A mi amigo Rafael que, cada día, nos
da una lección de entereza…
Es noche cerrada. Ulula en las esquinas el viento.
Llueve. Hay un sonido sordo del agua que cae sobre la copa de los árboles. Dios
abre su mano en el campo. De vez en cuando, el viento hace que crujan los
bastidores de las ventanas, hay un gemido de puertas. Todo es silencio, no
ladran los perros. No han venido las lechuzas al palomar.
De fuera, de lejos, de otras tierras – de la mía,
también - vienen noticias malas. Llama
la muerte con el sigilo que el que solo ella sabe hacerlo. Se ha instalado
entre nosotros la zozobra, la inquietud, el miedo. A estas horas hay mucha
gente sufriendo por su dolor y otros que sufren por el dolor de los otros, y
ellos y ellas…al amparo de una mascarilla y una bata blanca y no pueden hacer
nada, absolutamente, nada.
Me han llegado esta tarde, a través del correo
unos versos de una monja de Antequera. La monja le pregunta a la primavera si
sabrá que la estamos esperando. Se me antoja que esta mujer es como un Juan de
Yepes, o sea, San Juan de la Cruz en versión de hoy…
Casi todo lo que nos llega es un reguero de
preguntas sin respuestas. ¿Porqué? ¿hasta cuándo? ¿cómo se va a acabar todo
esto? ¿qué es lo que estamos haciendo?
Me refugio en los versos que le atribuyen al
‘poverello’ de Asís: “donde haya desesperación, ponga yo esperanza, /donde haya
tinieblas, ponga yo luz, /donde haya tristeza, ponga yo alegría..”.
Les conmino a una proposición ‘deshonesta’: ¿y si
cambiamos el ‘yo’ por ‘nosotros’? A lo mejor, entre todos, sí hacemos realidad
un cambio de aire y comienza a entrar por la ventana un canto con versos que
saben a paz, a solidaridad, a esperanza, a convivencia, a tiempos nuevos…
Tu relato me sabe a oración. Que así sea
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