El muchacho era bajito, moreno, tímido, apocado y tan carente
de espíritu como un candil apagado. Nunca había salido del pueblo. Sus padres no
lo habían llevado a Málaga como otros padres – era la costumbre- llevaban a los niños de su edad, al médico, a
comprarle unos zapatos o para hacerle el retrato de la primera comunión…
Cuando dejó por su edad de
asistir a la escuela que estaba muy cerca de su casa, se ‘pegó’ a la huerta que
el padre tenía en la margen derecha del arroyo Cansino, en la ladera a sol naciente del Cerro del Espartal. Su camino era de la casa
al campo y del campo a la casa. Por las mañanas muy temprano, se iba al trabajo
(la madre le echaba la ‘talega’) y
regresaba cada tarde cuando el sol declinaba.
De muchacho nunca fue a la feria,
ni a celebraciones sociales, ni tenía amigos entre los de su edad y oficio. Su
timidez era de tal calibre, que lo aislaba en sí mismo convirtiéndolo en una
persona huraña y asustadiza siempre que salía de su ámbito conocido.
El hombre, porque la edad
avanzaba inexorablemente para él y para todos los de su quinta, tuvo en su mano
el momento de romper con todo aquel mundo que lo tenía absorbido. Su padre,
decidido, movió los ‘espartos necesarios’ y habló con un militar amigo que
ocupaba un cargo de responsabilidad en un cuartel de Madrid.
Se fue como voluntario. Lo que
debió pasar por la mente de aquel muchacho ya casi hombre, solo lo sabrá él y
su fuero interno. Era una persona totalmente inadaptada, y a pesar que los
paisanos que coincidieron con él procuraban allanarle el camino, todo era
tiempo perdido.
Su padre lo tenía ‘sembrado’. Le llovían los permisos con todas las excusas
inimaginables. Cuando el tren salía de la estación de Atocha su rostro se
iluminaba. El regreso era un viacrucis sombrío y lleno de tristezas.
A la vuelta de uno de aquellos
permisos, se dirigió al paisano…
-
Mi comandante, ¿cuándo voy a ir cavar las papas…?
-
Pero hombre, si acabas de llegar…, aprovecha, y
así conoces Madrid, y te vas con los compañeros por las tardes de paseo…
-
Mi comandante, -contestó como un resorte- “yo no cambio la calle Toro por la Puerta
del Sol”….
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