Si amanece y la luz se abre
paso entre la niebla y una banda de palomas vuela sobre una loma y en el
horizonte se recortan unos cipreses y un casarón viejo que apunta a ruinas y hay dos olivos
solitarios con las copas unidas para sombra de una caminante sediento cuando llegue el estío… estás en la Toscana.
Si en la ladera aguarda una
casa de adobe y los restos de la niebla se agarran y se resisten a abandonar el
fondo del valle, si unas lindes con hierbas crecidas y de líneas quebradas que
marcha los límites entre cultivos y por encima de todos hay un montículo con
una casa solitaria rodeada de cipreses… estás en la Toscana.
Si un ciprés solitario le marca
el camino a las nubes que transitan por el cielo azul y limpio donde el azul es
más intenso y las nubes más caprichosas y una alfombra de jaramagos pulsea el
verdor de los campos en primavera y el silencio silba cuando asciende y se
asoma para ver qué hay al otro lado de la colina… estás en la Toscana.
Si un rayo de sol se filtra y
baja por entre nubes tormentosas de primavera y se acuna en los trigos
revolcados y un grupo de cipreses se acurrucan entre ellos y ponen una nota
pintoresca, única y diferenciadora, si entre loma y loma queda la marca de un
cahorro que llevó agua algún día y ahora solo deja su constancia… estás en la
Toscana.
Si entre el horizonte y los
campos fértiles se levanta una línea de guardianes que bambolea el viento
llamado cipreses y marcan el camino y llegan a la casa solitaria que aguanta con
adobes desvencijados el paso del tiempo y un espantapájaros es terror para los
que osan a venir y se granado el trigo… estás en la Toscana.
Si en un claro de olivos un
caballo blanco come margaritas y amapolas y florecillas bienvenidas en
primavera y un camino tortuoso y orillado, a ambos lados, de cipreses que te
llevan a un caserío donde puedes abrir tu caja de sueños… Entonces, entorna los
ojos y no lo dudes. Estás en la Toscana.
Que ganas me dan de ir a la Toscana,!
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