Era de noche, hacía frío, mucho
frío. Desde la puesta de sol caía la helada como acostumbra a caer en La Mancha
las noches de mediados de diciembre. La llanura inmensa en la oscuridad, era
aún más asombrosa.
Caminaban hambrientos y ateridos,
ambos dos. Uno queriendo arreglar el mundo – los suyo era ‘desfacer entuertos’
– el otro, lo seguía con la docilidad del hombre simple que se lo cree casi
todo y más cuando ve la posibilidad de satisfacer sus necesidades.
Al mediodía tomaron un bocado –
un mendrugo de pan duro, un trozo de queso en aceite y unas aloreñas que
les habían dado en el Arenal de Sevilla – cuando dieron en parar junto a un río
que se pierde en la tierra y, en otras, aparece como un manantial.
De pronto, en la lejanía, se
vieron luces. Parecían estrellas caídas del cielo. Se movían de una manera muy
en desacorde. Son antorchas, le dijo un hombre barrigón, rehechete y de poca
estatura… El otro, el que hacía de jefe lo vio, a pesar de la oscuridad, claro,
muy claro.
-
Ya ves, Sancho es una aventura que me pone a mano
el destino.
Aguardaron a que las luminarias
se acercaran. Venían vestidos de manera muy rara. Traían hábitos largos, algo
así como ensabanados y cantaban latines y rezos que se perdían entre el
cric-cric de los grillos.
Entonces, don Quijote, que era
quien tomaba la iniciativa siempre después de pasar el miedo, porque ellos
también lo tuvieron y temblaron como tiemblan todos los valientes, rechinando
los dientes, se dirigió a quien encabezaba la comitiva. Le ensartó una serie y
de preguntas y le dijo que respondiese, a lo que le contestó que no podía
entretenerse y unas cuantas cosas más.
Don Quijote, que no estaba acostumbrado a esas respuesta, espantó a la
mula y el otro, al suelo…
Le dijo, entonces el que estaba
en el suelo, que llevaban un muerto de Baeza a Segovia y que… Y don Quijote que
sabía que la gente andaba asustada fue y le preguntó…
-
¿De qué ha
muerto, del bichito ese que anda por ahí suelto…?
-
No, Señor, de unas cuartanas que Dios le ha
mandado…
-
¿De la cuarentena…?
-
Cuartanas, Señor, cuartanas, que son fiebres
pestilentes….
La verdad que no fue así…
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