Conforme se sube la Cuesta del
Bailío, a la derecha. El bailío, cargo institucional desde la época del Rey Fernando
III, podía administrar justicia en nombre de un Señor o del propio Rey. Residía
en un palacio en lo alto de la cuesta, al final de la escalinata, una fuente.
Una puerta – la puerta de Corbacho – comunicaba en la antigüedad la ciudad alta
lo la ‘villa’ con la baja o Axerquia…
El palacio del Bailío está al
fondo. Un día fue cuesta; hoy una escalera empedrada con enchinado cordobés.
Filigranas, dibujos de caprichos, chinas de río pulidas. A un lado, en madera,
las cruces marcan un Viacrucis, al otro, sobre las paredes blancas se empinan
para asomarse a la calle buganvilias moradas…
La plaza de Capuchinos (también se
puede entrar desde la plaza de las Doblas) es rectangular y empedrada. A un lado, el convento de los Capuchinos, al
otro, el Templo de los Dolores, al fondo, imponente, el Cristo de los Desagravios
y la Misericordias. El pueblo lo conoce por el Cristo de los Farolas.
Fray Diego José de Cádiz, el
capuchino impulsor de la devoción a la Divina Pastora, fue su promotor. A mármol
blanco lo llevó el escultor Juan Navarro León. Talló la imagen de Jesús
Crucificado clavado en una cruz de mármol negro…
Casi en los pies del Cristo se
pulsean la luz y las sombras. El escultor puso ocho faroles de forja, primero
de aceite, luego, eléctricos. La devoción del pueblo puso ocho faroles de fe.
Una verja marca casi un cuadrado, unas flores… “No me mueve mi Dios para
quererte…” y uno musita, casi sin querer,
desde sus adentros, con ese silencio que no conoce nadie: “Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, /
que aunque no hubiera cielo, yo te amara, / y aunque no hubiera infierno, te
temiera”.
Es media tarde, hay poca gente en
la calle. Un poco más allá están los Jardines de la Merced y el río sueña mares
camino de Sevilla… Córdoba dormita en sus patios. “El patio -dijo Borges- es el
declive por el cual se derrama el cielo en la casa”…
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