Viajan de noche a la luz de las
antorchas. La luz del día no era propia para ver el llanto de la reina. Más de once meses por tierras de Burgos y el
Cerrato palentino. La reina quería llegar a Granada – un imposible – sin dejar la
bella vieja Castilla. Delira, su locura la lleva a aberraciones…
La gente ve pasar la comitiva por
pueblos perdidos en la tierra adusta y seca. Todo comenzó un año antes. Los
Reyes habían ido a Burgos. Don Juan Manuel tomaba posesión de su castillo.
Felipe jugó un partido de pelota y sudoroso tomó agua fría.
Felipe de Hasburgo nacido en
Gante hacia veintiocho años, hijo de Maximiliano, estaba llamado a ser uno de
los reyes grandes de Europa pero el destino lo torció todo.
Su muerte fue oscura y no exenta
de elucubraciones. Tuvo malas relaciones con su suegro, Fernando, ‘el
Católico’, una de las mentes más
privilegiadas de su tiempo. Hay quien dice que, probablemente pudo tener algo
que ver con lo del ‘Hermoso’.
Septiembre de 1506. Las campanas
de la catedral tocaban a muerto y lo anunciaban al pueblo. Su cadáver lo llevan
unos días después, hasta la Cartuja de Miraflores donde lo embalsaman, la reina Juana ‘la loca’, hace una visita diaria desde la Casa La Vega a la Cartuja.
En el monasterio permanece el
cadáver durante tres meses. En las vísperas de la Navidad de 1506, el día 20,
la comitiva emprende el viaje fúnebre hasta la tumba definitiva. Pasan por
Arcos la Llana, Presencio, Santa María del Campo…
En la noche del 28 de agosto de
1507, once meses después, los vecinos de Tórtoles de Esgueva ven la llegada del
cortejo fúnebre. La reina lleva colgada al cuello las llaves del ataúd. En
diferentes ocasiones abre el féretro para besar los pies del marido. Allí se
encuentra por segunda vez – lo había hecho en febrero, en Arcos – con su padre.
El rey Fernando, decide que hasta aquí hemos llegado…
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¿De qué ha muerto? Pregunta una vecina a otra.
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Del bicho
malo que anda por ahí suelto…
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No, no, tercia otra, por beber agua fría acalorado,
o sea de una pulmonía.
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