente en
clave de Sol diferente junto al Sol diferente y verdadero, el Sol que todo lo
puede.
Es difícil escribir obituarios.
Casi siempre se escribe de alguien de quien decimos que se quiere y que era bueno.
En este caso, no es que se diga, es que se cumplen las dos. Su ausencia va a
ser una presencia constante en todo por lo que él andaba. Cuesta, cuesta mucho
y como Miguel asumo sus versos: “un manotazo duro, un golpe helado / un
hachazo invisible y homicida / un empujón brutal te ha derribado. Andaba la
madrugaba pajareando cuando todavía estaban lejos las luces del alba”. Se nos ha ido Tomás. Dios lo ha querido.
sábado, 24 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Y vuelta la burra al trigo
Parece que hay cierto interés en
enfrentar a gente que vive bajo el mismo sol, respira del mismo aire y se baña cuando viene la misma lluvia. Vamos,
que están a tiro de piedra unos de otros. Y todo por mor de llamar ‘Caminito
del Rey’ de la Axarquía, a una obra preciosa para admirar una naturaleza de
gran valor paisajístico, en contraposición con lo que ya existe.
Hay que dejar claro algunas
cosas. Tajos hay muchos, pero solo uno
asocia ese nombre con la ciudad a la que parte en dos: Ronda. Doñana y Marismas,
de la mano, Sierra Nevada con Granada, el Teide con Canarias y el Cabo de Gata
y Desierto de Tabernas con Almería. La Giralda con Sevilla…
Sobrasada y ensaimada de Mallorca. Butifarra y escudella catalanas,
y cocido, el madrileño. Cochinillo de
Segovia y cordero de Aranda. El salmorejo, de Córdoba, los roscos de Loja, de Loja y los mostachones,
de Utrera… Las truchas, de Navarra, el ribeiro y el albariño de Galicia y la
manzanilla de Sanlúcar.
La cecina va con León, el jamón
con Jabugo, Los Predroches y Guijuelo. Hay otro jamón en Teruel, en la
Alpujarra, en la Serranía de Ronda, en los Ibores…. ¿Y? pues nada, cada uno en
su sitio sin tener que lidiar en plaza ajena.
Las fabes, de Asturias, la
morcilla de Burgos, el cocido liebaniego de los Picos de Europa en Potes, en la
Hermida, en Fuente de Dé…el marmitako en Vizcaya y la paella en Valencia, migas
de Extremadura y verduras, en Calahorra. Sopas perotas, en Álora, porra de Antequera
o Archidona y mantecados de Estepa o Rute…
De quesos, tintos, blancos,
rosados, pacharanes, aguardientes y licores… otro día.
¿Para qué seguir? El Caminito del
Rey está asociado a El Chorro, donde confluyen tres términos municipales:
Álora, Ardales y Antequera. Estuvo en el ostracismo, abandonado y en ruina
física durante mucho tiempo. Salvador Pendón – al que pusieron muchas
zancadillas, incluso los propios – en su tiempo de presidente de la Diputación
tiró hacia adelante y luego, se ‘re-inauguró’ en el mandato de Bendodo.
Los dos tuvieron una visión
turística excepcional para potenciar una zona que lo pedía a gritos. Ahora, con
estos enfrentamientos, lo único que se va a conseguir es dejar descontentos a
tirios y troyanos. Por favor, señores políticos, periodistas y publicistas,
algo de imaginación, solo un poquito…
viernes, 23 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Rábanos
Cuatro
mil años antes de Cristo, egipcios y
babilonios los tenían en sus mesas. Luego, se expandieron por el Este.
Llegaron hasta China y saltando el mar, al Japón, aunque allí cambió de color y
se hizo ‘negro’. Los romanos y los griegos los difundieron por Europa…
Tiene
mala literatura, sobre todo en el refranero, cuando se quiere despreciar algo
de poco valor: “Me importan un rábano”. Cervantes le dio mejor trato. Lo
cita en una de sus novelas ejemplares: Rinconte y Cortadillo.
Verán,
aparece en escena una vez hechas las presentaciones en el patio de Monipodio, y
después de dejar las cosas muy claritas sobre todo en aquello de ‘tú hurta y
reparte’ que luego es imposible recoger, y quién es el que manda allí y todo lo
que convenía aclarar…
Cervantes
pone un párrafo delicioso: “Ida la vieja, se sentaron todos alrededor de la
estera, y la Gananciosa tendió la sábana por manteles; y lo primero que sacó de
la cesta fue un grande haz de rábanos y hasta dos docenas de naranjas y
limones, y luego una cazuela grande llena de tajadas de bacallao frito”.
Luego,
va un poco más allá. Informa de “medio queso de Flandes, y una olla de
famosas aceitunas, y un plato de camarones, y gran cantidad de cangrejos, con
su llamativo de alcaparrones ahogados en pimientos, y tres hogazas blanquísimas
de Gandul”.
En Pueblos
en cuerpo y alma, Antonio García Barbeito dice: “En la carretera, de día, puestos ambulantes de
huerteros que ofrecen naranjas pintonas, lechugas, rábanos, aceitunas aliñadas…”
El
rábano es muy bajo en calorías, rico en agua y por tanto un gran hidratante del
cuerpo. Su consumo, beneficioso para la función hepática y biliar. Tiene
abundancia de minerales (magnesio, fósforo, potasio, hierro y calcio). Y por si fuera poco, además es rico en
Vitamina C y agrega un sabor – algunos, otros no – picante, lo que lo hace aún
más apetitoso.
Precisa
de terrenos ricos en materia orgánica, bien drenados y sin encharcamientos. Su
crecimiento es rápido, lo que permite que las cosechas se escalonen, si bien la
carencia de agua los puede hacer crecer huecos – ‘lluecos’, los llama el
pueblo- y con poca consistencia con un crecimiento radicular excesivo. Frescos
y con un espurreo de sal… ¡Exquisitos!
jueves, 22 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Gracia de Dios
¿Llueve? ¡Llueve…! Primero, era un
ruido sordo, algo así como un tropel de angelillos traviesos que salen al
recreo y se empujan por las escaleras del cielo, para ver quién llega el
primero al patio, y el más veloz, aquel angelillo rubio de piel blanca y
mofletes gordos, se ha puesto debajo de los palos de la portería y ha gritado: ¡Primerooo…!
Después, todo se vistió de gris.
Era como un tul extendido desde las alturas, y en la lejanía se difuminaban los
montes y las sierras estaban cubiertas de nubes, y el agua descendía con esa
mansedumbre con que solo baja la lluvia cuando lo hace con la bendición de esta
mañana.
Llueve sobre el campo. Están
sedientos los terrones de la sementera que abrió el arado que crujía bajo el tiro de la yunta
de andar lento, monótono, cansino… Se empapa el campo y no deja que se escape
ni una gota, ni la más traviesa de las gotas.
En posición estoica, ofrecen los
olivos su cosecha, con las ramas generosas aguardando la lluvia durante muchos
días, muchas semanas, mucho tiempo. Se
resistía, no quería venir hasta que Él quiso, y quiso y se esparció por todos
los rincones y dejó la firma de Dios, generosidad
y dulzura.
Uno, en estos momentos, se
acuerda de aquel hombre viejo a pesar de que sus años aún decían que era joven,
pero al que hirió el dardo que le asignó Cupido, amando lo que puede tener de
hospitalario y desde su clase oscura en el caserón soriano, veía la “monotonía
de la lluvia tras los cristales”
Pienso también, en esa balada que Serrat llevó
al pentagrama, pero que como no conocía los campos de aquí, no sabía de granados
que comienzan a vestirse de oro viejo, ni almeces medio deshojados con las
bayas negras que ponían a los niños los labios de palodú, ni caquis maduros
para merienda de pájaros, ni de nueces que bambolea el viento en los pimpollos
más altos de las ramas…
Llueve. Dios ha querido que sea
así y ahora el campo lo agradece y dentro de unos días se vestirá con un manto
verde y se cargarán los veneros que llenarán los pozos. Y cuando el eco
pregunte: ¿Está Dios ahí? dirá: Síííí…., y se perderá hasta un infinito de no
sabemos dónde…
miércoles, 21 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Melancolía impuesta
De mediodía arriba, ayer llovió en media España. Las imágenes de Encinasola y Sevilla, despertaron anhelos de deseos dentro del alma. Allí, me dicen, llovió e hizo viento. ¡Cómo me hubiera gustado escuchar el repiqueteo de las gotas de lluvia en el cristal de la ventana¡ Se necesita por estas tierras el agua de otoño. Trae la bendición del cielo y la gracia de Dios en su mano. El campo lo pide a gritos. Todo está agostado y sediento.
Miles de gorriones, cada atardecer, buscan cobijo en los ficus de la Avenida. Pían y pían, y tienen un gorjeo discorde y chillón. Deben andar a la gresca en disputa por la mejor rama o por el mejor refugio nocturno. Estos gorriones viven ajenos a lo que pasa en el mundo. ¿En el mundo de los gorriones existirá la felicidad?
Hurgo en los papeles viejos. Me encuentro con una litografía que recoge el Arenal de Sevilla, Siglo de Oro. De allí partían los barcos que iban al Nuevo Mundo. Ese otro mundo tan lejano y soñado, que quedaba tan lejos.
Recuerdo
ahora un mediodía sentado junto a la orilla del mismo río, aguas abajo,
compartiendo mesa y amistad, en Coria del Río. De pronto, apareció un barco,
descomunal. Uno, que es de secano, se quedó sorprendido ante tanta belleza que
aparecía de pronto, sin anunciar que venía…
El barco,
subía sin prisa pero lentamente. Venía de alguna parte y como en los versos de
Lorca para barcos, aunque éste no era de vela, Sevilla tiene un camino. Era el
camino que llevaba, su camino. Los barcos que yo he visto en mi litografía son
‘otros barcos’.
martes, 20 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sísifo y la piedra
Nació en Jerez de los Caballeros,
donde Extremadura y Andalucía casi se dan la mano. Siglo XVI. Se llamó Vasco
Núñez de Balboa, y además de fundar una ciudad estable en Panamá, descubrió el
Océano Pacífico. Antes de marchar a América estuvo a las órdenes del Señor de
Moguer, Pedro Portocarrero, y había vivido en Córdoba y Sevilla…
Hasta aquí, algo desconocido para
muchos. Otros saben que en Madrid hay una estación de Metro que lleva su nombre
y puede que, cualquier día, algún iluminado de los que tienen muy desarrollado
el gen de eliminar todo lo propio, quiera borrarlo de la Historia.
Ya lo intentó Pedrarias por
envidia y por el afán de tener más riquezas que él, lo acusó de conspirar
contra el propio Rey. Fue absuelto dos veces, pero terminó en el patíbulo como
consecuencia de las traiciones – Pizarro se consideraba ‘amigo de toda la vida’
¿a que esto suena, verdad? – de los que habían colaborado con él o se habían
enriquecido en su compañía. Miseria humana sin límites.
No es el único caso en la
Historia de españoles en la conquista de América. Españoles contra españoles.
Ese gen anidado en mediocres y perdido
en la cadena de nuestro ADN, autodestructivo, que surge cada periodo de tiempo
y que intenta sacar cabeza cortando la de los otros.
Alguien dijo que admiraba a
España, porque no había ningún país con más afán contra sí mismo que el nuestro,
pero que al no conseguirlo, se adormecía periódicamente, para reverdecer unos
años después cuando era más inoportuno. Parece que la cosa no está muy
complicada de entender.
Sísifo fue un ser de la mitología
griega. Hijo de Eolo (dios del viento, que ya es casualidad) y Enareta. Dicen
que fue condenado a los infiernos por asesinar a viajeros, por haber
traicionado a Zeus, o por su impiedad. No está claro. Lo cierto es que hizo
unas recomendaciones a su esposa que no cumplió. Le concedieron volver a la
tierra para vengarse de ella, pero no volvió, hasta que muere de viejo.
Lo condenaron a empujar una
piedra monte arriba, que cuando llegaba a la cumbre se precipitaba hacia el
fondo. Así, eternamente. ¿Tendremos los españoles una condena parecida a la de
Sísifo? Si no lo es, se parece un montón…
lunes, 19 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tetrabrik
Tiene programado Canal Sur TV, en
la noche del domingo, “Música para mis oídos’ en eso que llaman los cursis ‘prime
time’. O sea, en la hora estelar, esa donde más gente puede haber sentada
delante del televisor en la salita de su casa.
En la noche del domingo 18 de
octubre se lo dedicaron a parte de la provincia de Málaga. En este caso: Álora,
Torremolinos y Nerja. Es imposible compendiar todo lo que ofrecen estos tres
municipios en un espacio reducido de tiempo. Imágenes, mensajes y… dejar a todo
el mundo contento.
De entrada, las imágenes de
Álora, bellísimas. Hubo ‘sus cositas’. Es momento de agradecer y no de
criticar. Soberbia la realización en el interior de la Encarnación, sublime
grandeza en su sobriedad, en el Castillo, en el Mirador, en la sencillez de Dolores, la mujer que explicó con una
palabra algo tan difícil cómo decir la manera de servir las sopas perotas: “ni frías ni calientes,
templadas…”
Ese mantón de Manila a la cintura
en baile con la bata de cola roja en el Mirador de Cervantes, con el campo
enfrente y en medio la baranda de forja que lo abre al cielo limpio. Ha sido probablemente,
una de las imágenes más bellas, de más plasticidad, de más embrujo, de más
poderío y más sugerentes de todas las que han ilustrado el programa.
Por cierto, que valor - a lo mejor es otra cosa, ¿no? arrancarse
por Malagueñas donde nació un Cante, duro, recio y difícil. En Álora donde
crearon o cantaron por Malagueñas El Canario, el Pena - Padre e Hijo – Joaquín Tabaco, el Perote –
otros dos, Juan de la Cruz y Diego - o Pepe Vergara… es como hablar de los
grandes profetas en el Antiguo Testamento.
¿Le habrá dicho alguien a Manuel Lombo que aquí hay cantaores vivos
como Antoñita Contreras, Benito Moreno, Joaquín, ‘el de la Bodega’, o Miguel y
su hermana Pilar de la saga grande, grande, grande de los Pibris…?
No todo el mundo puede arrancarse
por Fandangos en Alosno, ni en Huelva; ni por Bulerías o Martinetes en
Jerez; ni por Sevillanas en la Cava; ni
por Jaberas en Málaga; ni por Malagueñas en Álora… Que no, hombre que no, que
eso es algo así como quien va a Domecq y bebe vino en tetrabrik. Dicho lo
dicho, gracias a cuantos habéis permitido que Álora llegue tan lejos.
domingo, 18 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Fuera, tristeza
Llegan noticias desoladoras. Todo
es tristeza. No se ve el fondo del pozo y cuando se grita desde el brocal:
¡Holaaa!... Se pierde y no llega a esa pared de fondo que para la voz y la
devuelve a modo de eco.
Hay ciudades que ya de por sí son
un reclamo. Tienen un marchamo pegado en su solapa – si es que la ciudades tienen
solapas, claro – Me acuerdo del embrujo de Granada. Es sublime la subida por la
cuesta de Gomerez, ese albaicín de jazmines y casas blancas con la Alhambra enfrente,
el Darro que baja, como los otros ríos de Granada “de la nieve al trigo”.
Engancha Cádiz con la chispa oportuna,
sagaz, picante… Esa chispa que esboza la salida de la sonrisa que es mucho más
aguda, más irónica, más punzante que la propia risa porque sin decir nada, ya
lo lleva todo dicho.
Tiene Málaga brisa de mar que no
huele a brea, nácar de espuma que viene de la bahía, susurro de jábegas que
rompen las olas, aunque este año no haya regatas de delfines y sirenas, palomas
en el parque y palmeras que se adormecen con los bocinas del ‘melillero’ que se
va para volver mañana…
Hace tiempo que no voy a Sevilla.
Demasiado tiempo. Tengo ganas de perderme por el dédalo de calles de Santa Cruz
y buscar por el entresijo de sombras esa
mirada que seguro va seguir jugando al escondite al revolver de las esquinas. Ansío
escuchar las campanas de la Giralda y soñar que en las escalinatas de la
catedral siguen sentados Rinconete y Cortadillo que todavía no han ido al patio
de Monipodio.
Tiene Torremolinos que es más
ciudad que muchas otras el encanto de la bulla, de la gente que vienen de
sitios muy distantes a pasear por el paseo marítimo que orilla su mar… y a
llenar sus chiringuitos – todos iguales – que ofrecen puntillitas fritas, gambas
cocidas, chanquetes de huerta con pimientos asados como si el arco iris se
bajase por un rato al plato, y espetos…
Un mal de ojos se ha cernido
sobre nosotros. Es verdad que tenemos que ser prudentes, muy prudentes pero por
Dios fuera esta angustia que ahoga, ese eco que no responde y que vuelva la
alegría y la gente a los paseos marítimos y el embrujo y la brisa… Fuera la tristeza
y las ausencias impuestas.
sábado, 17 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las puertas del campo
Pregunta el aserto popular algo
que tiene una difícil respuesta ¿quién le pone puertas al campo? Alguien dijo
que el campo comienza donde llega la hoja abierta de nuestra ventana para que entre la brisa de la mañana… Es un
exageración, pero no estaba tan equivocado.
Siendo yo joven – de lo que ha
pasado mucho tiempo – viajaba en un autobús urbano de Madrid, de aquellos que
llevaban un cobrador, a la derecha de la puerta trasera, conforme se accedía al
interior.
En un momento del trayecto – yo
entonces no conocía Madrid como para saber en qué lugar estábamos – subió una
mujer mayor, enlutada con un pañuelo en la cabeza y un vestido con delantal muy
largo. Cazaba alpargatas y llevaba un cesto en el que podrían ir huevos.
Probablemente era una señora de pueblo que iba a vender o a entregar la
mercancía. Le preguntó algo a cobrador que, en lugar de informarle, le contestó
de mala manera y la ridiculizó.
Entonces, un señor se levantó de
su asiento, se dirigió al susodicho, le afeó el comportamiento y con una voz
que resonó en todo el interior de vehículo concluyó:
-
“Pues sepa usted, que no hay campo desde el Puente
de Vallecas hacia abajo y desde la Carretera de la Coruña hacia arriba…”
Allí se cortaba el silencio y
creo que la lección quedó dentro de más de uno. Estos días la gente huye de la
ciudades en la medida de sus posibilidades para pasar los fines de semana o los
puentes en el aire limpio del campo. Hace unos días, un amigo me contó que fue
a El Torcal muy temprano, y ya habían cortado los accesos porque no cabía toda
la gente que había acudido.
Algo parecido ha pasado en la
Sierra de Cádiz. Hablan de diez y doce kilómetros de retención para poder
entrar en Prado del Rey o en El Bosque. En el río Majaceite, junto a
Benamahoma, cortaron la entrada al sendero. No se cabía…
No es que se haya puesto de moda
el senderismo o el amor por la naturaleza, no. Es solo el reflejo de la huida.
Ante eso cabe la pregunta, pero la respuesta, para luego, ¿quién le pone
puertas al campo?
viernes, 16 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El mar azul
Está ahí desde no sabemos cuándo.
Bueno sí, desde siempre. No sabemos qué, ni el porqué de su espera. Está ahí, cambia
una, dos, tres las veces al día. Las que hagan falta. Deleita con la infinitud
de su azul.
Es el mar azul del que, hace
mucho tiempo, dijeron que era ‘nuestro’. El Mare Nostrum romano que
besaba las playas de las dos orillas y como según ellos, las tierras de las dos orillas eran de su
dominio, pues eso, el mar, también. Y ya se sabe… Ellos, hace mucho, tanto,
tanto que algunos ni se acuerdan que ya no están. El mar no, el mar sigue ahí,
como siempre, desde siempre.
Decía el padre Homero, aquel
poeta ciego que veía en los versos lo que nadie más pudo ver salvo él, que en
su interior había sirenas que embaucaban con sus cantos a los hombres incautos.
Lo de las sirenas, ahora ha cambiado, lo de los hombre incautos, no tanto.
Recomendaba Homero algunas cosas
para que Ulises pudiese volver a Ítaca. Según la Ilíada, en algunos consejos le
hizo caso y en otros, no. Penélope tejía y destejía conservando la fidelidad del
amor que navegaba también por un mar azul, otro mar azul. Los poetas escriben
las cosas tan bonitas, que uno quiere que sean ciertas.
Don Luis de Góngora, el cura
satírico y poeta, escribió versos que hablaban de condenados a galeras, que
desde la inmensidad de su azul, veían en
la lejanía la tierra añorada a la que no podían llegar, salvo con la esperanza
en la certeza de otras lágrimas. ¿Serán, también azules algunas lágrimas?
Las que ciertamente no son azules,
son las lágrimas de los náufragos atrapados en el interior de un cementerio,
que en su profundidad no es azul. Huyen del hambre, de la injusticia, de la
miseria, de la guerra… Confiados en promesas que nunca se cumplirán, han hecho
del seno del mar azul – “el agua que era antes clara / se está cansando de
serlo” - una tumba de olvido donde nadie acudirá a rescatarlos. Las sirenas
que los embaucaron con sus cantos eran otras sirenas, pero la realidad es negra,
muy negra, tan negra como las abisales profundidades de la pena, de la
desesperación, de la injusticia.
jueves, 15 de octubre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cambios de otoño
Con la llegada del otoño el campo
cambiaba. Amanecía más tarde y anochecía antes. Los pájaros buscaban cobijo en
los árboles más frondosos y las cañas del río dejaban una sinfonía diferente cuando
se golpeaban unas contra otras.
Los almeces del borde de la vía
eran los primeros árboles que acusaban el envite de la nueva estación. Las
hojas perdían la lozanía del verano y comenzaban a mostrar manchas oscuras que,
luego se tornaban amarillas, y bajaban lentamente hasta el suelo.
Las hojas se arremolinaban.
Cuando soplaba el viento, a veces con fuerza las levantaba y las cambiaba de
sitio. Las hojas muertas estaban a su merced y las movía a su antojo… Iban, de
aquí para allá, hasta que la madre naturaleza las hacía desaparecer.
Sus frutos, unas bayas negras,
pequeñitas, cuando las comíamos nos dejaban un halo de color del palodú
alrededor de los labios y con el hueso debidamente mondado y conducido a través
de un canuto de caña se hacían proyectiles certeros sobre el cogote de otros
niños. Conjuntamente con el tirachinas
eran las armas más agresivas de las que disponíamos.
Los nogales por entonces ya
tenían las nueces maduras. Nosotros no distinguíamos entre los pacanos y los
propiamente nogales, solo que a unos los llamábamos de nueces ‘finas’ y a los
otros, ‘nueces’.
Cuando los hombres los vareaban
siempre quedaban en los pimpollos algunos frutos a los que no había podido
llegar la vara y entonces era cuestión de puntería y precisión. La pedrada certera era el mejor
efectivo para derribarlas. El porcentaje de acierto y éxito… pues, eso.
Con el otoño venían también los
caquis. Si estaban picados de pájaros era garantía segura de su madurez. La
granadas – las mejores las de la sobaquera – eran las frutas que abrían la
antesala a las primeras naranjas. Todo
estaba escalonado: almecinas, nueces, granadas, naranjas.
Solo había algo que rompía todo
aquel encanto. Desde los primeros días de octubre, la escuela era el reclamo de
mañana y tarde. Aquella escuela inmunda y maloliente de la Plaza Baja a pie del
campanario que hacía sonar sus campanas doblando cuando a media mañana había
algún entierro. Era el lugar donde supimos en un mapa de hule ajado que España
limitaba al norte… ¿Con qué limita ahora España?