11de
septiembre. Miércoles. Han terminado las vacaciones. Ha
vuelto la gente. Los niños, en los colegios;
las gotas frías arrasan el Levante español y parte de las Baleares. Ahora, a
esa catástrofe de agua y viento, le han puesto el nombre de Dana. Es lo mismo.
Siembra destrucción por donde pasan.
Otras cosas siguen igual que
siempre. Los políticos no se entienden. No se lo crean; no quieren. Todo es un paripé
para mantener el sillón y la mamandurria a nuestra costa que es lo que, a
algunos de ellos, de verdad, es lo que les motiva.
Hay un preludio de otoño en el
ambiente. Las ciudades, las que tienen arboles orillando sus aceras y sus
calles, muestran el primer manto de has secas por el suelo. Es una alfombra
artificial, poco duradera. Avisa de lo que viene.
A mí de los árboles, que más me
gustan en las ciudades, son los plátanos orientales. Sombra frondosa,en verano;
un filtro de sol, en los inviernos
fríos. En primavera, ¡ay, la primavera! ¡Dichoso polen! Le han abierto cantera.
Dicen que es un calvario para los alérgicos. ¿Alergia? ¿Qué es la alergia? Eso
que dicen los médicos que es, cuando no saben lo que es… ¡Ah!
Los membrillos de la alberca, rocío
de mariposas blancas en primavera, ya son frutos maduros. Esperan día y hora. Desde
un perol de almíbar llegan al plato para deleite de los golosos.
-
“Mamá, ¿qué hay para merendar?”
-
“Pan con carne membrillo”.
Están las parras en prevención. Madura la uva los pámpanos protectores
pierden razón de ser y en cuanto lleguen las menguantes de otoño la tijera de
poda convierten sus tallos largos en sarmientos para brasas de chimenea.
De todos los árboles de hoja
caduca los que aún se muestran en todo su esplendor son los almeces - ‘almencinos’,
de cuando éramos niños –. Tiene la fruta – una drupa carnosa – madura. Ya no
buscará el cañón del canuto de caña en busca del cogote del amigo distraído que
camina desprevenido por delante.
Hay un almez enhiesto, pimpollero.
Ha nacido y crecido en la hendidura de la gran piedra frente a la Fuente de la
Higuera. No hay tierra, no hay agua, no hay nada que favorezca su crecimiento y
está ahí. Otea vientos y espera ser un esqueleto de esperpento para rebrotar
cuando vuelva, otra vez, la primavera.
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