Anda el juicio entre la
decepción de la gente con vergüenza y el silencio cómplice de los buches
llenos. Uno, en su ingenuidad, creía que en los juicios lo que resplandecía era la verdad. Pues no,
ahora resulta que lo que de verdad sale a la luz es el poco conocimiento que de
los asuntos tratados tenían algunos. No sabían nada. Oigan, nada de nada.
En mi pueblo hace un montón de
tiempo un señor funcionario se compró un camión. Ni había camiones ni trabajo
que pudiese pagar el importe de las letras que debían venir en sus vencimientos
mensuales. ¿Y dónde va a meter el camión? En el Ayuntamiento, contesto el
interlocutaro. ¿Y allí cabe? La respuesta no se hizo esperar. ¿Y no ha salido
de allí?
Naturalmente esto podía estar
más en consonante con la envidia pueblerina que con la realidad. El Ayuntamiento
y la posible gestión que se hiciesen de
sus fondos probablemente no alcanzaría a un montante de tanta importancia en
aquel tiempo.
Dicen que si subvenciones de
mucho dinero, dicen que si funcionarios que al parecer estaban en la escalda
del Lelo porque hacían lo que les daba la gana sin que los superiores se enterasen
de nada, dicen que el dinero se ha perdido como los caramelos a voleo a la
salida de un bautizo.
Algunos llegan un poco más
lejos. Hablan de un chalet prestado donde la mar azul deja que sus olas
acaricien la playa y la brisa refresca la cara – no piensen mal, por favor, no
he hablado de durezas y esas cosas – no, solo que refresca la cara para mitigar
ese calor sofocante que produce el verano.
Un amigo entrañable, querido, y
al que veo menos de lo que deseo, me invitó un día a unas papas aliñás en su
casa. Las papas aliñás requieren, además de la calidad de los ingredientes, la ‘gracia
de las manos’ del que las hace. Pues bien siendo algo tan sencillo era lo mejor
que he comido y será difícil superarlas en mucho tiempo. Ya ven, no hacen falta
ni subvenciones ni chalet de playas para gozar de la amistad. ¡Qué cosas pasan,
Dios mío!
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