Estamos en la víspera. Un puñado
de días y soles de primavera y ya está aquí. Bueno, ya tenía que estar aquí.
Dicen impropiamente, que este año no hay Semana Santa. No es cierto. Este año
lo que no hay son manifestaciones públicas de fe en las esquinas de la calle,
eso que llamamos procesiones. La circunstancias así lo imponen.
Estamos en las vísperas y nos
dicen que Dios representado en la madera tallada por la manos del hombre, o
sea, Dios, el Dios nuestro de cada día, este año va a seguir en la penumbra de
los templos, en las sombras perpetuas, en los altares dorados y policromados con
paños con encajes bordados y no se sabe cuántas cosas más.
Hay cosas que no entiendo. A lo
mejor necesitamos abrir los ojos. Sabremos que hay Semana Santa porque todos los días, de una
u otra manera, son componentes de unas o de muchas semanas. Son todas, en sí, Semanas
Santas.
Dios está al borde de los
caminos. Dios se muestra en las magarzas de corazón amarillo y pétalos blancos,
en los jaramagos que bambolea el viento, en los lirios del campo que florecen
entre roquedos, en las esparragueras, en las palmas, en los azahares que
perfuman la noches y las tardes y los amaneceres.
Dios está en los pajarillos que
cantan y revolotean entre los pámpanos nuevos en los brotes de la parra, y en
los trigales espigados porque, como este año no ha querido llover lo que ellos
necesitan, se han hecho grano antes de tiempo. Dios está en los primeros nidos
de chamarines y en los vuelos cortos de los ‘gallitos de marzo’ y en el
canto del macho de la perdiz que reclama poderío desde un lugar de la sierra.
Dios no tiene nada que ver con
todo esto que hemos generado los hombres. Estoy seguro que más de una vez, se
dirá para sus adentros: les dije que creciesen y que se multiplicaran y que
usaran su libertad pero con cabeza y no con el lío que me han formado. Dios
está ahí, a lo mejor nosotros también tenemos que ayudarle en algo ahora que
aún estamos en las vísperas de lo que dicen que puede venir con más virulencia…
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