Una amiga me dice que está
harta de agua. Mi amiga vive en una ciudad que siempre es hermosa y bella, y en
primavera, más. Pues miren por dónde, la mujer está harta de agua. Un problema.
Mi amiga tiene que salir un día
de estos al campo. Tiene que ver cómo espigan los trigos, cómo corren los
veneros camino de las cañadas y, luego, a los arroyos y, luego, al río. Lo del
Ebro por Castejón y por otros pueblos de su ribera es otra cosa. Eso, que no,
que no.
Me dice que como siga lloviendo
va a coger algo así como complejo de Noé pero en femenino. Lo dice porque está
encerrada en su casa. Tiene un problema si sigue el comportamiento del
venerable bíblico. Ya saben la cogorza monumental con que celebró la alegría de
la libertad.
Algunos pájaros – y pajaritas- de
los que tenía encerrados en el Arca, cuando escampó levantaron el vuelo. No
sabemos si por claustrofobia o por el lío que formó el artista. Todavía andan
por esos cielos. Otros, se vinieron a tierra, pasó algún tiempo y se apostaron tras los sillones de eso que
llaman inmunidad parlamentaria (no vale pensar mal, ¿eh?) para
que nadie les meta mano. En el buen sentido de la palabra, claro. No vayamos a otras
cosas que ahora están muy de moda.
Mi amiga no sabe que abril hace
“al campo” y que toda el agua de abril que parece mucha, luego, es poca porque
vendrá mayo “cuando canta la calandria / y responde el ruiseñor” y junio con
las siestas largas y el verano que será fuego en la ciudad donde ella vive y en
otras partes y…
Hace tarde de “café, copa y
puro”, o es mal consejo. Lo del puro (yo no he sido fumador en mi vida) tiene
otra literatura. Piensen en la Maestranza de Caballería, solo de trompeta en el
“Dávila Miura” de Abel Moreno y un aroma de cohiba que trae la brisa…
- ¿El bicho?
- De capa cárdena…
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