domingo, 15 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Aquella tarde de abril...


La estación era un hervidero. La gente iba y venía. La luz de media tarde dejaba entrever que se iba el día. Era una luz distinta; era otra luz a la que yo había visto al amanecer que traspasaba las vidrieras de la catedral y daba aquella ascua doraba, azul, verde, anaranjado del rosetón.

Un rato antes, Ordoño II marcaba con su dedo. Hacía bueno el dicho leonés: “A quien no le guste León, ahí tiene la estación”. No era el caso. Había paseado por las orillas del Bernesga, por las calles, por San Isidoro… El viajero, ávido de sensaciones procuraba llenar la mochila interior.

El tren partió lento. La gente retornaba a sus casas después de haber echado el día en la capital y había arreglado – y si no lo había conseguido, al menos, estaba el intento – sus cosas. Algunos tenían cara de cansados.

En Astorga subió al tren un mendigo. El hombre parecía escapado de una obra de Valle-Inclán. Recorrió el pasillo central. Les dieron algunas monedas y desapareció por la portezuela del final del vagón con su poncho harapiento y un sombrero raído. Luego pasó un hombre con un canasto grande. Vendía mantecadas. Le compraron; sobre el dulce sobresalía un envoltorio de papel ocre.

El tren cruzó los campos del Sil. A ratos llovía; a ratos salía el sol. La luz de la tarde, espléndida. Era esa luz que se filtra en el alma y uno aprehende y no quiere perderla porque siempre la va a recordar. Embalses junto a la vía; escorias de material. Campos verdes alternaban con caseríos de tejados pizarrosos.

 En la Rúa,  el tren paró. En la Rúa te apeaste tú. Te bajé la maleta, una maleta pequeña con las esquinas reforzadas. Te vi alejarte por el andén de la estación. Te recuerdo ahora, como recuerdo tú nombre y tus ojos negros detrás de unas gafas de colegiala. Volvías a casa… Partió el tren, sobre el frontal del edificio de la estación un letrero: Rúa-Petín.

El tren llegó a Monforte de Lemos con noche cerrada. La tarde de abril, aquella tarde abril se cerraba entre aguaceros, el Sil jugaba al escondite con la vía y de vez en cuando el agua remansada en un embalse. Las luces de la estación eran mortecinas y de color ámbar. El viajero buscó donde pasar la noche.




No hay comentarios:

Publicar un comentario