Hay un
balcón. El balcón está lleno de flores. Las flores tienen el mejor sitio de la
calle. Son flores de colores suaves, sensuales, precisos. Son flores de muchos
colores. Sobresalen los claveles. Los claveles tienen sitio de privilegio…
Son
flores plantadas, regadas, cuidadas por
una mano – o ¿son dos? – anónimas. Las flores se asoman al balcón y a la calle,
y ¿luego?… luego a la baranda que delimita la calle con otra calle.
Recuerdo
los versos de Miguel Hernández: “Una mujer morena resuelta en luna…” ¿Y por qué
no? No sabemos el nombre de la mujer porque tiene que ser una mujer con una
sensibilidad que sobresale a todo para tener una balcón tan único, tan especial
como es balcón ahíto de flores.
Espera,
el balcón, paciente para saludar al viandante que sube despacio porque la calle
Ancha. Hay que subirla con los pasos lentos, contados, sin prisa. La bulla es
mala consejera pero cuando uno se pierde deleitarse con estas primorosidades,
más.
El
cielo azul se asoma por la equina de la casa, por cierto, el nomenclátor
municipal la marcó con el número trece, para que luego digan los superticiosos…
¿Cabe más belleza en ese balcón de la fachada blanca? Es un cielo limpio de
nubes, es un cielo a juego con el turquesa esparcido como con pinceles de
ángeles.
Se asoma,
también la estribación entre el Monte
Redondo y el Hacho. No quiere perderse el momento… Un chorreo de olivos baja de
la cumbre como puestos ahí, a capricho. Juegan, linderos con un terreno de
secano.
El
progreso ha llenado de cables la fachada.
Bueno, el progreso, no. Los cables los ponen los hombres. Por esos
cables irán conversaciones. Llevarán las cuitas de las personas, de unas a
otras. Habrá palabras intrascendentes,
palabras de amor, de cumplido…
Los de
la electricidad aportarán la luz necesaria cuando llegue la oscuridad de la
noche, y entonces ya todo sea silencio y se dormiten las flores del balcón y
entre ellas se cuenten las cosas del día hasta que la nueva luz, la otra luz,
la que manda Él, cada mañana, diga que llega un nuevo día y…
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